miércoles, 18 de septiembre de 2019

Puente de cristal

Cruzo tu puente de cristal
con pasos de violeta,
de puntillas, y azul el delantal,
igual que de pequeña...

Para que no se despierten mis hermanitas, y po­damos estar un rato a solas; para que todas tus caricias sean para mí por esta vez, mamá. Que no me oigan las rosas, que no me oigan los gri­llos, que el aire no me oiga, para que no vayan a hacer algún garabato que te entretenga y te haga quitar de mí tus lindos ojos verdes. Mirá, me porto bien. Mirá, como una señorita. No me he ensuciado los zapatos; no me he arru­gado la pollera, ni se me han soltado los moños de las trenzas.
Haré lo que tú digas: dormir la siesta, levantar­me sin llorar para ir a la escuela, tomar toda la leche sin dejar en la taza ni un poquito, aprenderme las tablas de memoria y que me fe­licite la maestra.
Haré lo que tú quieras: no pelearé con mis hermanas nunca, no robaré ciruelas de la frutera, no mentiré a las otras niñas que a veces cuando el viento es espeso puedo volar como las mari­posas.
Haré lo que tú digas, haré lo que tú quieras: pero no te me vuelvas a marchar, no te vuelvas a ir sin despedirte, sin decirme por qué te caes de los trenes y te me quedas muerta, ¿muerta por cuánto tiempo? ¿muerta por qué, si no me has explicado todavía qué es eso de morirse sin ser vieja?
Ya no me acuerdo bien si me contabas historias, pero si no sabes historias, no te apenes, yo in­ventaré miles para ti, para que no te aburras a mi lado, para que no me dejes otra vez. Y te compraré un piano... Madre: profesora de piano, y con lo que te gustaba tocar el pia­no... nunca te oí tocarlo, y no había piano en casa, ¿por qué no vendiste todas mis muñecas y mis vestidos nuevos y mis lápices de colores y compraste tu piano para hacerte collares con notas musicales cuando estabas triste?
No me vayas a hablar fuerte, mamá, que se des­pierta toda la casa y vienen a ver y empiezan a querer hacerte preguntas, y a tironearte el cariño para uno y otro lado, y yo me quedo otra vez sola...
No vayas a reírte fuerte, mamá, con esas car­cajadas tan de cristal y límpidas, tan de cuchara de plata golpeando una copa, tan de campana llamando a misa de domingo.
Habla bajito, ríete despacio, que nadie te es­cuche, nadie más que yo. Dame un beso. Dime un verso. Y si alguien en­tra de repente a mi cuarto, y me pregunta de quién era esa voz, con quién estaba hablan­do... Le diré simplemente que cantaba mien­tras lustraba el marco de plata de tu retra­to... Y quién va a imaginarse que le miento; quién va a verte en el aire, como te veo yo, na­cida de un ramo de rosas, viajando por la acua­rela cambiante de la tarde.... qué van a imagi­narse, madre, si yo tengo mi aspecto de señora, con tacos altos, con mi anillito de casada, con mi orden a dentro del placard... y las que habla­mos, las que estamos juntas, somos: tú, hecha de flores y arrancada del olvido por mi desesperación, y yo... pero yo de seis años, de siete años, hasta de ocho podría ser, pero nunca de más; yo con trenzas que no uso, con mediecitas blancas que no uso, resignada a mostrarme gran­de ante los otros para que no vayan diciendo que estoy loca.

Cruzo tu puente de cristal
con pasos de violeta,
de puntillas, y azul el delantal,
igual que de pequeña...

Igual que de pequeña, mamá. Dame un abrazo, pero no hagas ruido, para que nadie se despier­te y podamos estar un rato a solas.
Y yo pueda decirte de miles de maneras, feliz día de la madre, que hace tantos años, mamá, que no te lo decía.

Poldy Bird

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