miércoles, 9 de abril de 2014

La madre del agua

Tanto en la costa fronteriza del río Uruguay, como lejos de ella, y ya en el corazón de la provincia de Corrientes, en la Argentina, en toda la cuenca de la laguna Iberá, se extiende la creencia.
Cuentan que, Isi, es una mujer encantadora de perfectas formas esculturales, que solo llegan a conocer y a poseer algunos. Son los que la maga elige para el placer y la desgracia. Se afirma que estos quedan locos o que mueren después repentinamente, atacados de un mal desconocido, algo así como de una infinita tristeza o de un desgano completo y progresivo para seguir viviendo sobre la tierra.
Para tentar a sus pobres aunque ilusionadas víctimas, la Madre del Agua se muestra primeramente a ellas en toda su espléndida desnudez, a una distancia aproximada de veinte a treinta metros. Desaparece luego, vuelve a mostrarse ya mas lejos o ya mas cerca, continua haciendo lo mismo hacia la orilla en una sonriente y callada invitación. A veces también se presenta de improviso en el monte, saltando y corriendo como una ninfa perseguida que busca amparo.
Principalmente los nadadores, los balseros y pescadores que son los que más andan y se introducen en sus vastos dominios, la buscan y la desean con entusiasmo. También los hombres de campo del litoral que se bañan con frecuencia en los ríos, arroyos y lagunas, no le temen en absoluto. Al contrario, sueñan siempre con ella y quisieran poder contemplar su gran belleza y disfrutar alguna vez de sus dulces caricias embriagadoras y alucinantes.
Sólo a los niños les causa horror y no quieren bañarse nunca sin la compañía guardiana de sus padres. Para ellos, seguramente, la madre del agua es como una bruja terrible y fea.
El sombrío final del poético idilio con la Madre del Agua, es algo que se parece al destino del zángano que muere al poseer a la abeja reina. Igual cosa les sucede a la mamboretá y a otros galanes irracionales. La hembra, después del acto sexual, les devora las entrañas.
La encantadora Madre del Agua no mata enseguida a sus amantes. Solo los condena a desaparecer después de locura o tristeza.

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