El perro, fiel al hombre, conservará siempre parte de su dominio, un grado de superioridad sobre los demás animales; él mismo reina a la cabeza del rebaño, del que se hace oír mejor que la voz del pastor: la seguridad, el orden y la actividad; es un pueblo que le está sometido, que conduce, que protege, y contra el cual jamás emplea la fuerza sino para mantener la paz. Pero en la guerra contra los animales enemigos, es cuando brilla sobre todo su valor y se despliega toda entera su inteligencia.
El perro semihundido Francisco José de Goya y Lucientes Museo del Prado, Madrid |
El perro, además de la belleza de su forma y de su vivacidad, fuerza y ligereza, tiene en el más alto grado todas las cualidades interiores que pueden atraerle el cariño del hombre. Un natural ardiente, colérico, aun feroz y sanguinario, que en el perro salvaje infunde recelos a todos los animales, cede en el perro doméstico a los sentimientos más cariñosos, al placer de apegarse y agradar. Viene arrastrándose a poner a los pies de su dueño su valor, su fuerza, sus habilidades; aguarda sus órdenes para ejecutarlas; le consulta, le interroga, le suplica; basta con una mirada, pues comprende los signos de su voluntad. Sin tener como el hombre la luz del pensamiento, tiene todo el calor del sentimiento; posee en mayor grado que éste la fidelidad, la constancia en sus afecciones; él es todo celo, todo ardor, y todo obediencia. Más sensible al recuerdo de los buenos oficios que al de los ultrajes, no se desalienta a causa de los malos tratos; los sufre, los olvida, o los recuerda únicamente para apegarse más; lejos de irritarse o huir, se expone de por sí a nuevas pruebas: lame esa mano, instrumento de dolor, que acaba de pegarle, no oponiéndole más que quejidos, y desarmándola con su resignación y rendimiento.
Jorge Luis Buffon
“Cien Lecturas” pág. 220-221
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