mi buena madre, ya agobiada de años,
más hermosa parece a mi ternura.
Todo: su acento, su mirar, su trato,
me toca el corazón tan dulcemente,
que si fuese pintor, constantemente
haría su retrato.
Mas, si el cielo mis ruegos escuchara,
no pidiera en verdad el don divino
de Rafael de Urbino
para exornar de resplandor su cara…
Trocar querría yo vida por
vida, darle en ofrenda mi vigor lozano:
verme yo convertido en un anciano
y a ella de dicha y juventud henchida.
Edmundo de Amicis
“Cien Lecturas” pág. 156
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