Sin la palabra no hay sociedad, y sin sociedad el hombre vale menos que el animal. No tenemos el instinto del pájaro, para buscar y entretejer con espartos, ramillas y lana, un pobre nido; está muy lejos de nosotros aquel instinto saber del castor, que en invierno fabrica su casa, defendiéndola de inundaciones; somos, en este punto, menos aún que la diminuta hormiga, amaestrada en el arte de ahondar el suelo para establecer allí asilo y trojes para sí y sus compañeras.
Sin el vínculo de la voz, el trabajo de un hombre sería tal vez inútil para otro, que lo destruiría por ignorancia, y pasarían siglos y siglos y viviríamos en los huecos de las peñas o, a la más, en chozas salvajes. Por la palabra sabe el hombre que fueron los que vivieron antes, y quien los crió y que debe ser él, y unido el caudal de saber y de trabajo de este hombre y aquel, y el de la generación que precede con el de la que sigue –unas heredan a otras–, sabe más, y ejecuta más, y merece más y también goza más el que mejor sabe aprovechar la inteligencia herencia que ha recibido. El habla es la defensa, el respeto, la dulzura, la ley, el bien de la vida del ser que piensa.
Hartzenbusch
“El hogar de todos” pág. 63
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