Con qué rapidez podemos pasar del amor al odio, de la atracción al rechazo, del gusto al disgusto. Todo tiene que ver con un problema de dosis: mucho de lo que nos agrada, en cantidades abusivas, rebalsa los límites de la tolerancia o aceptación y se transforma en agobio, fastidio intolerable. Lo que nos suele confundir en esa valoración ambigua de sentimientos encontrados, en esta ambivalencia amor-odio tan dinámica, es la inesperada aparición de los cambios. Podemos querer mucho a alguien y gozar de su compañía, pero también surge de improvisto el deseo de quedar solos y de tomar descanso de la interrelación del ser tan apreciado que de pronto, comenzamos a sentir, invasivo, agotador, demandante o abusivamente servicial.
No hay una fórmula preventiva de esas reacciones internas para su aplicación universal, existen variantes, matices, sorpresas propias de cada situación.
Niños amantes de sus padres de pronto comentan sueños muy crueles con sus mayores y viceversa. Escolares aplicados y exitosos en el aula, disciplinados y perseverantes, a veces son sorprendidos con fantasías horrorosas de aniquilación o escarnio a sus maestros y compañeros.
Lo que el mercado oficial no da, en la conciencia de vigilia, lo brinda generosamente el mercado negro de la imaginación, sin censuras ni eufemismos.
Por todo ello recomiendo algo muy simple. Nunca despierte a nadie regularmente todas las mañanas, aunque se lo suplique con las mejores maneras de noche, lúcidamente. La persona dormilona, entregada a sus mejores abrazos con Morfeo, dulce dios del sueño, es sacudida con el aviso personal de alguien que insensiblemente lo pretende arrastrar al doloroso mundo de la conexión matutina real, con todo lo que ella implica de proceso doloroso y pesado, siempre postergable en el deseo, nunca aceptado como regalo aunque no haya suplicado de noche como un gran favor. Si se trata de despertar al niño para la escuela, o para el trabajo no querido, las ondas del odio corren por todo el dormitorio; si es un adolescente puede responder con algún objeto o vozarrón. En todos los casos es provechoso observar y reconocer que nadie nos aplaude.
Es preferible que un despertador mecánico, radial o digital, asuma esta tarea de sonajero. Por razones de amor y odio.
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