Oh, madre, dulce fuente
de mi cariño,
hoy te consagro todo
mi amor de niño.
¡Oh, madre mía,
si más amor tuviera,
más te daría!
Tu mirada de madre
me alienta tanto,
su luz quita las sombras
de mi quebranto;
ojos tan tiernos
pueden ser solamente
ojos maternos.
Cuando me abrazas, madre,
con alborozo,
nada me dices, pero
lloras de gozo;
y de este modo,
aunque nada me digas,
lo entiendo todo.
Clemente Ruppel
Revista Anteojito N°240, p. 03
16 de octubre 1969

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