Atardecer en el campo, luce triste y rojo el horizonte. Sentada bajo la galería una anciana mira entrar el sol. Se arropa con su manta y en el silencio del campo retumban sus pensamientos.
A lo lejos silba una perdiz… ¡¡¡Ay José!!! ¡¡¡Cuánto me duele el camino!!! Solía decirte que no te apuraras en volver del pueblo, me gusta la soledad en el campo. Mis plantas, mis animales y yo no sentíamos el paso del tiempo y nos sorprendía tu regreso. Mi caballo, atado bajo el ombú del patio, jugaba con la coscoja, esperando que lo desensille y le dé su morral, mientras yo trajinaba a pie con las ovejas, los terneros y las cabras. Va a helar, está muy frío, ya ha parado el viento pampero, pensaba, mientras tapaba mis plantas bajo la galería.
Removía las cenizas del fogón, calentaba la pava grande, por si querías bañarte y te esperaba adivinando cuando te acercabas, por el movimiento de los animales en el corral o por las zalamerías de mi cuzco de compañía. Me contabas las novedades del pueblo y me sorprendías con alguna golosina o con un beso con aliento a ginebra con permiso de domingo.
A lo lejos se oye el ruido de la ruta, silencio en los viejos corrales de palos y ramas, la vista recorre el patio con la maleza crecida y amarilla, el horno proveedor de sustento yace medio derruído y con la boca abierta de dolor y asombro por la desolación que hoy se ve en esta casa… Un triste día de agosto como hoy, te cubrió la noche con su poncho negro y helado. Lo que sucede es mi vejez, la tristeza del tiempo en el almanaque y la añoranza del amor. Dicen que las almas buenas no se van del todo del lugar donde fueron felices y eso es lo que me ayuda a seguir como si nada hubiera pasado y fueras a regresar en cualquier momento del pueblo. Hoy no vinieron los hijos, están en la zafra o juntando algodón o quizás se fueron para Buenos Aires a buscar la fortuna que aquí nunca lograrán. ¿Y allá? Será fortuna vivir como se ve en las fotos grises de los diarios que leo cuando en el almacén me envuelven las papas. Ellos tienen sueños, fuertes los brazos y el coraje que heredaron de sus padres para enfrentar la vida… lo demás es encontrar el camino justo. Vuelan, pero saben que aquí en esta casa están sus raíces y el regazo de su madre, para recibirlos cuando algún golpe del destino los haga trastabillar. Algún día solamente tendrán recuerdos y alguna flor para llevar a donde todo es silencio.
Atardece este domingo de invierno en el campo y estoy viva… mejor me voy para adentro.
Lydia Musachi
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