El Arcipreste se nos muestra en su obra como hombre de buen humor, jovial y humano, recomienda siempre la buena voluntad hacia el prójimo, tiene la pronta caritativa sonrisa hacia los errores y cree firmemente en el amplio perdón de Dios que acoge al pecador contrito. Su sátira no es agria no señuda, sino regocijadamente burlona y desenfadada; sus plegarias son tiernas, sinceras, doloridas a veces, pero sin acritudes y trenos. Es, sin duda, hombre que comparte el criterio de que un santo triste es un triste santo, y la alegría de su espíritu está esparcida por todo el Libro [...].
La belleza y la originalidad de la poesía que encierra el Libro de buen amor está en lo que su autor puso en él de su cosecha, en el aderezo de las historias, el gracejo de la palabra, el paisaje que sabe hacernos contemplar, las serranas que sueñan con causar la admiración de sus paisanos con toca listada, joyas de latón y pandero retumbante, en los toros que, en un momento de alarma, alzan la cabeza y erizan los cerros con sus astas, en los mil primores de frase y de pensamiento.
El carácter nacional de Juan Ruiz le hace coincidir en diversas facetas con el de nuestros escritores representativos: gusta de los refranes, como Cervantes; ama las cosas chicas, como Azorín; respira a sus anchas en Castilla, como Antonio Machado; juega poniendo nombres adecuados a la significación del personaje, como Galdós [...]; le agrada recorrer caminos y contarnos sus idas y venidas, como a Cela. Sus fantasías tienen siempre los pies en el suelo; aun lo menos próximo a lo material –las visiones, los sueños- está basado en la vida real, cualidad ésta tan reciamente castellana que se refleja en nuestras manifestaciones más espirituales, permitiendo a la sutilísima Teresa de Jesús escribir sus Moradas y emplear un lenguaje que es la llaneza misma.
Un castellano poeta, de conceptos morales claros y rectos, pero alegres; de formación cultural cultivada (clerecía), pero cuyas preferencias se inclinan a lo popular (juglaresco); un hombre de buena voluntad, deseoso de enseñar el buen camino riendo y disculpando, pero que sabía también burlarse con sorna y causticidad de los hipócritas, lo que quizá le llevó a pillarse los dedos y a dar con sus huesos en la prisión; si estuvo en ella. Así podemos imaginar al Arcipreste de Hita.
María Brey Mariño
Serrano Redonnet, M. L. O. La Edad Media: El “Libro de buen amor” o “Libro del Arcipreste”. (p.87) En Serrano Redonnet, María Luisa O. de; de López Olaciregui, Alicia Ch.; de Caso Ward, Stella M. L. de & Zorrilla, Alicia M. (1991) Literatura IV España en sus letras. Buenos Aires: Ángel Estrada y Cía. S.A.
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