cargando pretéritos veranos a la espalda.
Llevaba en mis baúles
montones de cigarras trasnochadas
y escarabajos, caracoles,
minerales oscuros,
troncos secos, ramos de aromo.
Y llevaba también una paloma muerta.
Y besos largos.
Y palabras y guindas y manzanas.
Y manos grandes amarillas.
Y macetas azules
y zaguanes en sombra
y manteles y panes y una cabra salvaje.
Y aljibes y sombrillas
y una pollera antigua y una barca.
Y un sombrero de paja con adornos
y papel de colores,
un clavicordio y una flauta.
Y un pino.
Y una plaza con niños
y una pequeña iglesia con un dormido campanario.
Y mu dolor y mi boca cansada
y mi nostalgia.
Iba por los caminos persiguiendo mañanas,
mis rodillas manchándose de tiempo.
Y hacía rato mi voz se había perdido
mientras la recordaba:
mi voz, mi voz envuelta en lluvia,
mi lejana voz de agua.
Iba por los caminos
y de noche hospedaba mi cuerpo
en las orillas húmedas del viento,
apresurando las luciérnagas
y untando en luna mi pobre cabeza
pesada de nombres y campanas.
Iba por los caminos
con el tristeza en aro a mi garganta
y el perfume de mis amores viejos
a la espalda.
Iba por los caminos.
Me retardé en campanas.
María Reyes Amestoy
Revista Arte Litoral, N°4, Septiembre-Octubre de 1958, Año 1, pág. 7
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