viernes, 22 de junio de 2018

El arado

Es la hora del trabajo. En la llanura
de una lívida blancura,
tiende el alba su luz pálida de ensueño,
como un velo vaporoso,
suavemente luminoso
extendido en las artísticas vaguedades de un diseño.

Y ya Ervar sueña y trabaja vigoroso
empuñando el timón fuerte del arado,
que arrastrado
por la yunta de robustos
bueyes marcha;
y Ervar sigue con su paso acompasado
mientras crujen sus pisadas en la escarcha;
en la escarcha que refleja palideces invernales
cuyos límpidos cristales
se asemejan, suspendidos
de las ramas taciturnas
de los frágiles arbustos,
a caireles desprendidos
por el vuelo de las horas en la fiesta de la sombra;
a caireles desprendidos de las lámparas nocturnas.

Ervar marcha por la alfombra
blanca y fría que el invierno desplegó para su danza.
Se abre el surco como un tajo
sobre el rostro de la pálida llanura,
que escarchada, se asemeja
a una página muy grande de poética blancura;
y parece que la reja
con sus surcos paralelos,
paralelamente iguales,
escribiera allí el poema de sus férvidos anhelos,
esculpiera allí un poema en estrofas inmortales.

Casa surco es como un verso,
como un verso en el que vibra la canción del universo,
el poema Germinal;
se abre un surco, que es un verso, y se entierra una armonía
y la tierra la fecunda, la convierte en poesía,
y alimenta con el jugo de su seno maternal.

Ervar canta:
“Noble arado, tú eres fuerte;
sí, más fuerte que la espada fratricida;
ésta mata, tú redimes;
tus conquistas son más grandes, más sublimes;
las cosechas de la espada son cosechas de la Muerte,
tus cosechas son las mieses opulentas de la Vida.

Si fulguran las espadas es que el odio las inflama,
y cuando odian se enrojecen
en los trágicos encuentros de la guerra;
y tú brillas, noble arado, y tus rejas resplandecen
como espejos que ha bruñido la caricia de la tierra:
de esa tierra que fecundas
con tu beso;
de esa tierra que te ama
porque sabe que en tus líneas paralelas y profundas
vas trazando la leyenda del progreso” 


Carlos Ortiz 
 Frente a la vida, pág. 59

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