miércoles, 18 de septiembre de 2019

La nube

Lo mismo que un ensueño, se alzó de un lago azul,
y se fue por los aires, como un ángel, al cielo.
Perdiase en la altura, cual irisado tul,
con su cuerpo de lágrimas y su ánima de vuelo…

Iba cambiando formas, como cambia una idea,
alegre de tan leve, ligera de tan pura;
entregándose al sol, alumbraba una aldea,
y a través de las noches, llevaba su blancura…

Era una nube extraña cual un recuerdo vago,
que había recorrido ya muchos horizontes
sin derramar sus aguas, siempre como un amago,
sobre los valles tierno y los áridos montes.

El labrador al verla, decía:-“Es mi fortuna”;
y el párroco del pueblo:-“Se ha cumplido un milagro”.
Le cantaban los líricos seres de la laguna,
y la miraba ansiosamente, el ganado magro…

Pero ella proseguía cabalgando en los vientos,
ebria de azul espacio, como una vida bella…
Era un deseo informe de los campos sedientos;
pasaba, y los jardines suspiraban por ella…

Un día de detuvo, tal vez para pensar
si daría a una playa salobre su dulzura;
mas luego siguió andando, carabela en un mar,
como si fuera toda aquella amargura.

Por fin, en un desierto vio una tumba, una cruz
y un nombre; solo un nombre que el tiempo obscurecía,
y empezó a desgarrarse su hondo seno de luz,
para vencer las sombras del pobre que dormía.

Y sacudió la tierra, sin despertar al muerto;
y se deshizo en llanto, cual fantástica viuda;
y derrochó el tesoro que tenía encubierto,
dándose en dulces besos, hasta quedar desnuda.

Y después, batió el vuelo. Parecía un alma sola.
Transparentaba estrellas: ya no era más que un tul
que se iba deshaciendo como débil ola.
Y al lado de la tumba, brotó una flor azul…
Pedro Miguel Obligado 
“Letras” pág 41-42

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