En un caluroso día de verano, tres viajeros se reunieron junto a un fresco manantial.
Este se encontraba al lado del camino; rodeábanle algunos árboles y fino y húmedo césped; el agua, pura como una lágrima, caía en un recipiente naturalmente hecho en la piedra, luego se vertía para esparcirse por la pradera.
Los viajeros descansaron a la sombra de aquellos árboles y bebieron agua del manantial.
Junto a él vieron una piedra sobre la que se leían estas palabras:
“Pareceos a este manantial.”
Los peregrinos leyeron la inscripción; después se preguntaron su significado.
-Es buen consejo, -dijo uno de ellos, comerciante- El arroyo corre sin cesar, va lejos, recibe agua de otros y se hace un gran río. Así, el hombre debe imitarle ocupándose de sus asuntos, y siempre triunfará y conseguirá riquezas.
-No, -dijo el segundo viajero, un joven.- A mi entender, esa inscripción significa que el hombre debe preservar su alma de los malos instintos, de los deseos malos; su alma debe estar tan pura como el agua de este manantial. Actualmente, esta agua da fuerza a los que, como nosotros, se detienen para beber; si hubiese atravesado el universo, si el agua estuviera turbia, ¿qué utilidad tendría? ¿quién la querría beber?
El tercer viajero, que era anciano, sonrió y dijo:
-Este joven tiene razón. El manantial, dando de beber a los sedientes, enseña al hombre a practicar el bien indistintamente, sin esperar recompensas, sin contar con el agradecimiento.
Tolstoy
“El Adulto” pág. 47-48
No hay comentarios.:
Publicar un comentario