El algarrobo es árbol tradicional, indianista, blanco de corazón, dulce en la fruta, caritativo, popular y, de tan humano, propicio a todo olvido de penas, a la danza, al amor, a la religión y a la alegría.
Véamoslo en pleno secadal, rodeado de un innumerable populacho de plantas bajas, deprimidas y ruines. En la estación que el sol tropical calcina e incendia, donde el agua es el sueño rara vez alcanzado por el matorral espinudo, de hojas como garras; donde la piedra reverberante ríe sarcásticamente de la ilusión por el ansiado líquido; donde hasta los pájaros son de mezquita carnadura, como si los hubiese estrujado la mano de un implacable destino; donde la tarde, de toda la línea de los azotados horizontes, álzase como un vuelo maldito la desnuda blasfemia de la tierra reseca, sin un perfume de melancolía, sin un adorno de retórica, siquiera, sin la remota humedad de una lágrima; donde la tierra no puede llamarse madre, sino más bien madrastra; allí, en medio de la agria negación de la naturaleza, tu te yergues, ¡oh hermano vegetal!, bajo el rigor del sol, sobre el rigor de la tierra, entre el rigor del ambiente, como una bendición, como una sonrisa que en el imperio del egoísmo absoluto se da toda entera, como un oasis de claro verdor, como un ave de ramas y hojas y de florido canto, como un perdón, como una esperanza, como una consolación, como un alma… ¡Bendito seas sobre la aridez de los campos!
Hunde sus raíces diez, quince metros en la tierra cicatera, y le extrae sus más escondidos jugos. Hay muchos algarrobos centenarios, porque para desarrollar su tronco, sólo, necesitan larguísimos años. Es tal árbol un prodigio de fuerza, de constancia y de valor. Penetra en la tierra ingrata su raíz pertinaz, poco a poco, luchando contra todos los rigores y, conforme va encontrando los jugos nutricios, alza el tallo, engruésalo hasta ser árbol corpulento, tiende la abundante copa a la vez blanda y resistente, que los vientos mecen, y se place en regalar al pobre su vaina alimenticia. El es el árbol, según el paisano lo denomina por antonomasia.
Carlos B. Quiroga
“Letras” pág. 22-23
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