Anonó, nena mía. Ya se durmieron todos los chiches en el suelo: el oso de peluche, la vaquita de cuero, el sapito de lata, el sonajero.
Ya se durmieron todos los pájaros del cielo, las ranas de los charcos, los barquitos del puerto.
Anonó, nena mía.
La muñequita rubia ya tiene los ojitos cerrados, hace frío y le puse la manta rosa y blanca de cuando eras bebita.
Los cubos de colores formaron una hilera de verde y amarillo, de naranja y de lila.
Y hay mucho viento afuera.
Anonó, nena mía.
Tus piecitos gordos sobre mis muslos blandos son como dos pimpollos.
Afuera hay viento y tiemblan las estrellas. No temas, ellas velan el sueño de los niños y la luna aprovecha la soledad, el silencio, para contarle al río que esta tarde, en la escuela, te ensuciaste las manos con pomos de acuarela y la hiciste rabiar un poco a la maestra.
Anonó, nena mía.
Mis manos son dos nidos entibiando la dulce seda de tus manitos.
Ya te he contado el cuento del angelito bueno que a los chicos que duermen les deja un puñadito de sonrisas celestes.
Ya te he contado el cuento del hada que hizo flores para la primavera y la hormiga traviesa que se comió los brotes de la planta que crece en la maceta.
Todos están durmiendo. Todos, pero tú tienes los ojitos abiertos...
Y me miras y piensas cosas que no me dices y yo adivino a tientas.
No me iré de tu lado, si es lo que te preocupa. ¡Las mamás siempre están al lado de sus nenas! ¡Nunca las dejan solas, ni siquiera cuando no están con ellas!
Tienen un arrorró dentro del corazón y lo van entonando a lo largo del día. Y tienen, además, una canción de ronda y una canción de amor y de alegría. (Y un poco de pesar y de melancolía).
Anonó, nena mía.
Yo también tengo miedo del rayo y de la tormenta, del mar embravecido, del reloj que se apura para que envejezca.
Pero te haré dormir todas las noches. Todas. Y después de que te duermas, me quedaré un rato para oírte respirar. Y después de dormirme, despertaré cada vez que te muevas en tu cuna.
Responderé a tus risas, una a una.
Responderé a tu llanto.
Le daré una respuesta a todas tus preguntas.
Anonó, nena mía.
Ya se apagó la lumbre. Ya se durmió la rosa. Dentro de poco, la oruga será una mariposa, y ese globo travieso que se escapó esta tarde de tu mano buscará un lugarcito en algún campanario, y mañana temprano, despertará asombrado entre el sonido claro de las campanas mansas, doraditas y lisas, que llaman a misa.
Duermen la calesita, los zapatitos blancos de pasear, la pelota que salta entre tu risa como una nota loca.
Duerme papá, cansado del trajín del trabajo.
Y mientras tus ojitos se velan con sus párpados, mamá te acuna, y una por una las tormentas del mundo van cesando... y una a una las lágrimas del mundo se han secado.
Anonó, nena mía.
Despacio, despacito, para no despertarte, me hago nido a tu lado, y cuando tu cuerpito está quieto y caliente, te doy un beso largo y amoroso en la frente y te llevo a tu cama.
La luna se durmió en la ventana.
Cuentos para Verónica
Poldy Bird
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