entrechocándose en el viento,
dentadas sierras que delinean
los bordes de las hojas.
Tu punzadura en nuestra infancia era
un salvaje alarido de alegría,
que desparramaba en pánico a las abejas
y hacía saltar el sonoro canto de las alondras.
Tu encantada cabeza, entonces,
ardiendo entre las flores
llenaba el cielo entero con azul humareda
y las inquietas chispas de la simiente.
Ahora de tus hirientes pimpollos,
nostálgico punto de partida,
los fantasmas de esos veranos pasan
susurrando delante de mis ojos.
Sembrando un cardo mágico,
que hiere la memoria,
para despertar en mi carne helada
la fiebre de los campos hace tiempo perdidos...
dentadas sierras que delinean
los bordes de las hojas.
Tu punzadura en nuestra infancia era
un salvaje alarido de alegría,
que desparramaba en pánico a las abejas
y hacía saltar el sonoro canto de las alondras.
Tu encantada cabeza, entonces,
ardiendo entre las flores
llenaba el cielo entero con azul humareda
y las inquietas chispas de la simiente.
Ahora de tus hirientes pimpollos,
nostálgico punto de partida,
los fantasmas de esos veranos pasan
susurrando delante de mis ojos.
Sembrando un cardo mágico,
que hiere la memoria,
para despertar en mi carne helada
la fiebre de los campos hace tiempo perdidos...
Laurie Lee
(Trad. de V. Ayala Gauna)
En: La Diligencia, Año III, Viaje 13, p.24
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