1) El primer portugués era alto y flaco.
El segundo portugués era bajo y gordo.
El tercer portugués era mediano.
El cuarto portugués estaba muerto.
2) -¿Quién fue? -preguntó el comisario Jiménez.
a. Yo no -dijo el primer portugués.
b. Yo tampoco -dijo el segundo portugués.
c. Ni yo -dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués estaba muerto.
3) Daniel Hernández puso los cuatro sombreros sobre el escritorio.
El sombrero del primer portugués estaba mojado
adelante.
El sombrero del segundo portugués estaba seco en el
medio.
El sombrero del tercer portugués estaba mojado
adelante.
El sombrero del cuarto portugués estaba todo mojado.
4) -¿Qué hacían en esa esquina? -preguntó el comisario Jiménez.
a. Esperábamos un taxi -dijo el primer portugués.
b. Llovía muchísimo -dijo el segundo portugués.
c. ¡Cómo llovía! -dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués dormía la muerte dentro de su
grueso sobretodo.
5) -¿Quién vio lo que pasó? -preguntó Daniel Hernández.
a. Yo miraba hacia el norte -dijo el primer portugués.
b. Yo miraba hacia el este -dijo el segundo portugués.
c. Yo miraba hacia el sur -dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués estaba muerto. Murió mirando al
oeste.
6) -¿Quién tenía el paraguas? -preguntó el comisario Jiménez.
a. Yo tampoco -dijo el primer portugués.
b. Yo soy bajo y gordo -dijo el segundo portugués.
c. El paraguas era chico -dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués no dijo nada. Tenía una bala en la
nuca.
7) -¿Quién oyó el tiro? -preguntó Daniel Hernández.
a. Yo soy corto de vista -dijo el primer portugués.
b. La noche era oscura -dijo el segundo portugués.
c. Tronaba y tronaba -dijo el tercer portugués.
El cuarto portugués estaba borracho de muerte.
8) -¿Cuándo vieron al muerto? -preguntó el comisario Jiménez.
a. Cuando acabó de llover -dijo el primer portugués.
b. Cuando acabó de tronar -dijo el segundo portugués.
c. Cuando acabó de morir -dijo el tercer portugués.
Cuando acabó de morir.
9) -¿Qué hicieron entonces? -preguntó Daniel Hernández.
a. Yo me saqué el sombrero -dijo el primer portugués.
b. Yo me descubrí -dijo el segundo portugués.
c. Mi homenaje al muerto -dijo el portugués.
Los cuatro sombreros sobre la mesa.
10) a. Entonces ¿qué hicieron? -preguntó el comisario Jiménez.
b. Uno maldijo la suerte -dijo el primer portugués.
c. Uno cerró el paraguas -dijo el segundo portugués.
d. Uno nos trajo corriendo -dijo el tercer portugués.
El muerto estaba muerto.
11) a. Usted lo mató -dijo Daniel Hernández.
b. ¿Yo señor? -preguntó el primer portugués.
c. No, señor -dijo Daniel Hernández.
d. ¿Yo señor? -preguntó el segundo portugués.
e. Sí, señor -dijo Daniel Hernández.
12) -Uno mató, uno murió, los otros dos no vieron nada. -dijo Daniel Hernández.
Uno miraba al norte, otro al este, otro al sur, el
muerto al oeste. Habían convenido en vigilar cada uno una bocacalle distinta
para tener más posibilidades de descubrir un taxímetro en una noche tormentosa.
El paraguas era chico y ustedes eran cuatro. Mientras esperaban, la lluvia les
mojó la parte delantera del sombrero.
El que miraba al norte y el que miraba al sur no
tenían que darse vuelta para matar al que miraba al oeste. Les bastaba mover el
brazo izquierdo o derecho a un costado. El que miraba al este, en cambio, tenía
que darse vuelta del todo, porque estaba de espaldas a la víctima. Pero al
darse vuelta, se le mojó la parte de atrás del sombrero. Su sombrero está seco
en el medio, es decir, mojado adelante y atrás. Los otros dos sombreros se
mojaron solamente adelante, porque cuando sus dueños se dieron vuelta para
mirar el cadáver, había dejado de llover. Y el sombrero del muerto se mojó por
completo al rodar por el pavimento húmedo. El asesino usó un arma de muy
reducido calibre, un matagatos de esos con que juegan los chicos o que llevan
algunas mujeres en sus carteras. La detonación se confundió con los truenos
(esa noche hubo una tormenta eléctrica particularmente intensa). Pero el
segundo portugués tuvo que localizar en la oscuridad el único punto realmente
vulnerable a un arma tan pequeña: la nuca de su víctima, entre el grueso
sobretodo y el engañoso sombrero. En esos pocos segundos, el fuerte chaparrón
le empapó la parte posterior del sombrero. El suyo es el único que presenta esa
particularidad. Por lo tanto es el culpable.
El primer portugués se fue a su casa.
Al segundo no lo dejaron.
El tercero se llevó el paraguas.
El cuarto portugués estaba muerto.
Muerto.
Rodolfo Walsh
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