domingo, 20 de octubre de 2019

La maternidad

¿Recordáis, por ventura, los años de vuestra infancia? ¿Recordáis aquellas horas tranquilas en que libre el alma de pesares y el corazón de inquietudes, dejabais reposar vuestra cabeza en el regazo de una mujer? ¿Recordáis la ternura con que aquella mujer os acariciaba, estrechaba vuestras manos infantiles e imprimía sus labios en vuestra frente candorosa? ¿Recordáis cuántas veces enjugaba solícita vuestro llanto y os adormecía dulcemente al eco blanco de una balada de amor? ¡Oh, sí, lo recordáis! 
Los que tenemos la dicha de ver todavía a esa mujer sobre la tierra, la invocamos con cariño a todas horas. Su nombre está escrito en el corazón; es el nombre más tierno de cuantos encierra el diccionario. El nombre sólo de madre, nos representa a aquella mujer en cuyo seno bebimos el dulcísimo néctar de la vida; en cuyo regazo dejábamos reposar nuestra cabeza; aquella mujer que nos acariciaba; que oprimía entre las suyas nuestras manos; que enjugaba nuestro llanto; que nos mecía, en fin, en sus brazos, al eco blando de una balada de amor… 
¡Dichoso mil veces los que todavía podemos contemplarla con los ojos de la realidad! Vosotros lo que habéis perdido a vuestra madre, también podéis verla sin tenéis corazón y sentimiento. Podéis verla en el ensueño dorado de vuestra felicidad. Si el astro de la noche envía sobre la tierra su pálido resplandor, figuraos que el resplandor pálido del astro de la noche es la mirada tranquila y cariñosa que vuestra madre os dirige desde el cielo. 
Si a la caída de una tarde melancólica sentís en el valle un eco vago que se pierde a lo lejos, y que no es el canto de las aves, ni el murmurio de la fuente, arrodillaos: es el aleteo de la oración que por vosotros eleva vuestra madre. Si en noche apacible del estío acaricia vuestra frente una brisa consoladora, que no es la brisa de los campos no el hábito embalsamado de las flores, estremeceos de placer: es el beso de ternura que os envía vuestra madre. 
Aunque la muerte la arrebate, la madre no deja nunca de existir para vosotros los que tenéis corazón y sentimiento… 

Severo Catalina y del Amo 
“Cien Lecturas” pág. 240-241

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