jueves, 14 de julio de 2022

La modosita (Velmiro A. Gauna)

Todos en Capibara-Cué se hacían lenguas de las virtudes de Merceditas, la hija del coronel Brandao, uno de los más importantes hacendados de la zona, famoso por sus ovejas "caras negras", las primeras que hubo en la comarca, y por sus cuentos de la guerra del Brasil, de donde se decía originario.
Muchos fueron los corazones que naufragaron en los lagos profundos que eran los renegridos ojos de la muchacha, pero pocos los que se atrevían a poner en ella sus miradas, porque el padre era muy rico y extremadamente exigente en lo tocante a las condiciones que debían reunir los pretendientes a la mano de su heredera.
Por eso, cuando se supo que Olegario Miño, el maestro de escuela, la había estado cortejando en un baile, todos pensaron que el muchacho llevaría una de las más grandes desilusiones de su vida, ya que según el criterio local era "mucho" para él.
-Mientras ella me quiera-había respondido el mozo-lo demás me importa poco.
-Es cierto -le replicaron-,pero no olvides que ella está educada a la moda de antes, y aceptará lo que le ordene el viejo...
-Vamos a ver... -se limitaba a contestar el docente, sin perder las esperanzas.
Pero todo pareció venirse abajo cuando se anunció que don Bartolomé, el dueño de la barraca y hombre de muchos posibles, había anunciado su decisión de ir el próximo domingo a ver al coronel para pedirle la mano de su hija.
-Y bueno... -había manifestado Olegario, cuando le llevaron la noticia - habrá que ver si ella lo quiere...
-Pero convencete, hermano- le replicó Antenor Pérez, uno de sus amigos- que en esas cosas no cuenta para nada la voluntad de la chica. Es el viejo quien va a decidir y entre don Bartolo y vos hay muchos billetes a su favor.
-Sin embargo, lo mejor es esperar...¿Quién te dice?... Vos sabes que la muchacha es inteligente y puede hacer mucho...
-Podrá, no niego, pero es el viejo coronel quien le va a indicar marido y ella no tendrá más remedio que acatar.
-Todo lo que quieras, pero desde que el mundo es mundo, cuando una mujer no quiere no hay Dios que la haga cambiar de idea.
-Son cosas que se dicen, pero en este caso ella no hará otra cosa sino obedecer. Así que vos ya podes ir despidiéndote de tus pretensiones.
-Allá veremos....-dijo el maestro y se concretó a esperar.
Haciendo crujir sus botas nuevas, relucientes como espejos, don Bartolomé entró en la sala conducido por el coronel, quien lo hizo sentar cerca de su sillón y se puso a fumar un terrible charuto brasileño. El dueño de casa, que era, según don Frutos, el comisario, "un conversador sin agüela", ya estaba al tanto de las intenciones del visitante, el cual no le desagradaba como candidato por la holgada posición económica de que disfrutaba.
Al verlo un poco cortado, le dijo:
-¿Qué le pasa, don Bartolomé?... Lo noto nervioso y desasosegado como estaba yo una vez en Río Grande, antes de una revolución que...
-Vea, coronel, yo...- atinó a decir el visitante, pero el huésped no le dejó proseguir y continuó:
-Como le decía, estábamos con el célebre general Santos da Silva y otros "gaúchos" riograndenses, listos para derribar al gobierno, cuando una mañana nuestra tropa se encontró con una partida oficialista...
-Permiso...- dijo una voz suave y entró Merceditas con un mate de plata y ofreciéndoselo al recién llegado, preguntó con su voz musical:-¿Gusta?
-¡Cómo no! -aceptó el visitante y lo empezó a sorber.
El coronel dejó su relato para decir:
-Perdone que no lo acompañe pero yo gusto más del café.
-No es nada, coronel, así me tocarán más a mí...-expresó el otro, galante.
-Bueno -siguió el brasileño-. Yo, en ese tiempo era solamente teniente y tenía veinte lanceros bajo mis órdenes...
-Vea, coronel, yo... -quiso volver a decir el pretendiente, sin resultado, porque el viejo continuó cada vez más entusiasmado.
-Por un lado se alzaba el monte, a mi frente estaban los soldados con sus armas listas. El general me llamó y me dijo: "¡Teniente Brandao... espero encontrarlo detrás de aquellos hombres...!"
Merceditas seguía trayendo sus mates y don Bartolomé de pronto, empezó a ponerse pálido y a sudar.
-Coronel, yo... -intentaba decir. Pero el viejo, lanzado en la narración de sus aventuras, seguía enhebrando sus hazañas. Su relato hablaba de cargas tremendas, de toques a degüello, de ascensos sobre el campo de batalla, de actos de heroicidad...
-Coronel, me permite... -tartamudeaba el oyente, sin resultado frente al ataque verbal del viejo hacendado, hasta que no pudiendo contenerse más, se levantó diciendo:
-Permiso... Otra vez le diré lo que quería... ¡Buenos días!...
-¡Mal educado!... -tronó el coronel-. Irse así dejándome con la palabra en la boca. A ése no lo dejen entrar más en esta casa...
Después de don Bartolomé fue don Juan Morra, dueño de una estancia vecina, el que fue a ver al viejo con las mismas intenciones matrimoniales. Fue igualmente bien recibido y también tuvo de manos de su adorado tormento el regalo de unos mates, pero su resistencia a las narraciones del viejo fue menor, ya que cuando trataba éste de contarle la orden que le había dado el general Da Silva para encontrarse detrás de las filas enemigas, alzase pálido y desconcertado y tras un seco "¡Buenas tardes!" salió casi a la disparada y montando a caballo, le clavó las espuelas y se perdió en la distancia.
-"¡Filho do infierno!"...- bramó el coronel-. Si mal educado fue don Bartolomé, éste se ha portado aún peor. Si quieres seguir mereciendo mi cariño jamás mires a ese hombre, hija mía.
-Cómo no, tata... -respondió obediente la joven y bajó los ojos.
Ante el asombro de todos, el tercer pretendiente fue Olegario Miño, que se atrevió a arrostrar los posibles furores del viejo.
Pese a todo el anciano lo recibió, amable pero frío.
Enseguida comenzó la narración de sus aventuras. El coronel, aleccionado por las experiencias anteriores, esperaba intranquilo, creyendo que al contar el ataque su visitante se iría. Sin embargo, sorbiendo lentamente el mate y rozando, al pasar, la mano dócil de la doncella, Olegario siguió escuchando sin impaciencias.
Brandao estaba contento por tener tan complaciente auditor y lo invitó a cenar. Después, aunque un poco a disgusto, aceptó que viniera a hablar con la niña.
Lentamente sus resistencias fueron vencidas y, finalmente, transigió con la boda.
Mucho tiempo después, y cuando estaban una tarde en el amplio salón, el coronel Brandao se sinceró:
-Mirá, hijo...Yo a vos ni te hubiera tenido en cuenta para Merceditas si esos maleducados de don Bartolomé y don Juan Morra hubieran tenido más paciencia para escuchar y luego pedir...
-Es que no podían, papá... -dijo la suave Merceditas.
-¿Por que no iban a poder, m'hija?
-Porque a ellos les había puesto hojas de ombú en el mate, y usted sabe que...
-¡Ja... ja... ja!... -rieron los hombres, recordando el poder fuertemente purgativo de las mismas, y el viejo concluyó:
-¡Miren a la modosita, tan llena de mañas!...
Velmiro A. Gauna


En cuanto a Merceditas, la joven correntinita que Ayala Gauna nos pinta, con matizado colorido, en La modosita, representa aqulla otra faz: la de la mujer joven, picara, caprichosa o voluble muchas veces, pero capaz de defender a cualquier costa su amor y su voluntad. Con tono de marcado humorismo, nuestro escritor sabe dar una precisa cala en la honda verdad del alma de la mujer litoraleña. Sin rebelarse contra la omnimoda voluntad paterna -que sabe irreductible- apela al recurso más simple y efectivo para imponer su propia decisión y ganar al hombre que ama.
Castelli, E. (s/a) Velmiro Ayala Gauna Hombre y tierra del litoral. pp. 21-22. Ediciones Colmegna. Santa Fe. Argentina

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