viernes, 1 de agosto de 2025

San La Muerte

Las palabras se hacen borrosas en la tinta del papel escrito o tiemblan en la voz de los fieles que a la luz-y-sombra de las velas se arrodillan bajo la mirada sin pupilas de una figurita esquelética, que en los ranchos más humildes del Paraguay y el nordeste argentino preside el destino de sus habitantes, combina sus amores, los guarda de peligros o los hace ganadores en el juego.
La gente lo llama el Señor de la Muerte.
Su forma es la representación clásica de esa alegoría: un esqueleto sentado o de pie que a menudo lleva una guadaña. Millares de fieles le rinden un culto semisecreto, que culmina el 15 de agosto con las "misas" que le ofrecen ante los altares de las capillas privadas.
¿Desde cuándo? Las primeras referencias bibliográficas son las muy recientes publicadas por los investigadores chaqueños Raúl Cerruti y José Miranda. Pero el culto es antiguo, a juzgar por el aspecto de algunas imágenes y por el testimonio de viejos devotos cuyos recuerdos se remontan a más de medio siglo.
En la campaña correntina o el cinturón de villas miseria que rodea a Resistencia, en pueblos de Formosa o ciudades de Paraguay, el Señor de la Muerte –o San la Muerte–es amado, temido, premiado, castigado, invocado para bien o para mal. Algunas de sus devociones no se diferencian de las más apacibles del culto cristiano; otras se aproximan al vudú, y de ellas no se habla o se habla con un temblor en la voz.

VIDA Y MILAGROS
–Allá arriba está él –dice la paraguaya Fabiana Irala, señalando con la mano un rincón del rancho oscuro, donde hay que agacharse para entrar.
La figurita tallada se vislumbra apenas en la vitrina semicubierta de trapos negros que corona el altar. Después, sobre la mano de Fabiana, se define en líneas toscas y vigorosas, con las costillas pintadas de negro y una sumaria guadaña o báculo de metal en la mano derecha.
Para pedirle algo, hay que sacarle el bastoncito y prenderle una vela. Pero si es algo importante, taparlo con un paño negro y tenerlo en un rincón hasta que se cumpla.
–¿Qué le piden?
Te da todas las cosas, señor, todo lo que vos queras. Milagroso é. Cura, pero de toda enfermedá. Hace salir gente de la cárcel y es bueno pal amor.
(Le prendimos tres dedos de vela.)
El santo de doña Fabiana cumple los requisitos de la ortodoxia: tallado en hueso de cristiano y bendecido siete veces por un sacerdote. Esto es lo más difícil, pero Fabiana no tuvo necesidad de llevar la figurita escondida dentro de una vela o de otra imagen:
–A mí me lo bendició el padre cura de San José.
Hay algunos que lo usan para mal "y le tienen infiel", explica en Villa Federal, Resistencia, la médica Trinidad López, que tiene un santito de hueso y otro de plomo, muy visitados, El enemigo señalado por el conjuro "se seca y se muere". Pero ella –aclara–sólo los tiene para proteger su casa.
En Bañado Sur, ciudad de Corrientes, encontramos las dos imágenes más perfectas del Señor de la Muerte. De unos ocho centímetros de alto, estaban talladas en palosanto por el mismo artesano anónimo. Representaban a la muerte sentada, pero había sutiles diferencias: una era más enjuta y apretaba las sienes entre las manos; en la otra, las manos sostenían la mandíbula.
–Este es el Señor de la Muerte –aclaró la propietaria–. Aquél, el Señor de la Paciencia.
El fetiche entronca pues con una figura del culto cristiano, y en muchos lugares se los nombra indistintamente. Quisimos fotografiar las dos piezas de notable artesanía, junto con un par de hermosas tallas policromadas de Santa Catalina y San Antonio. Pero la señora Irma se opuso.
–Él se enoja –explicó.

UNA SONRISA BURLONA
La mujer arrodillada pronunciaba las invocaciones, y una docena de devotas con cirios en la mano respondía en un coro atenuado y plañidero. La pirámide del altar crecía en niveles de importancia, con sus santos de yesería, su Baltasar negro, sus estampas litografiadas y hasta un raro "display" donde figuraban San Martín, Belgrano y Gardel entre floreros de vidrio y ramilletes de plástico. Coronándolo todo en la capilla particular de Cecilia Medina, un Señor de la Muerte cincelado en plata presidía desde su trono, con irónica sonrisa, ese mundo de caras oscuras, de miradas expectantes y ropas muy pobres.
Era "el señor de los buenos y de los malos matrimonios", el que obliga al ladrón a devolver su robo, el que dispone que el amante desdeñoso "en la cama en que duerme se encontrará afligido", el que impide a la amada "aular con ningún hombre", el que es invocado "por los cuatro vientos del mundo".
Decenas de fórmulas circulan en cuartillas rudamente manuscritas, centenares de milagros se le atribuyen, millares de velas arden en su honor.
¿Pero quién fabrica esa misteriosa figurita? La médica Asunción Ramírez nos mandó a los confines de la ciudad y de la tarde en pos de un santero que no existía. Lo buscamos luego en direcciones equívocas de remotas callejas polvorientas, en erróneos recuerdos, desconfianzas, evasivas.
En Resistencia conocimos, por supuesto, a Carlos Maule, un artista pop "avant la lettre" que rodeado de cadáveres de máquinas, frustradas heladeras y restos de armas de fuego, construye en su taller mecánico singulares esculturas de bronce y de chatarra. Maule talla en hueso de vaca ("el hueso humano es mal material") un San la Muerte estilizado y sobrio.
–Es milagroso –afirma burlonamente–. Me siento a hacerlo con una copa de coñac al lado. En cuarenta minutos termino la copa y termino el santo. Tengo para una botella más. ¿No es un milagro?
Las imágenes de Maule son veneradas en más de un oscuro rincón en las rancherías chaqueñas. Pero aún no habíamos encontrado al artista naif que toscamente talla las facciones de la muerte en un palito de ruda o un segmento de tibia y cree en su oscuro sortilegio.
Del otro lado del río, la doctora Alicia Gare iba a ponernos en presencia de uno de estos raros artesanos.

EL SANTERO
–Me buscaban a mí –dice con su voz tranquila y servicial.
Ha entrado con nosotros por el portón de la vieja penitenciaría de Corrientes y viste de calle. Pero el envoltorio de papeles que trae bajo el brazo guarda las ropas azules del recluso Cirilo Miranda, que es él, condenado a veinte años de cárcel por un crimen apasionado y salvaje, de superflua memoria aunque él lo recuerde mientras desgrana día por día los dos años y cuatro meses que le faltan para salir en serio: y no como ahora, que ha ido a hacer "un trabajito particular para afuera", según se acostumbra en este presidio.
Entre los canteros verdes y los muros rosados del patio, Miranda despliega sobre un banco las figuras de su arte, la docena de santitos y de historias que, de golpe, son una insólita lección de antropología práctica. Por supuesto, allí está el Señor de la Muerte. Ya no sabe Cirilo Miranda cuándo empezó a manejar el formón romo, el buril de punta casi invisible, la sierrita minúscula que son sus únicas herramientas permitidas. Sabe que le enseñó a entallar don Julio Conti "uno de los reclusos más viejos, creo que ya no existe más", y que el primer San la Muerte que copió se lo trajeron de Paraguay, pero se lo piden de todas partes porque es muy milagroso y el que lo invoca "suele salir a flote de sus trámites de apretura".
–Porque resulta –dice–que el Señor la Muerte es la imagen de la calavera de Nuestro Señor Jesucristo. ¿No ve que uno de los crucifijos grandes que llevan los padres curas tiene una calavera, sin ojo, sin nariz, ahí en la cruz?
La mano con el buril se desliza ahora, segura, sobre el oloroso pedacito de palosanto con que el preso cumple su más reciente encargo. Pero también talla en hueso, y si es hueso de cristiano, mejor, porque "ése ya está bendecido dos veces".
¿Conoce las oraciones? Conoce, y aquí lleva una, señor. ¿Sabe que hay una para no caer preso?
Eso no sabe, y se ríe, y si hubiera sabido no estaría aquí, pué, y se vuelve a reír contagiando al racimo azul de penados que se han reunido a nuestro alrededor contra el fondo de rejas y de muros rosa, y que al fin saben en qué gasta Cirilo Miranda sus largas horas en la celda sin decirles nunca una palabra porque ésta, señor, si se quiere, es una cosa secreta.

RETABLO INSÓLITO
Puestos sobre el banco los santitos hablan desde el fondo de una mitología inédita, de un pueblo ignorado. El preso de tez oscura les presta su voz.
Ahí está la mujer crucificada, versión femenina del Cristo:
–Santa Librada, que está en la cruz, pué. Ahí el prodigioso cazador, montado en un tigre:
–Ese es el San Son.
El misterioso hombrecito que lleva una taba en la mano derecha y "un puñao e plata" en la izquierda:
–Ese es un famoso pal juego. Lo llaman Lamodei. Y el domador de un toro:
–Prendido a las guampas. Es San Marco, que está para dominar la cuestión de animales salvajes.
Ahí por fin la conmovedora pareja de santos tomados del brazo, unidos en el tierno amor dela madera:
–San Alejo, señor, que le dominó a Santa Marta, la virgen más hermosa que se ha conocido en el mundo.
Solamente la perversa, la inquietante y peleadora Santa Catalina está ausente porque su devoto Cirilo Miranda sabe que no es buena tenerla –aunque la haga para otros– ni prenderle velas, ni darle confianza, y sí solamente pedirle, en los momentos de aflicción, que sus enemigos y autoridades no tengan ojos para verle ni boca para hablarle ni manos para pegarle ni pies ni corazón para ofenderle.
Así sea.

Rodolfo Walsh
El violento oficio de escribir, Obra periodística (1953-1977)
Pp. 110-112
1995, Segunda edición: enero 1998
Espejo de la Argentina, Planeta

Revista Panorama N° 42: https://ahira.com.ar/ejemplares/panorama-no-42/

Cruzar los Andes... ¡En aeroplano!

Lo que hoy te puede parecer algo muy común como cruzar los Andes en avión, fue, hace casi ochenta años, toda una proeza. ¿Querés conocer a la protagonista de esta hazaña?

Mendoza, 1º de abril de 1921. El biplano Caudron Le Rhone despega de un campo llamado "Los Tamarindos" ante la expectativa de miles de personas. Su piloto: una mujer. Se llama Adrienne Bolland, una francesa de 25 años. Su experiencia con aeroplanos es mucha. De todos modos, en nuestro país no estamos acostumbrados a ver naves surcando nuestros cielos. Mucho menos conducidas por mujeres. Jorge Newbery y Florencio Parravicini son los pilotos más conocidos del país. Para mayor audacia, la señorita Bolland se propone nada menos que... ¡cruzar los Andes! Nadie lo ha intentado antes y, si logra lo que se propone, marcará un récord. La altura de los Andes es una de las dificultades que deberá superar.



Adrienne Bolland era una piloto de cierto renombre cuando llegó a nuestro país. Entre sus antecedentes se contaban varias pequeñas hazañas. Como por ejemplo, el cruce ida y vuelta del Canal de la Mancha (el brazo de océano que media entre Gran Bretaña y Francia), y un viaje en el que unió de un tirón las ciudades de Londres (Inglaterra), Bruselas, Amberes (ambas en Bélgica), y Calais (Francia). Además, había alcanzado una altura considerable en aeroplano: 4.500 metros de elevación. Adrienne llegó a Buenos Aires el 20 de diciembre de 1920, provista de dos biplanos y un pequeño grupo de asistentes y mecánicos especializados. Lógicamente, su llegada a nuestro país causó muchas expectativas.



Para mayor seguridad, Adrienne trajo consigo cartas de presentación firmadas por autoridades francesas que presentó ante el gobierno argentino. Necesitaba un permiso oficial para realizar su propósito. Este era, como pronto se informó, el cruce de los Andes en biplano. El biplano era un aeroplano con cuatro alas, dispuestas paralelamente dos a dos a cada lado del cuerpo de la máquina. El aeroplano había nacido de los célebres experimentos que los hermanos Orville y Wilbur Wright efectuaron desde 1903 en los Estados Unidos, aunque tiene antecedentes en los ensayos del francés Ader (1897). En Europa, los Wright dieron a conocer sus aeroplanos recién en 1908.




La nave de Adrienne sorteó los picos andinos sin ninguna dificultad. El segundo obstáculo era la longitud de la travesía, que duró tres horas y media. El viaje concluyó, como su piloto lo esperaba, exitosamente, en el Aeródromo Militar de Santiago de Chile. Adrienne Bolland había unido así, por primera vez, las ciudades de Mendoza y Santiago de Chile por aire, en su frágil biplano de tan sólo 80 HP. El Aero Club Argentino la premió en una ceremonia realizada en Buenos Aires. Su proeza pasó a formar parte de la crónica histórica de la aviación, por su osadía, sobre todo. Porque hasta entonces, a nadie se le había ocurrido pasar los picos andinos. Hasta que llego esta mujer.


Posdatas...
Rememorando el cruce del Canal de la Mancha, Adrienne Bolland se propuso realizar en nuestro país un vuelo más: el cruce del río de la Plata, partiendo de Buenos Aires y llegando a suelo uruguayo. Efectivamente lo hizo, y tardo dos horas y veinticinco minutos.
El récord de altura en aeroplano había sido establecido en diciembre de 1913 por el piloto Blériot, en Francia, al alcanzar los 6.120 metros de altura.

Revista Anteojito N°1692, pp.31-32
1 de agosto 1997
https://archive.org/details/RevistaAnteojito1692/page/n31/mode/2up

XII La púa

Entrando en la dehesa de los Caballos, Platero ha comenzado a cojear. Me he echado al suelo.... 
—Pero, hombre, ¿qué te pasa? 
Platero ha dejado la mano derecha un poco levantada, mostrando la ranilla, sin fuerza y sin peso, sin tocar casi con el casco la arena ardiente del camino. 
Con una solicitud mayor, sin duda, que la del viejo Darbón, su médico, le he doblado la mano y le he mirado la ranilla roja. Una espina larga y verde de naranjo sano, está clavada en ella como un redondo puñalillo de esmeralda. Estremecido del dolor de Platero, he tirado de la espina; y me lo he llevado al pobre al arroyo de los lirios amarillos para que el agua corriente le lama, con su larga lengua pura, la heridilla. 
Después, hemos seguido hacia la mar blanca, yo delante, él detrás, cojeando todavía y dándome suaves topadas en la espalda....

Juan R. Jiménez
“Platero y yo”, XII