Los paraguayos pasaron a su lado y siguieron por el camino de tierra. No se habían alejado más de cincuenta metros cuando el comisario se puso a correr hasta alcanzarlos.
—A ver vo —dijo dirigiéndose, de improviso, a la muchacha—. ¿De cuántos mese tas gruesa?
—Y, de siete, don...
—¿Pero quien pa es usté, para hacer esa pregunta? —se encrespó la vieja.
—Soy el comesario, doña, y sepa que no me gusta que se hagan las cosas'e contrabando.
—Que pa va a ser'e contrabando, m'hija tiene su marido.
—No, me refiero al otro, al que lleva ahí adentro, pues... —explicó el comisario señalando el vientre de la muchacha—. ¿Queré pa que la desnude aquí nomá pa ver qu'es lo que lleva encima?
Palideció la joven ante el aire resuelto, e imploró:
— ¡No!... ¡No!... Son unoj cigarro nomá.
— ¡Unoj cigarro! Con lo que teñe allí tendría pa fumar un año.
—Son pa nojotro nomá —exclamó la vieja—; perdóneme comesario.
—Güeno. Por esta ve les perdono, pero tienen que saber que esaj cosas tienen que terminar sino quieren que las meta n'el calaboso.
—Ta bien, gracias —dijeron las mujeres.
La que parecía ser la madre no pudo con el genio y preguntó:
—¿Cómo pa supiste usté que no era de verdá l'embaraso?
—Por la manera'e caminar, cheama... Cuando una mujer está ansina anda con la cabeza p'atrás y la panza tirando p'adelante y ésta iba derecha como si se hubiera tragao un palo'e escoba, endemá...
— ¿Endemá qué?
—Que con esas ancas salidas p'atrás y finitas como'e potranca no puede engañar a naides. Laj mujere, cuando llevan una criatura adentro se ponen anchas'e caderas, pues... y basta'e esplicasione que no soy partera... Pero arricuerdensén que no quiero maj contrabando...
—No ha de, comesario. ¡Adiós!
-¡Adiós!
Don Frutos se dio vuelta e inició el regreso sonriendo picarescamente bajo sus ralos bigotes de puntas caídas.
El agente Ojeda apareció subiendo la barranca y, cuadrándose torpemente a su frente informó:
—Po allá abajo sin novedá, don Fruto...
—Güeno, seguime... Vamoj a hacer la ronda por el pueblo.
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