Durante muchos años Frutos Gómez fue el hombre de confianza de don Juan Román, en su estancia de San Luis del Palmar. Colorado por generaciones, sirvió a su caudillo con fidelidad ejemplar, ya como soldado en algunas de las patriadas que tiñeron de rojo el suelo de la provincia guaraní, o simplemente como capataz en ese establecimiento, donde la voluntad del cherubichá, don Juan, era la única ley.
Allí caían no pocos forajidos con largas cuentas pendientes con la justicia: cuatreros, desertores o, simplemente, gente sin trabajo que estaba segura de encontrar en ella alimento y protección. Nadie les pedía papeles ni les indagaba sobre su pasado, pero, eso sí, se les exigía una obediencia ciega al régimen de la estancia.
Bandoleros curtidos en mil peleas, allí, por una mala contestación o por una chambonada en sus labores, se sometían mansamente a ser azotados o estaqueados, sin siquiera esbozar una protesta. Es que sabían que don Juan Román podía enterrarlos por vida en los presidios, hacerlos degollar con un cuchillo mellado en cualquier picada de los montes o concederles la remisión de sus pecados.
Él era el cherubichá, suerte de señor feudal, amo de vidas y haciendas, y con esa resignación gregaria del ignorante hacia los jefes, por él vivían, sufrían y se hacían matar.
Don Juan Román tenía tropilla de todos los pelos, pero sus hombres eran de un solo color: elrojo, que lucían desafiantes en los pañuelos que rodeaban sus cuellos o en las vinchas que anudaban a su frente.
Frutos se crió a su lado. Fue para él asistente, guardaespalda y confidente. Muchas veces lo acompañó a la capital provinciana o a Buenos Aires, cuando don Juan Román desempeñaba alguna función pública, otras vigiló sus intereses en la estancia, cuando el dueño estaba ausente. Toda esa experiencia sirvió a su espíritu observador, a su inteligencia natural y a su instintiva sagacidad y, no pocas veces, el caudillo omnipotente basó sus resoluciones en el juicio de ese sentencioso paisano que le era, a la vez servidor y amigo.
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