surgen las estaciones de los pueblitos,
cuando la jadeante locomotora
se destaca de golpe, negra y sonora.
Después, todo se calla como dormido
tras el convoy que parte, que al fin se ha ido.
Y aparecen desiertos los dos andenes
esperando que arriben futuros trenes.
Yo no sé por qué causa ni por qué arte
nos llena de congojas un tren que parte.
La estación, que resulta pesada y lisa,
para lo más urgente se hizo de prisa.
Y el pueblito que ahora la juzga chica
en profusión de pólipo se multiplica.
Tiene un cordón de sauces muy bien cuidado
y los gorriones saltan en su tejado.
Y cuelga en el alero desde un tirante
la campana de bronce, limpia y sonante.
Cuando la levantaron a campo abierto
parecía perdida sobre el desierto.
El sol de mediodía, como en un tajo,
cae materialmente de arriba abajo.
Yo no sé por qué causa ni por qué arte
nos llena de congojas un tren que parte…
Bajo su gorra negra muy galoneada
un hombrecillo grita con voz airada.
Luego, torna el silencia que se amodorra
detrás del hombrecillo bajo su gorra.
Y bordeando la vía, cuyos reflejosel recodo lejano borra a lo lejos,
un paisano galopa la carretera
con sus perros que llevan la lengua afuera.
Ernesto Mario Barreda
Fuentes de vida de B.N.B. de Iacobucci y G.C. Iacobucci,
pág 206
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