Al oírlo hubo un cuchicheo en las mesas, el cantor dejó su instrumento sobre la silla y se acercó, mientras el comerciante decía:
—Mucho gusto, Pedro Ibáñez, a sus órdenes.
—Fruto Gómez, y lo mesmo digo.
El moreno, sarcástico, intervino:
—Sabe, don, que aquí la tierra es mala pa los comesarios. No dura uno ni pa rimedio...
En el fondo se oyeron algunas risas semicontenidas.
El nuevo funcionario miró de arriba abajo al impertinente y respondió despreciativo:
—Me parece que al señor no me lo han presentao...
Luego, con todo cálculo, escupió a los pies del otro.
—¡Conque guapo, no! —rugió el moreno y, sacando su puñal, dijo agresivo: —Aura me vua a presentar, pero con esta tarjeta' e macho.
El comisario, sin inmutarse, lo acució:
—No jugues con esas cosas qu'en una d'esas te vas a pegar un tajo.
—A vos es a quien vua a tajear ¡añamem-bú!...
—Pudiendo... no te hago cargo.
Rápido como la luz el morocho avanzó el brazo para la puñalada, pero su antagonista, más veloz aún, empuñó la fusta que llevaba colgando de una cadenilla en la muñeca y le pegó un golpe seco en la mano que le hizo caer el arma. Enseguida la levantó para volver a castigar, pero el otro lo atajó humilde:
—Ta bien... No se altere, don... Era pa probarlo, nomá...
—¿Y ya está convencido?
—Sí, don, y cuente conmigo pa lo que guste mandar. Mi nombre es Pedro Ojeda, pero me dicen El cambá Ojeda.
Don Frutos sonrió y dijo:
—Alzá tu cuchillo y vení a tomar una copa.
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