El hombre vive aguijoneado constantemente por la ansiedad de viajar. Así como después de algunas horas de estar en su casa, entregado a las tareas habituales, siente la necesidad de salir, de vagar, de contemplar distraídamente las cosas de la calle y mezclarse a su agitación, del mismo modo experimenta al anhelo de abandonar por un tiempo el sitio en que reside.
Yo también me encontré alguna vez apartado de Buenos Aires y había cedido al ansioso impulso de conocer las capitales deslumbrantes, en que las generaciones creadoras aglomeraron las artes delicadas y las industrias finas.
En París bajo los castaños de opulenta copa, y en Berlín bajo los tilos plateados de nieve, sentí la dicha de no deberme a ninguno, de no atarme a nada, y de ser como el pájaro y como el viento un deliberado trasunto de mi voluntad orgullosa. Pero mi alma no tardó en cubrirse de sombras. En medio de las metrópolis sujetas a mis placenteros deseos de excursionista, me puse a pensar en la patria, en la ciudad sin secretos para mi, sin recelos para mi espíritu, y que me ofrece en su familiaridad doméstica la certidumbre del amparo.
¿Qué soy yo en Londres, en París, en Berlín?
Soy el viajero, el que lleva por denominación la cifra del cuarto del hotel en que pernoctó. Me gusta viajar. Quisiera ser rico para transitar por la feria del mundo.
Visitaría a menudo las ciudades ilustres, los centros venerables, mas, sería para retornar a los lares patrios con renovado fervor, para saborear, en el rincón en que reposaré en el reposo sin fin, la vida fuerte y nerviosa, la vida rica y plena del ser con adherencias potentes.
Nosotros los argentinos tenemos otro motivo, individual y humano a la vez, para que ese vínculo sea más recio y más despótico. Nos sabemos, no ya habitantes de un país, sino sus constructores.
Somos sus colaboradores tenaces. Si dejamos caer los brazos en la inercia somos sus enemigos, si nos anima el frenesí generoso en lo que desempeñamos, sea esto humilde e ignorado servicio o señalada función, somos sus diligentes obreros. Lo moldeamos con el arado que hendimos en el surco, con la página fugas que escribimos, con el utensilio que fabricamos. Y esa sensación de ser alguien, afila y fortifica la energía fecunda del argentino, que ha hecho una patria amable, la ha despojado de los enconos agresivos de las patrias seculares, la ha plasmado en el ideal de su vivir pacífico y le ha dado la hospitalidad cordialidad del pan caliente.
¿Queréis de este pan, viajeros entristecidos del mundo? ¿Queréis asentaros en vuestra inestabilidad y repartiros con nosotros el suelo proficuo y el cielo clemente?
Viajeros cansados que perdisteis la fortuna de experimentar la nostalgia de la patria nativa, que mudáis de países como un mendigo muda los umbrales, yo tengo para vosotros el terrón de tierra que os apretará con dulces garfios, el techo fraternal, el buen abrigo.
Alberto Gerchunoff
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