El barrio suburbano despertaba en un nuevo día. Las fábricas largaban sus bostezos de humo y carbón, y se abrían las puertas de entrada a los hombres trabajadores que cada mañana llevaban en el corazón una nueva esperanza, una nueva luz. ¿Sería éste día señalado en sus vidas? ¿Aquél en que todo cambiaría para ellos? Llegaría entonces, un ascenso, y con él mejora de sueldo y podría concretarse la ilusión de cambiar el barrio ignora, triste y oscuro, por otro mejor. Allá iban... al encuentro de la fortuna, y cada uno con la secreta esperanza comenzaba su tarea rutinaria.
Pablo, desde la ventana de la habitación que comparte con cuatro hermanos, ve los hombres que entran en la fábrica; entre ellos no distingue a su padre, pero los imagina a todos con el mismo rostro. Se viste maquinalmente. Se ha puesto la camisa azul.
El trabajo durante las horas de clase no ha logrado interesarlo; por eso es feliz cuando la campana anuncia que han terminado. Sale y comienza a caminar. Camina cuadras y más cuadras. Va alejándose de su casa y también del barrio. El sol calienta demasiado y se hace sentir sobre la espada de Pablo. Lleva la camisa sobre la piel; el roce de la tela le causa placer. La toca con sus manos, apretándola más aún contra el cuerpo. ¿Por qué le gusta tanto? ¿Por qué la quiere? Con ella se siente seguro y sabe que en su mente comienzan a surgir pensamientos que lo llevan a un mundo muy distante y diferente al suyo. Se suceden así las escenas. Unas tras otra. Pablo sueña. Sueña despierto.
–No volveré a casa. Tengo catorce años; la edad suficiente ya para abrirme camino solo en la vida. Voy a luchar para poder llegar. No quiero limosnas y estoy harto del “ya vendrán tiempos mejores”.
Está cansado pues ha caminado mucho; por fin encuentra un lugar de sombra para descansar un rato. Se echa bajo un árbol. Ya es la hora de la siesta y no ha almorzado. Piensa en su casa. Sus padres ¿estarán alarmados por la demora? Claro que sí. Un leve encogimiento de hombros parece indicar que no le importa.
El sol ya está bajo y Pablo todavía duerme. Un perro vagabundo y sucio, que husmea sus medias y sus zapatos, lo despierta. El niño siente miedo. Está solo, es un niño y ya es casi de noche. Echa a correr y el perro ladrando furiosamente lo sigue. Corre cuadras y más cuadras. Falta poco para llegar a casa. Ya divisa las grandes chimeneas de la fábrica; están quietas, pero aguardan impacientes la llegada de la nueva jornada de trabajo. Las caras conocidas y familiares aparecen a la vista de Pablo; las saluda con cariño como si las viera después de muchos años.
La realidad despertó a Pablo de su sueño. ¿Oyó sus gritos, o fueron ladridos? No sabe. Pero, la culpable de todo es su camisa. Siempre que la usa sueña con lo mismo. Pablo no es más que un niño que viste, a veces, una camisa azul.
Alicia Bilbao
Revista La Diligencia, Julio de 1961, Año II, Viajes 9, pp. 17-18
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