¿Cuánto hace que nunca regresaste?
Me parece que mil años.
Pero mil años no puede ser, porque nadie vive mil años.
Entonces debe ser un año. No, no. Un año tampoco. Un mes. No, no. Apenas diez días.
Dijiste: “El próximo viernes vuelvo”.
Y yo me puse a esperarte en el mismo instante en que pronunciaste esas palabras.
Tal vez porque la palabra es para mí tan importante, me aferro a las palabras que me dicen con desesperación de náufrago a un madero en medio del océano.
Y tu voz tiene, además, una tonada que hace que todo lo que digas parezca transparente, lavado en un lago celeste, amaneciendo.
Me juró que jamás volveré a creerte, que jamás confiaré en ti.
Hay un largo silencio entre los dos, una ausencia infinita.
No te llamo.
No me llamás.
No me escribes.
No te escribo.
No construyes un puente.
No tengo cómo llegar a tu lado, porque no hay puente para cruzar.
Y el día menos pensado te apareces, caminando apurado.
– ¿Cómo has estado? –preguntas.
Y yo me creo, estúpida de mí, que estás interesado en eso que preguntas, que de veras quieres saber cómo he estado.
Trina un ave azul dentro de mi pecho.
El pecho se me vuelve también un cielo azul.
Todos los juramentos que me hice a mí misma se desvanecen: que no escucharía nunca más, que no te miraría nunca más, que haría como si nunca nos hubiésemos conocido.
Sólo tres palabras, y el rencor se acurruca en un rincón.
“¿Cómo has estado?”.
Ay, qué te digo.
¿Te digo que me he llevado a la rastra, que me he obligado a levantarme de la cama, que si los amigos no me insistían imperativamente, me quedaba encerrada en mi casa, día tras día, sin ver la calle?
¿Te digo que cerré los puños con rabia, con ganas de vengarme?
¿Qué te odié hasta sentir dolor de tripas?
¿Qué deseé que todo te fuera mal, que fracasaras, que sufrieras, que no pudieras dormir de noche, que la angustia te abrazara con un abrazo de boa constrictora?
¿Te digo que no pude arrancarte de mi pensamiento, que me he frotado los ojos hasta enrojecerlos para quitarles tu imagen permanente, asediando?
¿Que has estado sentado a mi mesa, frente a mí, quitándome las ganas de comer?
¿Que te has sentado en la cama, junto a mí, dándome insomnio, impasible y quieto?
¿Que te has sentado a mi lado en el cine, y no has dejado que yo viera la película, tranquila, concentrada en su trama, en sus actores, en su imagen?
¿Te digo todo eso?
¿Que te amé, te odié, te necesité, te deseé, te extrañé, te imaginé, te maté, te resucité, te destruí, te construí?
Me controlo.
Miro tus ojos, que reciben mi mirada pero no emiten ninguna señal. Solo aguardan, alejados en la cercanía, y te respondo:
– Bien.
Y aceptas la respuesta.
Y no preguntas, no indagas, no quieres saber, en realidad, nada. Te conforma y te tranquiliza mi “Bien”.
Entonces empieza tu monólogo de excusas; que has tenido problemas con el trabajo, con la familia, con los proyectos, con esto y aquello. Que verdaderamente ibas a venir aquí el viernes pero todo te fue adverso.
No estás enterado de que al día siguiente de tu partida un conocido de los dos me dijo que ya no regresabas hasta una fecha lejana, que te habías despedido por un largo tiempo.
No estás enterado de que me mientes y lo sé.
Me parece que lo único que pretendes es saberme segura y quietita, aquí nomás, en el encierro que significan las esperas, mientras tú despliegas tus rápidas alas de águila.
– ¿Cómo has estado?
– Bien.
Pero juro que es la última vez.
Que nunca más me convencerás.
Que no rezaré para que se realice el milagro de que me digas que me amas.
Que no te esperaré cuando vuelvas a marcharte.
Que no recordaré ni te extrañaré ni pensaré en ti.
Juro, juro, juro que no habrá otra vez.
Pero sí, esta vez. Esta… Dios mío.
¿Y si acaso me dijeras te amo?
¿Y si acaso existieran los milagros?
Poldy Bird
Es la prosa más hermosa que he leido alguna vez, creería que allá por el principio de los 90'
ResponderBorrar