de la tierra argentina calcinaba
la fecunda y magnifica región.
Mugían en los campos los ganados,
ya trémula la voz,
y los pacientes bueyes escarbaban
la tierra estéril, sorda a su clamor.
Implacable, entre cárdenos vapores,
su fuego arroja el sol,
y en errantes columnas, lanza el viento
remolinos de polvo abrasador.
Ya no entonan alegres los horneros
su vibrante canción;
pasan mustios, callados, muchos días
a la sombra del árbol protector.
Ven, en sueños nidadas de polluelos,
y, en paterna ilusión,
sienten ya bajo el ala cariñosa
de sus hijos el grupo bullidor.
No padecen de sed, porque el rocío
que en la noche cayó,
entre las hojas del ombú, les brinda
refrescante y purísimo licor;
Ni víctimas del hambre desfallecen,
porque en toda estación
ya en el suelo aprisionan, ya en los aires,
las alas del insecto volador:
Están tristes y mudos los horneros,
no entonan su canción,
porque son arquitectos, y no hay barro
para hacer el palacio de su amor.
Rafael Obligado
En“El Adulto” pp. 84-85
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