¿Quién no ha admirado un jardín? ¿Quién no se ha detenido junto a un parque donde ostentan sus múltiples galas las más variadas y preciosas flores? Más aún: el que haya tenido la oportunidad de atravesar los campos durante la primavera y el verano, habrá podido observar en medio de la grama una multitud de puntos coloreados: son las florecillas que adornan el paisaje de la campiña. Y una más atenta observación habrá descubierto, sin duda, numerosos árboles floridos; ora los frutales de cultivo, como el duraznero y el naranjo; ora los silvestres, que también florecen antes de fructificar, pues como es sabido, del seno de las flores nacerán luego el fruto y las semillas.
Las flores constituyen un hermoso don de la naturaleza; los colores que lucen son infinitos y el pintor más hábil no lograría imitarlo con precisión; las formas de las corolas y la disposición de los pétalos son tan caprichosas en su variedad, que examinándolas nos hallamos siempre en presencia de bellezas que admirar y de matices singulares que no habríamos imaginado.
¿Y qué diremos del perfume? También éste varía al infinito, desde la suavísima fragancia apenas perceptible para el olfato, hasta el aroma fuerte y penetrante, a veces desagradable. Muchas flores, sin embargo, carecen de perfume, o por lo menos nuestros sentidos no alcanzan a percibirlo.
El color de las flores obedece a una ley natural de defensa y de conservación de las plantas. Merced a él son atraídas las aves y los insectos sobre las corolas, lo que facilita la propagación del polen, que a poblar el suelo con nuevas plantas. En efecto, el ave y el insecto, especialmente las mariposas y las abejas, al posarse en las flores para libar el néctar, mueven y desparraman el polen, que el viento se encarga de esparcir, o bien ellas mismas conducen a otras flores, en sus patitas y en sus trompas, operación que facilita la fecundación y multiplicación de las especies vegetales.
Aparte el placer que ofrecen al espíritu mediante su aroma y la armonía y belleza de sus colores, las flores prestan grandes utilidades en la industria de la perfumería y en la medicina.
La jardinería moderna ha realizado prodigios en el cultivo de las flores, produciendo nuevos tipos, admirables por la combinación de los matices.
Las más vistosas y fragantes son oriundas de los climas cálidos; pero las regiones frías también poseen las suyas características. Algunas son simbólicas, como la del loto, la del cerezo y la del almendro, muy estimadas entre los japoneses, que les rinden respetuosa veneración. Hay otras flores que caracterizan las estaciones, siendo notable ejemplo la del duraznero, que anuncia los días templados y luminosos de la primavera.
Poblar de flores los huertos y las ventanas es una manera de embellecer la vida y de cultivar la bondad del corazón.
“Cien Lecturas” pág. 46-48
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