miércoles, 23 de octubre de 2019

El manantial

En un caluroso día de verano, tres viajeros se reunieron junto a un fresco manantial. 
Este se encontraba al lado del camino; rodeábanle algunos árboles y fino y húmedo césped; el agua, pura como una lágrima, caía en un recipiente naturalmente hecho en la piedra, luego se vertía para esparcirse por la pradera. 
Los viajeros descansaron a la sombra de aquellos árboles y bebieron agua del manantial. 
Junto a él vieron una piedra sobre la que se leían estas palabras: 
“Pareceos a este manantial.” 
Los peregrinos leyeron la inscripción; después se preguntaron su significado. 
-Es buen consejo, -dijo uno de ellos, comerciante- El arroyo corre sin cesar, va lejos, recibe agua de otros y se hace un gran río. Así, el hombre debe imitarle ocupándose de sus asuntos, y siempre triunfará y conseguirá riquezas. 
-No, -dijo el segundo viajero, un joven.- A mi entender, esa inscripción significa que el hombre debe preservar su alma de los malos instintos, de los deseos malos; su alma debe estar tan pura como el agua de este manantial. Actualmente, esta agua da fuerza a los que, como nosotros, se detienen para beber; si hubiese atravesado el universo, si el agua estuviera turbia, ¿qué utilidad tendría? ¿quién la querría beber? 
El tercer viajero, que era anciano, sonrió y dijo: 
-Este joven tiene razón. El manantial, dando de beber a los sedientes, enseña al hombre a practicar el bien indistintamente, sin esperar recompensas, sin contar con el agradecimiento. 

Tolstoy 
“El Adulto” pág. 47-48

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