jueves, 26 de julio de 2018

La mentira (Velmiro A. Gauna)

Un crepúsculo primaveral, cuando las sombras empezaban a colgar lúgubres crespones en las cosas y la luz fugaba a llorar relucientes lágrimas en el cielo, tres jóvenes entraron, casi en fila india, en el local de la comisaría pueblerina.
—¡Buenas tardes!… —dijo uno de ellos de atuendo ciudadano y aire desenvuelto que los encabezaba y los otros dos hicieron eco.
—Güenas… —respondió don Frutos que recibía un mate de manos del cabo Leiva—. ¿Qué pa vienen a denuncear?
—¡Oh!… No es eso, señor, solo deseábamos obtener de usted un permiso… —contestó el cabecilla del grupo y los acompañantes sonrieron en conformidad.
—¿Supongo que no será pa robar ni pa asaltar?
—¡Qué esperanza!… Únicamente quisiéramos que nos otorgara su consentimiento para poder salir de serenata. Es el cumpleaños de una de nuestras amigas y nos pareció oportuno brindarle una ofrenda musical y, de paso, haríamos lo mismo con otras personas.
—Si el cumpleaños es hoy, ¿tendría que ser esta noche?
—Así es…
—¡Hum!… Concedido, pero no se olviden ‘e portarse bien…
—Pierda cuidado, señor y ¡muchas gracias! —contestó el líder y con sus compañeros dejó el local.
Una vez que quedaron solos, don Frutos expresó al subalterno que le seguía acarreando mates.
—Muy pronto se ha hecho de amigos el sobrino ‘e don Matías…
—A tuitos lej ha caido simpático, anque es algo fantástico y consentido…
—Salió bien distinto al tío… ¿No te parece?
—Mesmo que la noche y el día… El viejo es de ahí pa’l trabajo y no deja su campo ni pa dir a la inglesia.
—¡Ajá!… Dispués que se le murió la mujer bien pudo dir pa la ciudá pa disfrutar ‘e loj pesos que no le faltan y ya ves…
—L’hiso venir a la hermana viuda pa que lo cuide y él sigue yugando como denantes.
—Pa ella que se ha criau a campo no es nada, pero este muchacho debe estrañar grande…
—Por eso anda entreverau en tuitas las diversiones y siempre está organizando bailes, asaus, guitarreadas y ¡qué sé yo!…
—Por las dudas, esta noche cuando salgan pa sus cantos, hacete ver ‘e tiempo ‘n tiempo, no sea que ‘n ves de dedicarse a las guainas se quieran entretener con laj gallinas o loj corderos.

El oficial Arzásola dejó su escritorio, apagó un bostezo y se puso a caminar por la oficina para ahuyentar el sueño que le hacía cabriolas en los párpados, tras una noche de guardia, cuando llegó don Frutos.
—Güenos días, che oficial, vengo a relevarte… ¿Alguna novedá durante la noche?
—No, don Frutos… solo unos muchachos que salieron de serenata, pero me informó Leiva que contaban con su permiso.
—Ansí es y aura andate a descansar nomás…
Iba a retirarse el joven cuando oyeron ruidos de cascos afuera.
—Parece que alguien llega apurau…
—Ya lo oí y temo que deba despedirme de mi cama…
En ese mismo instante un paisanito se hizo presente haciendo girar el sombrero entre las manos.
—¿Güenos días m’hijo qué te trae tan temprano por estos laus?
—Una cosa fiera que ha pasau ‘n la estancia ‘e don Matías, pues…
—A ver, haulá…
—Me ha mandau ‘l patroncito pa que les avise que cuando él golvió, hace un rato, lo ha encuentrau al tío n’el corral ya difunto muerto.
—¿Qué le pasó?
—No sé, pues… Me vino a dispertarn’el galpón y me mandó, pero pa mí don Matías, a quien le gustaba levantarse temprano tiene que haberse caído ‘l caballo.
—Un criollo como él cai parau.
—Entonces le debe haber dau un mal o ¡vaya a saber!
—Lo siento, che oficial, pero vaj a tener que acompañarme.
—Por supuesto, señor… El deber está por encima de todo.
Alistaron sus cabalgaduras y en compañía del peón fueron hasta una estanzuela que se encontraba a la entrada del pueblo. Allí los recibió Jorge, el sobrino, que los condujo hasta un corral de palo a pique, donde se encontraban varios caballos que, al verlos entrar, se arremolinaron y escaparon inquietos hacia un extremo mientras unos potros atados a unos postes, a la espera de ser domados, se sacudían inquietos tratando de romper el lazo que los sujetaba.
Cerca de la tranquera, junto al pie del cercado, y no lejos de uno de los potros, que se alzaba sobre las patas traseras y resoplaba impotente estaba el cuerpo de un hombre alto, de cabellos canos y vestido a la usanza criolla.
—¿Qué le pasó? —interrogó el comisario cuyos ojos vivaces observaban el poncho tirado en el suelo y unos elementos para ensillar a un costado del caído.
—Bueno, cuando volví esta mañana del pueblo me encontré con que tío Matías ya se había levantado y estaba en el patio. Al verme dijo si quería presenciar cómo domaba un potro, así, al mismo tiempo, aprendía algo de las faenas camperas.
—¿Y vos aceutaste?
—Por supuesto que sí… Entonces él fue a buscar un poncho y, además, esas otras cosas para ensillarlo y vino al corral. Me dijo que como era temprano no quería molestar a los peones y que mi trabajo iba a ser sencillo.
—¿Le ibas a servir ‘e pagrino, pa?
—No, solo iba a mantener tapada la cabeza del animal mientras él ensillaba para montarlo… Una vez que estuviese arriba debía soltarlo y nada más…
—¿Al montar cayó y se golpeó o qué pasó? —interrogó Arzásola.
—La cosa fue diferente… Mi tío tomó el poncho y fue hacia ese potro que, al verlo cerca, se encabritó y pareció abalanzarse sobre él, entonces se retiró rápidamente hacia atrás, pero dio un traspié y cayó golpeándose la cabeza contra un poste…
—En efecto —asintió Arzásola— tiene un golpe en la parte occipital con probable fractura.
—Me arrodillé a su lado y al verlo desmayado le eché aire con el sombrero para hacerlo reaccionar… Después de un momento sentí algo húmedo entre mis dedos y vi la sangre. Comprendí que la cosa era más grave, pero ya era tarde… cesó de respirar y el corazón se detuvo.
—¿Por qué no llamaste a los piones?
—Me aturdí al principio y después cuando supe que era inútil pensé que lo mejor era no tocar nada y mandar por usted.
—Güeno, Arzásola, anotá lo que hay acá pa ponerlo ‘n el sumario.
—Muy bien, señor…
—Un poncho… bajeras… matras, caronas, bastos, cincha, cojinillo, sobrecincha, freno, un rebenque… ¿Está bien?
—Sí, don Frutos.
—Firmá aura pa que puedas riclamar luego estas cosas porque laj vamoj a llevar pa la comisaría.
Rápidamente el sobrino se dispuso a hacerlo, pero el comisario lo detuvo.
—No, controlá primero… No quiero que suebre ni que falte nada: Un poncho… bajeras…
Medio de mala gana el mozo accedió al inventario y después firmó al pie de la lista.
—Aura anda a ordenar pa que hagan los priparativos pa’l velorio y l’entierro y mañana, dispués ‘e golver’l cimenterio, pasá por la comisaría pa seguir con el sumario.
—¿Falta algo? Si solo fue un accidente…
—Naides dice lo contrario, pero ‘l sumario igual tiene que hacerse.
—Muy bien, mañana por la tarde iré.

Vestido con ropas oscura y con severo continente, hizo su entrada, al otro día, Jorge en el recinto policial.
—Desearía, señor comisario, que la diligencia fuese rápida porque tengo que regresar con premura para consolar a mi atribulada madre que sufre por la pérdida del hermano.
—¡Cómo no!… Tuito depende’ que vos digás la verdá y no te enriedes con mentiras…
—No le permito esa insolencia…
—Mirá, dejate de palabras al cuete y haulemos claro… Vos decís que tu tío te invitó pa que lo veas domar, que trujo un poncho y ese riendaje pa’ ensillarlo y yo te digo que mentís…
—Su palabra vale tanto como la mía.
—Güeno, vamoj a priguntar a otro… ¡A ver, Leiva!
—Ordene, don Frutos.
—Mirá, este mocito dice que don Matías lo invitó pa que lo viese domar y que pa ensillar al animal se llevó esas cosas que están sobre la mesa y yo le digo que miente. ¿Vos que decís?
—¿Pa domar, dijo?
—Ansí es…
—Entonces y que no se vaya a ofiender, pero miente…
—¡Claro! Como es un subalterno suyo tiene que apoyar su palabra, pero yo me mantengo en lo que dije.
—Está bien… Pa que veas que no es cosa nuestra vua a mandar por alguien que sea ajeno… Andá Leiva y traite a los dos primeros que pasen…
Salió el cabo, y, al momento, regresó con dos paisanos que llegaron un poco azorados.
—Qué pa le anda pasando don Frutos que nos hizo buscar —dijo uno de ellos.
—No se asusten que no es pa nada malo. Quiero que salgan ‘e jueces n’un aunto que tengo con este joven.
—¡Ah! El sobrino ‘e don Matías… L’ acompaño n’el sentimiento —exclamó el otro y le tendió la mano.
—¿Ves que son gente güena?… Aura vaj a ver como ellos tamién me apoyan…
—¿En qué le podemos ser útiles, don Frutos? —inquirió el primero.
—Güeno, este mozo dice que don Matías lo invitó pa que lo viese domar… ¿No es ansí?
—Así es…
—Y que pa eso el finadito fue y buscó tuitas esas cosas… Véanlas…
Los recién llegados se inclinaron sobre el apero y uno dijo:
—Vea, comisario, como el señor es pueulero haberá entendido mal… Don Matías le haberá dicho pa verlo montar…
—No, señor, me dijo para que lo viese domar.
—Entonces y con su licencia, pero yo creo que usté miente.
—Y usté qué opina, don Juan —preguntó don Frutos al segundo.
—Si era pa verlo domar yo también digo que no puede ser.
—Muchas gracias y ¡adios!
—¡Adios don Frutos! —respondieron los hombres y se fueron.
Jorge se removía confuso y cruzaba y descruzaba tos dedos, reinó un momento de silencio y, luego, el comisario, dijo:
—Si seguís con tus mentiras vua a pensar en algo pior… Te conviene que me digás la verdá… La cosa no jué como vos dijistes…
—¿A lo mejor, si lo ponemo n’el calaboso pa que piense? —sugirió Leiva.
—Está bien —accedió el joven vencido—. Ayer cuando volví, después de la serenata encontré a tío en el patio. Se enojó por mis salidas y me amenazó con echarme de casa. Le contesté que él no era mi padre para gritarme y, entonces, alzó su látigo y se me vino encima. Sin deseos de hacerle mal y con solo el ánimo de defenderme le di un empellón con tan mala suerte que cayó y se golpeó la cabeza contra el palenque. Creía que se había desmayado, pero cuando no lo vi volver en sí, busqué el corazón y ya no latía. Me asusté enormemente porque iban a pensar que yo lo había matado.
—¿Por lo que pensaste engañarme haciendo creer n’ un asidente?
—Es verdad… Como todos dormían lo alcé y llevé al corral, luego busqué las cosas necesarias para una doma… No sé cómo pudo descubrir que no era cierto…
—Por un pequeño detalle m’hijo… Por el freno…
—¿Y qué tiene? ¿Acaso no se usa para ensillar?
—Sí, pero no pa domar… Si usás freno le vas romper la boca al bagual. Naides que sepa un poco ‘e campo inora que pa domar se usa el bosal y nunca el freno… Por eso enseguida tuitos supieron que mentías…
Velmiro A. Gauna

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