Llegaron de mañanita, arreando una tropa de mulas gordas, de pelaje fino. Al paso de la madrina, sonaba el cencerro. Eran hasta cuatro los vallistos: venían de la Poma, de la lejana Poma. La tropa de mulas hizo un huelgo en un terreno baldío, a la vera de una de las calles de Abra-Pampa. Apeáronse los vallunos y a la hila se dirigieron al boliche de Quispe, el cokanis. Yo estaba sentado en un banco, cuando penetraron, haciendo sonar las pesadas rusas. Gastaban antiparras, puyos de vicuña, sombrero ovejuno con barboquejo. Tenían la tez bruna y lustrosa; el bigote escaso.
Ya Quispe, el cokanis, me había dicho:
-Éstos son buenos clientes: traen plata salteña. De aquí se llevarán una petaca llenecita de quintos bolivianos… ¡Y como no!... Fíjese, son cuatro ellos y como veinte mulas… La Compañía minera los ha contratado. Mañana empezarán a cargar no sé cuántos tirantes de quebracho y de hierro. Y no es poco… Los caminos son de cerro y casi siempre cuesta arriba, pura piedra. ¡Donde llegan sus mulas, no llega ni el diablo!
Quispe les saludó cariñosamente, les palmeó las espaldas y les ofreció cuanto tenía para vender: coca, del tambor en ese instante abierto; harina de maíz, lustrosa y dulce; alcohol tucumano de noventa y cinco arriba; pan de mujer y rusas recién llegadas, de cuero fuerte; les enseñó pretales, frenos, pellones y coronas adornadas con piel de tigre.
-Caro… caro… todo caro, señor.
-Barato, tirado y de muy buena clase…
Ellos, los vallistos que venían desde la lejana Poma, pusieron en las palmas de las manos algunas hojas de coca. Quispe no se cansaba de mirarles.
-No está ardida todavía…
-No está.
-Mas después, quién sabe de qué laya estará.
-Es coca nueva… Coca como ésta no han de encontrar en toda Abra-Pampa, aunque la busquen con vela… Vayan a lo del turco, o a lo del coya chaile; verán cómo ellos los venderán coca ardida…
-¿Es nueva?
-Es nueva.
No se habían sacado las antiparras. Sus rostros tostados, producían una impresión de angustia y desaliento. Creo que compraron una libra de coca y tres botellas de alcohol. Después, un largo silencio.
-¿Qué tal el viento?
-Fiero, señor.
-¿Corre por la tarde?
-Todo el santo día. Las mulas se nos querían volver, se nos querían volver, tan fiero soplaba…
-¿Levanta greda?
-Y arena del cerro.
-Y arena de los peladares.
Yo les miraba el rostro tostado, los labios partidos, las antiparras negras, sus puyos castaños, los reacios pantalones de barragán, los botines patrias, duros como palos, y pensaba en las desiertas pampas, en las quiebras angostas, en las cuestas pobladas de cardones y pasacanas, en los salares bermejos que ellos cruzaron, a la zaga de sus mulas.
-Fiero el viento, señor… A ver, vea cómo se me han puesto los ojos –me dijo uno de los vallistos, de cara enjuta, joven lampiño, quiscudo. Y se quitó las antiparras-. A ver, vea, señor.
Tenía irritado el ruedo de los párpados.
-¡Amigo!
-La arena, señor… Se nos rasgaron los labios; el frío, el viento…
Los otros vallistos me miraban ahincadamente como diciéndome: “Nosotros también anduvimos por pampas desiertas, por quebradas pedregosas, por ríos secos; repechamos por cuestas blanquizcas. De noches, mientras las mulas olfateaban buscando qué comer, nos dormimos al raso, sobre la montura. Y ni así nos dejó tranquilos el viento de las cordilleras.”
-El viento, el frío, señor…
-¿Muchas jornadas?
-Siete y ocho días también, según las mulas. Éstas que traemos son de una remesa nueva. Allá, en los salares, se nos querían volver…
En uno de tantos repechos, divisé la tropa. Iban las mulas gordas, de pelaje fino, cargadas con sendos tirantes de quebracho y de hierro. Hasta Abra-Pampa habían llegado de vicio, como se dice vulgarmente. Uno de los vallistos, enhorquetado en un macho, hacía la punta; los otros iban zagueros, volviendo sin prisa, con mucho regalo, el acuyico verde; miraban las cuestas vestidas de huari-cocas y maichas, los morros blancos de donde manaba agua de roca, y los mogotes azulencos. ¡Tanto caminar, tanto lidiar para ganares unos pesos!
Fausto Burgos
De Relatos puneños de pastores, arrieros y tejedores, encontrado en Tomado de Fuentes de vida de B.N.B. de Iacobucci y G.C. Iacobucci, pág 211
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