sábado, 30 de agosto de 2025

XCVII El cementerio viejo


Yo quería, Platero, que tú entraras aquí conmigo; por eso te he metido, entre los burros del ladrillero, sin que te vea el enterrador. Ya estamos en el silencio... Anda... 
Mira: este es el patio de San José. Ese rincón umbrío y verde, con la verja caída, es el cementerio de los curas... Este patinillo encalado que se funde, sobre el poniente, en el sol vibrante de las tres, es el patio de los niños... Anda... El Almirante... Doña Benita... La zanja de los pobres, Platero... 
¡Cómo entran y salen los gorriones de los cipreses! ¡Míralos qué alegres! Esa abubilla que ves ahí, en la salvia, tiene el nido en un nicho... Los niños del enterrador. Mira con qué gusto se comes su pan con manteca colorada... Platero, mira esas dos mariposas blancas... 
El patio nuevo... Espera... ¿Oyes? Los cascabeles... Es el coche de las tres, que va por la carretera a la estación.. Esos pinos son los de Molino de viento... Doña Lutgarda... El capitán... Alfredito Ramos, que traje yo, en su cajita blanca, de niño, una tarde de primavera, con mi hermano, con Pepe Sáenz y con Antonio Rivero... ¡Calla...! El tren de Ríotinto que pasa por el puente... Sigue... La pobre Carmen, la tísica, tan bonita Platero... Mira esa rosa con sol... Aquí está la niña, aquel nardo que no pudo con sus ojos negros.. Y aquí, Platero, está mi padre... 
Platero...
Juan R. Jiménez
“Platero y yo”, XCVII

XCVI La granada

¡Qué hermosa esta granada, Platero! Me la ha mandado Aguedilla, escogida de lo mejor de su arroyo de las Monjas. Ninguna fruta me hace pensar, como ésta, en la frescura del agua que la nutre. Estalla de salud fresca y fuerte. ¿Vamos a comérnosla? 
¡Platero, qué grato gusto amargo y seco el de la difícil piel, dura y agarrada como una raíz a la tierra! Ahora, el primer dulzor, aurora hecha breve rubí, de los granos que se vienen pegados a la piel. Ahora, Platero, el núcleo apretado, sano, completo, con sus velos finos, el exquisito tesoro de amatistas comestibles, jugosas y fuertes, como el corazón de no sé qué reina joven. ¡Qué llena está, Platero! ¡Ten, come!. ¡Qué rica! ¡Con qué fruición se pierden los dientes en la abundante sazón alegre y roja ! Espera, que no puedo hablar. Da al gusto una sensación como la del ojo perdido en el laberinto de colores inquietos de un calidoscopio. ¡Se acabó! 
Ya yo no tengo granados, Platero. Tú no viste los del corralón de la bodega de la calle de las Flores. Íbamos por las tardes... Por las tapias caídas se veían los corrales de las casas de la calle del Coral, cada uno con su encanto, y el campo, y el río. Se oía el toque de las cornetas de los carabineros y la fragua de Sierra... Era el descubrimiento de una parte nueva del pueblo que no era la mía, en su plena poesía diaria. Caía el sol y los granados se incendiaban como ricos tesoros, junto al pozo en sombra que desbarataba la higuera llena de salamanquesas... 
¡Granada, fruta de Moguer, gala de su escudo! ¡Granadas abiertas al sol grana del ocaso! ¡Granadas del huerto de las Monjas, de la cañada del Peral, de Sabariego, en los reposados valles hondos con arroyos donde se queda el cielo rosa, como en mi pensamiento, hasta bien entrada la noche!

Juan R. Jiménez
“Platero y yo”, XCVI

jueves, 28 de agosto de 2025

XCI Almirante

Tú no lo conociste. Se lo llevaron antes de que tú vinieras. De él aprendí la nobleza. Como ves, la tabla con su nombre sigue sobre el pesebre que fue suyo, en el que están su silla, su bocado y su cabestro. 
¡Qué ilusión cuando entró en el corral por vez primera, Platero !Era marismeño y con él venía a mí un cúmulo de fuerza, de vivacidad, de alegría. ¡Qué bonito era! Todas las mañanas, muy temprano, me iba con él ribera abajo y galopaba por las marismas levantando las bandadas de grajos que merodeaban por los molinos cerrados. Luego, subía por la carretera y entraba, en un duro y cerrado trote corto, por la calle Nueva. 
Una tarde de invierno vino a mi casa monsieur Dupont, el de las bodegas de San Juan, su fusta en la mano. Dejó sobre el velador de la salita unos billetes y se fue con Lauro hacia el corral. Después, ya anocheciendo, como en un sueño, vi pasar por la ventana a monsieur Dupont con Almirante enganchado en su charret, calle Nueva arriba, entre la lluvia. 
No sé cuántos días tuve el corazón encogido. Hubo que llamar al médico y me dieron bromuro y éter y no sé qué más, hasta que el tiempo, que todo lo borra, me lo quitó del pensamiento, como me quitó a Lord y a la niña también, Platero. 
Sí, Platero. ¡Qué buenos amigos hubierais sido Almirante y tú!
Juan R. Jiménez
“Platero y yo”, XCI

LXXXVIII Tarde de octubre

Han pasado las vacaciones y, con las primeras hojas amarillas, los niños han vuelto al colegio. Soledad. El sol de la casa, también con hojas caídas, parece vacío. En la ilusión suenan gritos lejanos y remotas risas... 
Sobre los rosales, aún con flor, cae la tarde, lentamente. Las lumbres del ocaso prenden las últimas rosas, y el jardín, alzando como una llama de fragancia hacia el incendio del Poniente, huele todo a rosas quemadas. Silencio. 
Platero, aburrido como yo, no sabe qué hacer. Poco a poco se viene a mí, duda un punto, y, al fin, confiado, pisando seco y duro en los ladrillos, se entra conmigo por la casa...

Juan R. Jiménez
“Platero y yo”, LXXXVIII

miércoles, 27 de agosto de 2025

LXXXIII El canario se muere

Mira, Platero; el canario de los niños ha amanecido hoy muerto en su jaula de plata. Es verdad que el pobre estaba ya muy viejo... El invierno último, tú te acuerdas bien, lo pasó silencioso, con la cabeza escondida en el plumón. Y al entrar esta primavera, cuando el sol hacía jardín la estancia abierta y abrían las mejores rosas del patio, él quiso también engalanar la vida nueva, y cantó; pero su voz era quebradiza y asmática, como la voz de una flauta cascada. 
El mayor de los niños, que lo cuidaba, viéndolo yerto en el fondo de la jaula, se ha apresurado, lloroso, a decir: 
—¡Puej no l’a faltado ná; ni comida, ni agua. 
No. No le ha faltado nada, Platero. Se ha muerto porque sí, diría Campoamor, otro canario viejo... 
Platero, ¿habrá un paraíso de los pájaros? ¿Habrá un vergel verde sobre el cielo azul, todo en flor de rosales áureos, con almas de pájaros blancos, rosas, celestes, amarillos? 
Oye: a la noche, los niños, tú y yo bajaremos el pájaro muerto al jardín. La luna está ahora llena, y a su pálida plata, el pobre cantor, en la mano cándida de Blanca, parecerá el pétalo mustio de un lirio amarillento. Y lo enterraremos en la tierra del rosal grande. 
A la primavera, Platero, hemos de ver al pájaro salir del corazón de una rosa blanca. El aire fragante se pondrá canoro, y habrá por el sol de abril un errar encantado de alas invisibles y un reguero secreto de trinos claros de oro puro.
Juan R. Jiménez
“Platero y yo”, LXXXIII

LXXXI La niña chica

La niña chica era la gloria de Platero. En cuanto de la veía venir hacia él, entre las lilas, con su vestidillo blanco y su sombrero de arroz, llamándolo dengosa: —¡Platero, Plateriiillo!—, el asnucho quería partir la cuerda, y saltaba igual que un niño, y rebuznaba loco. 
Ella, en una confianza ciega, pasaba una vez y otra bajo él, y le pegaba pataditas, le dejaba la mano, nardo cándido, en aquella bocaza rosa, almenada de grandes dientes amarillos: o, cogiéndole las orejas, que él ponía a su alcance, lo llamaba con todas las variaciones mimosas de su nombre:—¡Platero! ¡Platerón! ¡Platerillo! ¡Platerete! ¡Platerucho! 
En los largos días en que la niña navegó en su cuna alba, río abajo, hacia la muerte, nadie se acordaba de Platero. Ella, en su delirio, lo llamaba triste: ¡Plateriiilo!... Desde la casa oscura y llena de suspiros, se oía, a veces, la lejana llamada lastimera del amigo. ¡Oh estío melancólico! 
¡Qué lujo puso Dios en ti, tarde del entierro! Setiembre, rosa y oro, como ahora, declinaba. Desde el cementerio ¡cómo resonaba la campana de vuelta en el ocaso abierto, camino de la gloria!... Volví por las tapias, solo y mustio, entré en la casa por la puerta del corral y, huyendo de los hombres, me fui a la cuadra y me senté a pensar, con Platero.

Juan R. Jiménez
“Platero y yo”, LXXXI

lunes, 25 de agosto de 2025

Algo con muchas vueltas: la llave

¡Qué lindo sería poseer la llave de la felicidad! ¿No? Por ahora vamos a conformarnos con las llaves que abren puertas, de la calle, del auto, de los muebles, un viejo baúl, un coqueto cofre o un pequeño candado.





Parece que los primeros en fabricar llaves fueron los egipcios. El material que empleaban era la madera. Luego los romanos llevaron el invento a Europa y las hicieron de bronce y de hierro. ¡Qué pesadas serían!




Los personajes importantes se daban el lujo de poseer llaves de oro y plata, delicadamente labradas, con escudos, coronas, inscripciones. Algunas eran tan hermosas que se encuentran en museos y colecciones particulares.




Las llaves constan de tres partes: el ojo, por donde se sostiene; el vástago o tija, que es la
parte alargada, y el paletón, que es donde están los dientes. Todas son diferentes, adecuadas a cada cerradura.
Las llaves antiguas eran enormes. Las actuales. son pequeñas y livianas. Llave maestra es la que abre todas las puertas de una vivienda. Y "guardar algo bajo siete llaves” quiere decir guardarlo muy bien.


Revista Anteojito N°1485, p.33
25 de agosto 1993
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¿Qué es el rocío?

Si salís bien tempranito por la mañana al jardín o al balcón de tu casa, verás unas pequeñas gotitas que cubren las hojas y la tierra en las macetas. ¡Es el rocío! Se forma durante la noche, porque entonces baja la temperatura, es decir que hace más frío. El frío condensa el vapor del aire, que es más caliente. Lo vuelve líquido, transformándolo en esas pequeñísimas gotitas que invaden flores, hojas, tallos ¡y hasta las telas de araña!

Revista Anteojito N°1485, pp. 25
25 de agosto 1993
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Para vestir a ud... y algo más

Chacarero, muestra
tu poema a Dios,
bandera de flores
el linar en flor,
bandera argentina
lino y algodón.




Estos hermosos versos de José Pedroni nos hablan del lino y del algodón, las dos plantas textiles que se "ofrecen" para vestirnos. ¿Vamos a conocerlas?

BLANCO COMO LA NIEVE
Soy la planta de algodón o algodonero. Suelo vivir en el Chaco, donde el sol calienta con fuerza. Soy pequeña; no mido más de un metro de alto. Y cuando mis frutos maduran se abren, dejando ver capullos blancos como la nieve. Esos capullos me adornan por poco tiempo, porque sus fibras son aprovechadas para hacer telas. Las separan de las semillas a las que están unidas y realizan un servicio completo: lavado, peinado, estirado. Las fibras pasan por complicadas máquinas que las convierten en telas.




LA HIJA DEL SOL
Civilizaciones muy antiguas conocieron la planta de algodón y su importancia en la confección de telas, entre ellas nuestros pueblos de América. La llamaron la Hija del Sol, porque necesita calor para desarrollarse bien. Con el algodón se fabrican telas muy variadas como: el piqué, que es labrado; el organdi, que es muy suave; la cretona, de textura gruesa, apta para tapizados; el tejido esponja para hacer toallas; y también el delicado terciopelo.








CELESTE COMO EL CIELO
Yo soy la planta de lino. También soy bajita; mido apenas 80 centímetros. Y cuando llega la primavera estallo en multitud de florecitas celestes que semejan un cielo en la tierra. Con mi tallo, convertido en fibras, se preparan hermosas telas para hacer manteles, sábanas, vestidos. Estas telas también se conocen con el nombre de hilo. No soy tan importante como el algodón, pero en la provincia de Buenos Aires y en Entre Ríos hay plantaciones de lino a las que se llaman linares.

ALGO MÁS
Nosotros: cáñamo y yute, no ves-timos a la gente, pero les "prestamos" las fibras de nuestros tallos para que con ellas fabriquen cuerdas, felpudos, alfombras y bolsas. En el Delta del Paraná crece formio. Fue traído desde la lejana Nueva Zelanda (Oceania). Necesita clima suave y muy húmedo. De sus hojas que son grandotas se obtienen fibras muy largas, parecidas al hilo sisal. Desde hace muchos años las plantas textiles tenemos competidoras artificiales: son las fibras sintéticas: nailon, poliéster.

Revista Anteojito N°1485, pp. 04-05
25 de agosto 1993

Un “Don” que no todos tenían


Cuando nos referimos a alguien respetable acostumbramos anteponer a su nombre la palabrita "don". Esto es algo corriente en la actualidad. Pero hace mucho tiempo, para ser nombrado "don" había que pagar. ¡Sí, señor! Era como un título de nobleza. Don deriva de "dominus", que en latín significa "señor". Lo utilizaban los Papas y los obispos. A partir del siglo XVII los duques, los condes y sus esposas podían usar el "don". Entonces apareció el "doña" para uso exclusivo de las señoras. Existe otro "don". Tiene un significado muy hermoso: quiere decir regalo.

Revista Anteojito N°1485, pp. 04
25 de agosto 1993

domingo, 24 de agosto de 2025

LXXX Pasan los patos

He ido a darle agua a Platero. En la noche serena, toda de nubes vagas y estrellas, se oye, allá arriba, desde el silencio del corral, un incesante pasar de claros silbidos. 
Son los patos. Van tierra adentro, huyendo de la tempestad marina. De vez en cuando, como si nosotros hubiéramos ascendido o como si ellos hubiesen bajado, se escuchan los ruidos más leves de sus alas, de sus picos, como cuando, por el campo, se oye clara la palabra de alguno que va lejos... 
Horas y horas, los silbidos seguirán pasando, en un huir interminable. 
Platero, de vez en cuando, deja de beber y levanta la cabeza como yo, como las mujeres de Millet, a las estrellas, con una blanda nostalgia infinita...

Juan R. Jiménez
“Platero y yo”, LXXX

viernes, 22 de agosto de 2025

En tren de progreso

La aparición del tren, en el siglo pasado, produjo una verdadera revolución en el transporte. El tren desarrollo mucho el comercio, al sustituir las lentas carretas que se ocupaban del transporte de las mercaderías. Además, abrió nuevas sendas en lugares hasta el momento remotos.

Vías de superación
El principal inconveniente de los vehículos con ruedas de madera o metal siempre fue la imperfección del camino. Una manera de conseguir un camino más liso era colocar vías para guiar la marcha. Hace unos mil años, durante la Edad Media, aparecieron en Europa las primeras vagonetas que se movían por vías de madera. Se las usaba para extraer minerales de las minas y se las movía empujándolas.

Nace la locomotora de vapor
La primera locomotora fue inventada por el ingeniero ingiés Richard Trevithick (1771-1833) en 1804. Funcionaba con la fuerza del vapor, que por aquel entonces era una novedad. Marchaba a 8 kilómetros por hora y llevaba cinco vagones con 10 toneladas de hierro y 70 pasajeros. Pronto aparecieron otros modelos de locomotoras accionadas por vapor, que incorporaban distintos adelantos, como por ejemplo una con ruedas dentadas, del año 1812.



El tren en la Argentina
El primer tren de nuestro país circuló, en 1857, en la ciudad de Buenos Aires. Era movido
por una pequeña locomotora de vapor llamada La Porteña y recorría una distancia de diez kilómetros desde la estación del Parque (hoy Plaza Lavalle) hasta Floresta. Con el tiempo, su recorrido se hizo más largo y en sus proximidades fueron creciendo importantes centros de población, como el barrio de Flores.
Domingo F. Sarmiento sabía que el ferrocarril era fundamental para el progreso, porque permitía la comunicación y el transporte entre lugares distantes. Al finalizar su presidencia, en 1874, había en el país 1.331 kilómetros de vías de tren.

El tren deja el vapor
El fuego de la caldera de las locomotoras de vapor tenía que ser alimentado con carbón. Se trataba de máquinas muy pesadas, que eran una gran carga para arrastrar. La primera gran revolución en los trenes se produjo cuando se reemplazó el vapor por electricidad, lo que permitió el empleo de motores más livianos. El primer ferrocarril eléctrico comenzó a circular en Londres, hacia fines del siglo pasado. La segunda gran revolución ocurrió alrededor de 1920 con la introducción de los motores diesel, que funcionan con gasoil, un tipo de nafta que emplean los camiones y algunos automóviles.

Otros trenes
Uno de los inconvenientes de los trenes es que interrumpen, a su paso, la circulación de las personas y otros vehículos, como automóviles y bicicletas. Para resolver este problema se construyeron vías a gran altura y también por debajo del suelo. Así, apareció el tren subterráneo, que se mueve por túneles cavados debajo de las ciudades y funciona con energía eléctrica. En Buenos Aires, la primera línea de subterráneos comenzó a funcionar en 1914. Hoy, muchos trenes subterráneos cruzan la ciudad y constituyen un excelente medio de transporte.

Supertrenes del presente
El primer tren de alta velocidad fue el tren bala japonés, que se inauguró en 1964 y alcanzaba la velocidad de 210 km/h. El modelo francés, el TGV (tren de gran velocidad) de 1981, se movía a 270 km/h, y el alemán, el ICE de 1985, llegaba a 345 km/h.

Supertrenes del futuro
En el año 1934, el ingeniero alemán Hermann Kemper ideó un sistema para disminuir la fricción del tren contra las vías. Se trataba de un tren sin ruedas, que flotaba en un campo magnético. Sin embargo, su idea no pudo ser llevada a la práctica porque no se contaba con imanes lo suficientemente poderosos. Recién se la empezó a aplicar hace pocos años, cuando se inició la construcción del Transrapid, un tren alemán que estará funcionando dentro de unos siete años y que alcanzará una velocidad de 420 km/h. El Japón y los Estados Unidos están desarrollando trenes similares.

Revista Anteojito N°1695, pp. 36-37
22 de agosto 1997
https://archive.org/details/RevistaAnteojito1695/page/n36/mode/1up

Arrullo


Lagunita blanca.
Laguna chiquita.
Escondes los sueños
de las mojarritas.

Lagunita blanca.
Pequeña laguna.
En tu cama duerme
la señora Luna.

Lagunita blanca,
préstale tu espejo
a las estrellitas
que vienen de lejos.

María Cristina Casadei


Revista Anteojito N°1695, p.3
22 de agosto 1997

jueves, 21 de agosto de 2025

LXXVIII La luna


Platero acababa de beberse dos cubos de agua con estrellas en el pozo del corral, y volvía a la cuadra, lento y distraído, entre los altos girasoles. Yo le aguardaba en la puerta, echado en el quicio de cal y envuelto en la tibia fragancia de los heliotropos. 
Sobre el tejadillo, húmedo de las blanduras de setiembre, dormía el campo lejano, que mandaba un fuerte aliento de pinos. Una gran nube negra, como una gigantesca gallina que hubiese puesto un huevo de oro, puso la luna sobre una colina. 
Yo le dije a la luna: 

...Ma sola 
ha questa luna in ciel, che da nessuno 
cader fu vista mai se non in sogno. 

Platero la miraba fijamente y sacudía, con un duro ruido blando, una oreja. Me miraba absorto y sacudía la otra...
Juan R. Jiménez
“Platero y yo”, LXXVIII

miércoles, 20 de agosto de 2025

Escarpines


Pies pequeños, regalones,
piecezuelos de Gabriela;
redondos de carne tibia,
rosados de rosa y seda.

Pichones que no conocen
el firme abrigo del cuero,
y en nidos de blanca lana
ensayan sus aleteos.

Hasta el hueco de mi mano
les queda grande, Gabriela,
y sin embargo, muy pronto,
tendrá el camino tus huellas.

¿Qué harán en el suelo duro
esos tus pies tan pequeños?
¿Te llevarán a la dicha
por florecidos senderos?

¡Hágase alfombra la grava!
¡Háganse blandas las piedras!
¡Hágase cuna el camino
para los pies de Gabriela!

Inés
Revista Anteojito N°284, p. 03
20 de agosto 1970
https://fanasdegf.blogspot.com/2025/08/revista-anteojito-n-284-20-08-70.html

lunes, 18 de agosto de 2025

LXXIV Sarito

Para la vendimia, estando yo una tarde grana en la viña del arroyo, las mujeres me dijeron que un negrito preguntaba por mí. 
Iba yo hacia la era, cuando él venía ya vereda abajo: 
—¡Sarito! 
Era Sarito, el criado de Rosalina, mi novia portorriqueña. Se había escapado de Sevilla para torear por los pueblos, y venía de Niebla, andando, el capote, dos veces colorado, al hombro, con hambre y sin dinero. 
Los vendimiadores lo acechaban de reojo, en un mal disimulado desprecio; las mujeres, más por los hombres que por ellas, lo evitaban. Antes, al pasar por el lagar, se había peleado ya con un muchacho que le había partido una oreja de un mordisco. 
Yo le sonreía y le hablaba afable. Sarito, no atreviéndose a acariciarme a mí mismo, acariciaba a Platero, que andaba por allí comiendo uva; y me miraba, en tanto, noblemente...

Juan R. Jiménez
“Platero y yo”, LXXIV

LXXII Vendimia

Este año, Platero, ¡qué pocos burros han venido con uva!. Es en balde que los carteles digan con grandes letras: A seis reales. ¿Dónde están aquellos burros de Lucena, de Almonte, de Palos, cargados de oro líquido, prieto, chorreante, como tú, conmigo, de sangre; aquellas recuas que esperaban horas y horas mientras se desocupaban los lagares? Corría el mosto por las calles, y las mujeres y los niños llenaban cántaros, orzas, tinajas... 
¡Qué alegres en aquel tiempo las bodegas, Platero, la bodega del Diezmo! Bajo el gran nogal que cayó el tejado, los bodegueros lavaban, cantando, las botas con un fresco, sonoro y pesado cadeneo; pasaban los trasegadores, desnuda la pierna, con las jarras de mosto o de sangre de toro, vivas y espumeantes; y allá en el fondo, bajo el alpende, los toneleros daban redondos golpes huecos, metidos en la limpia viruta olorosa... Yo entraba en Almirante por una puerta y salía por la otra —las dos alegres puertas correspondidas, cada una de las cuales le daba a la otra su estampa de vida y de luz— , entre el cariño de los bodequeros... 
Veinte lagares pisaban día y noche. ¡Qué locura, qué vértigo, qué ardoroso optimismo! Este año, Platero, todos están con las ventanas tabicadas y basta y sobra con el del corral y con dos o tres lagareros. 
Y ahora, Platero, hay que hacer algo, que siempre no vas a estar de holgazán. 
...Los otros burros han estado mirando, cargados, a Platero, libre y vago; y para que no lo quieran mal ni piensen mal de él, me llego con él a la era vecina, lo cargo de uva y lo paso al lagar, bien despacio, por entre ellos... Luego me lo llevo de allí disimuladamente...

Juan R. Jiménez
“Platero y yo”, LXXII

sábado, 16 de agosto de 2025

A puertas abiertas

Una puerta es la abertura por la que entramos o salimos de una casa. Puede estar abierta o cerrada. Decimos "a puerta cerrada" cuando guardamos un secreto. En cambio decimos "la puerta está abierta" como señal de bienvenida a los extraños. Y "abrimos la puerta de nuestro corazón" cuando nos encariñamos con una persona.


En la Antigüedad las casas no tenían puertas. Las ciudades, en cambio, estaban rodeadas por una muralla donde se abría "la puerta de la ciudad". Por allí pasaban todas las personas y las noticias, el comercio y las intrigas políticas, y era el centro de la vida pública. La puerta era lo primero que veían los extranjeros cuando llegaban cansados de sus largos viajes.

La puerta de la ciudad de Babilonia era un ejemplo de riqueza y suntuosidad. Dedicada al dios Ishtar, era un largo corredor decorado con toros y leones de ladrillos esmaltados amarillos y azules. Deslumbraba a los extranjeros y a los mismos habitantes de Babilonia. Fue mandada construir por Nabucodonosor en el siglo VI a.C. Actualmente, puede admirarse en todo su esplendor en el museo de Berlín.




La ciudad griega de Micenas, centro del arte y de la cultura micénicos, fue ejemplo de fortaleza impenetrable. Por eso sus puertas debían disimularse en lugar de exhibirse. Su "puerta de los dos leones" es una simple abertura en la muralla de piedra, enmarcada por tres monolitos y dos leones que miran en dirección de los que llegan como preguntando: ¿Quién es?

Revista Anteojito N°1536, p.29
16 de agosto 1994

Guías con cuatro patas: los señuelos


No es tarea fácil reunir la hacienda para encerrarla en el corral o en el potrero. Los encargados de conducir al ganado recurren a una "artimaña" que facilita su trabajo ¿qué hace el hombre de campo para que sus animales lo sigan tan mansamente? Te contamos.

Un duro aprendizaje
Se eligen novillitos de alrededor de un año y medio, en número impar. Ellos serán los "señuelos". Con gritos tales como ¡Fuera! ¡Guay! se los obliga a salir del corral. Se los aparta de los otros animales. No se los trata con amabilidad. Se utilizan lonjas (trozos de cuero) para convencerlos.










Una "madrina" muy especial
Primero es necesario contar con una "madrina". Se trata de una vaca dócil provista de un cencerro o campanita con la que llama a los suyos. Porque vamos a hablarte de un arreo de novillos, los hijos de las vacas, los toritos jóvenes. Están en edad de aprender y éste es el adiestramiento.

Buenos conductores
El aprendizaje dura meses. Cuando ya los novillitos entienden las voces, se suprime la lonja. Ya están en condiciones de acompañar a la vaca madrina como "conductores" de ganado. Porque sus semejantes los siguen dócilmente. Así pueden entrar en los corrales o salir de ellos gran cantidad de animales.

¿Mala conducta?
Así, utilizando estos señuelos, el hombre de campo hace su tarea más simplemente y con mayor rapidez. Este método el de los señuelos también se utiliza cuando se trata de lograr que un animal chúcaro (arisco) "entienda razones", es decir, obedezca las órdenes como todos los demás.

Revista Anteojito N°1536, p.15
16 de agosto 1994

El ajedrez, para España

Juego milenario, lleno de leyendas en torno a su origen, el ajedrez es hoy jugado en todo el mundo, a la vez que se lo considera un deporte. Pero a pesar de las discusiones sobre su creación, no hay dudas de que el primer tratado editado sobre el ajedrez apareció en España.

Para algunos, fue inventado por el griego Palamedes durante el aburrido sitio de Troya. Para otros, por un ambicioso y astuto filósofo llama do Sissa, en la India. Muchos afirman también que los egipcios, cultivadores de casi to das tas ciencias humanas, fue ron sus creadores, basándose en distintas pinturas mura les y reliquias arqueológicas halladas en tumbas reales. Los chinos, por su parte, se atribuyen la invención del ajedrez. asegurando que ocurrió nada menos que en el 1122 a. C. bajo la dinastía Ischen, y que las piezas llevaban entonces los nombres del sol, la luna y las estrellas. Sea como fuere, es probable que jamás nos enteremos de la verdad, aunque nadie duda de su gran antigüedad. En la Edad Media el ajedrez cobró un gran esplendor, y casi podemos decir que toda la Europa culta lo jugaba. Pero tuvo España el privilegio de publicar el primer tratado de ajedrez, el más antiguo que se conoce, en 1497. Se llama "Lucena", y existen actualmente sólo 5 ejemplares del mismo. Es una preciosa edición y bellísimo ejemplo del primitivo arte editorial. Fue además impreso en castellano, cuando todo lo que se publicaba, o casi, era en latín, idioma por entonces universal. ¡Ah, las reglas son exactamente las mismas que las del que hoy jugas vos, casi 500 años después!

¿SABÍAS...
que el rey don Martín de Aragón (España), cuyo inventario de bienes se hizo en 1410. poseyó más de 12 tableros de ajedrez de los más ricos en su tiempo? Sus piezas estaban hechas de marfil, ébano, jaspe cristal, plata, pórfido y nácar.

Revista Anteojito N°1536, p.07
16 de agosto 1994

viernes, 15 de agosto de 2025

Para conservar la imagen

Cuando el hombre primitivo, por primera vez, vio su imagen reflejada en algún lago, posiblemente se haya asustado al creer que se trataba de otra persona. Pero al comprobar que era él mismo, ¡seguro! que le agradó la idea de contemplarse.




Luego nacieron los espejos. Claro que no eran como los de ahora con su brillante superficie plateada. Los primeros espejos se hicieron en metales: bronce o cobre. Eran vistosos y además muy resistentes.





La forma de los espejos era muy variada: redonda, ovalada, con bordes festoneados. Si tenían mango, éste se confeccionaba en marfil, madera o metal; y muchas veces adoptaba la forma de una estilizada figura femenina.




La superficie que reflejaba los rostros estaba perfectamente bruñida. La parte del revés solía decorarse con incisiones que representaban flores, escenas diversas y también inscripciones alusivas.




Con el paso paso del tiempo, los espejos llegaron a convertirse en verdaderas obras de arte. Su misión fue no sólo reflejar la imagen de quien se observaba, sino servir de adorno en casas y palacios junto a cuadros y estatuas.


Revista Anteojito N°1588, p. 28
15 de agosto 1995
https://archive.org/details/RevistaAnteojito1588/page/n28/mode/1up

LXIII Gorriones

La mañana de Santiago está nublada de blanco y gris, como guardada en algodón. Todos se han ido a misa. Nos hemos quedado en el jardín los gorriones, Platero y yo. 
¡Los gorriones! Bajo las redondas nubes, que, a veces, llueven unas gotas finas, ¡cómo entran y salen en la enredadera, cómo chillan, cómo se cogen de los picos! Este cae sobre una rama, se va y la deja temblando; el otro se bebe un poquito de cielo en un charquillo del brocal del pozo; aquél ha saltado al tejadillo del alpende, lleno de flores casi secas, que el día pardo aviva. 
¡Benditos pájaros, sin fiesta fija! Con la libre monotonía de lo nativo, de lo verdadero, nada, a no ser una dicha vaga, les dicen a ellos las campanas. Contentos, sin fatales obligaciones, sin esos olimpos ni esos avernos que extasían o que amedrentan a los pobres hombres esclavos, sin más moral que la suya ni más Dios que lo azul, son mis hermanos, mis dulces hermanos. 
Viajan sin dinero y sin maletas: mudan de casa cuando se les antoja; presumen un arroyo, presienten una fronda, y sólo tienen que abrir sus alas para conseguir la felicidad; no saben de lunes ni de sábados; se bañan en todas partes, a cada momento; aman el amor sin nombre, la amada universal. 
Y cuando las gentes ¡las pobres gentes!, se van a misa los domingos, cerrando las puertas, ellos, en un alegre ejemplo de amor sin rito, se vienen de pronto, con su algarabía fresca y jovial, al jardín de las casas cerradas, en las que algún poeta, que ya conocen bien, y algún burrillo tierno —¿te juntas conmigo?— los contemplan fraternales.

Juan R. Jiménez
“Platero y yo”, LXIII