jueves, 28 de julio de 2022

La muerte de un personaje

Fermín Ponce trabaja ahora en una capital de provincia, en un diario de la tarde.
Como a todos los hombres de su edad, con frecuencia le ocurre que se distrae pensando en su vida anterior, en el campo, principalmente, o en aquellos pueblos que recorrió durante largos años.
Estaba revisando unos originales cuando un compañero de trabajo le dio la noticia. Al principio no entendió de qué se trataba... Si tendría que hacer una necrología o una referencia histórica... ¿El que fue gobernador de la provincia... o el novelista? Había oído, un personaje... Gálvez.
Pero era Juan Gálvez. Su personaje. Galvi.


Fermín Ponce salió temprano de su chacra. Tenía que arreglar en el almacén del Saladero la cuestión tracto. Había que aprovechar el tiempo bueno. Tenía un Triunfo, un arado de cinco discos y cien hectáreas que dar vuelta, rastrear y sembrar en 30 días.
Cuando cruzó la cañada, su caballo iba rompiendo escarcha. Lindas heladas. En pocos días más iban a purgar la tierra.
En la cabecera de la chacra lindante, Gálvez, de culero puesto, ya estaba arando. Lindos animales los de don Galvi. Bien cuidados los caballos, porque el hombre, por resabios de su vida de estancia, no quería atar ni montar yeguas. Sus caballos eran aparentes para el carro o el arado, y también para andar.
Ponce se detuvo a conversar con el vecino. Don Juan estaba contento. La mañana fresquita, después de la helada, era como de vidrio transparente. El aire parecía que podía cortarse con la mano, que iba a quebrarse en pedazos. Entraba a los pulmones con fuerza, como si fuera algo consistente. Ponía en la piel un suave ardor, empañaba las vistas...
Fermín Ponce siguió para el Saladero. Al vandear el terraplén casi lo tapó el caballo. Se le abrió a tiempo y lo ayudo a levantarse del barro removido. Buena porquería estaban haciendo los gringos de la cuadrilla con los terraplenes. Y pensar –rezonga– que desde los patrones abajo, todo el mundo tenía que aponderar el trabajo de estos hombres... Los criollos no sirven para nada, dicen. El sábado se maman y el lunes no se presientan a trabajar... En cambio, los gringos, en sus carpas, cuanti más lo que hacen el domingo se emborracharse con vino, cantar un poco, pero el lunes, cuando toca la campana, ya están con la pala al hombro... Y –piensa Fermín Ponce– ispiando el reló pa medir las cuatro horas...
Pero, hágales entender usted estas cosas a los patrones, que nunca ven el trabajo de los hombres. Ellos llegan en auto, cuanti más a caballo, hasta la punta del terraplén. Se arriman, golpiándose las botas lustradas con las fustas, y le preguntan dos o tres pavadas al capataz, al gringo grandote ése que les da la comida a los peones, y que d´eso nomás ya saca un jornal... Le preguntan cualquier cosa. Ven a los hombres, grandotes, arremangados, con las palas llenas de tierra. Las carpas aseadas. La gran mesa cargada de platos y botellas de vino, y observan satisfechos ese ambiente de trabajo y de abundancia; de orden y limpieza, y en seguida piensan y lo dicen, nomás, muy campantes, que: Vean pues la diferencia... Llega usté a un rancho criollo y parece que la gente ni siquiera comiera. La cocina pelada. Cuanti más una pavita al fuego... para el mate.
Y claro. Los piones criollo ganan veinticinco pesos y están cargaus de hijos, y los gringos, hombres solos, ganan sus güenos jornales, hoy aquí, mañana allí... Carancho que comió, voló...
Lindo país, caracho.


Con el caballo de tiro y chapaleando el barro suelto, Fermín Ponce sale a lo seco, acomoda
los cueros, y le mete galope para el Saladero. Menos mal que después de llorarle al encargau, consiguió el crédito para el querosén y el aceite pa el estrator, como dicen los criollos. Regresa al filo del medio día y atraviesa por las casas de Gálvez.
La callecita parte las poblaciones justamente por la mitad. Pasa por las casas, propiamente, y el galpón. La casa es un rancho de una pieza grande y una cocina pegada, de barro y techo de paja. Un gran tala, sombra, palenque y enramada y un ombú, hacen guardia al patio, chiquito, muy bien barrido. El corral redondo, más allá, y debajo de un ceibo de ramas retorcidas, una fragua, de esas chichas, para templar las rejas.
Al pasar, sale de la cocina la mujer de Galvi, que lo saluda y le alarga un mate. Pero está apurado por llegar a su rancho, y sigue. Debajo del tala, con los pies metidos en una media lata de querosene, aseándose, está don Juan. Siempre recordará Fermín Ponce ese cuadro. El hombre, con los pies en el agua, sentado, por fin descansando, mientras toma los mates que refrescan y permiten un ligero alivio.
Fermín Ponce saluda a Galvi, y pasa.
¿Cuántos años?...
Fermín Ponce dejó de ser colono. Hace muchos años que no sube un caballo, ni pisa tierra de labranza con los pies desnudos. Poco a poco se le han ido borrando los paisajes del campo de la memoria, se le ha ido desvaneciendo la angustia de la tierra malograda. Pero cada vez que evoca esos episodios de su vida, aparece junto al tala, debajo del tala, Galvi, sentado en su banquilla de ceibo, con los pies metidos en la media lata de querosene, el sombrero sacado, la cara tranquila, los ojos serenos, todo el cuerpo en descanso, como si se lo amansara el agua.


La muerte de un hombre no tiene nada de particular. Miles y miles mueren todos los días en el mundo. La particular es que mueran de muerte extraña; que mueran desarraigados de su propia muerte. Todos los días Fermín Ponce lee, tiene que leer, crónicas de muertos. Son vecinos arraigados; profesores; señoras de la sociedad, de esas que han prodigado el bien con espíritu cristiano; niños también, niños que llevan el luto a conocidos hogares de nuestra sociedad. Pero nunca leyó en ninguna crónica, la noticia de la muerte de esos hombres que conoció y llegó a estimar y querer. Méndez murió de anónima muerte, como debía ser. No salió en los diarios, porque murió labrando un parante de algarrobo negro en el potrero cinco de San Joaquín, y lo encontraron a los dos o tres días, pasado el pobre. Crisanto, Ramírez, Galván, murieron en la isla, en la chacra, en la estancia. Los enterraron en cualquier parte, donde encontraron campo santo. No eran vecinos arraigados, ni espíritus abiertos a las sugestiones del bien, ni habían muerto a una edad en que mucho se podía esperar de las condiciones de su inteligencia y generosidad.
Cuando más, como en el caso de Martínez, la crónica recogió su nombre por ahí, entre montón de inexactitudes del parte policial. Nacho Martínez.
¿Cómo es posible –piensa Fermín Ponce– hacer la necrología de doña Januaria, cuya últimos ayes recogió un viejo loro que asustó la infancia de Adriana, una noche de terrores puebleros? Y cómo describir la muerte de Chajá, esa muerte heroica, esa muerte solitaria disputada a brazo partido al Paraná embravecido, cuando llevaba el mensaje de míster Cálverston al Saladero... Un mensaje pidiendo un naipe de pócker. Si. Resultaría por demás pueril y sin sentido.
En cambio, esas muertes honorables, muertes de euremia a de síncope cardíaco, en casas confortables y rodeados, los muertos, de la codicia de los herederos y del odio de los sirvientes, son más aparentes, fuera de toda duda, para el sentido artículo o el discurso mortuorio.
Gálvez casi llegó a morir de esta última muerte. Casi murió como un vecino de arraigo cualquiera. Fermín Ponce la tenía dispuesta, le había anticipado, mejor dicho, una muerte accidental, una muerte violenta y trágica.
Recuerda el sinnúmero de accidentes sufridos pro Gálvez; cuando lo aplastó la estiba de bolsas de lino; cuando lo corneó la vaca con cría chica; cuando lo apretó el caballo; cuando el gringo Chupino le abrió la barriga de una puñalada.
¿De qué otra manera podía morir Gálvez?
El compañero le preguntó si era el mismo. Y claro. No podía ser otro.
Desalojado de la chacra por el bañado que el terraplén embotelló en el campo que arrendaba, no pudo dar buen fin a sus sueños de agricultor, a su angustia de independencia. Malvendió sus herramientas y caballos, y con cuatro lecheras, la chata y una muda de caballos, se instaló en el suburbio del pueblo.
Allí, entre la miseria circundante, era un hombre de posibles, independiente, con un pasar, al decir de sus vecinos.
Dio una mano a los más pobres. Vendió leche. Hizo changas con el carro. Cambió el culero y el calzoncillo por el pantalón y las polainas de lona y los gruesos zapatos patrias por zapatillas sport. Y por culpa del más chico de los muchachos, que iba a la escuela, fue socio de la cooperadora. Alcanzó a concurrir a una asamblea, bastante incómodo dentro del trajo negro y los botines.
Y antes de llegar a aclimatarse al suburbio, a ese vivir entre el pueblo y el campo que es como vivir en una tierra de nadie, un día amaneció tieso en la marquesa.
Lo enterraron con todas las de la ley. En coche fúnebre lo pasaron por la iglesia donde hisoparon el cajón, y lo llevaron hasta el cementerio. Menor mal que los caballos del fúnebre estaban gordos y eran dos buenos pingos, cuidaus a pesebre, y que tiraban parejo.
Un hombre de la cooperadora leyó un discurso y el corresponsal del diario de la capital mandó la noticia dando cuenta del entierro del caracterizado vecino don Juan Gálvez.
Pero era otra gruesa mentira, porque Juan Gálvez, el verdadero Juan Gálvez, murió con el culero puesto el mismo día que quemó los techos de paja de sus ranchos del 1 de San Bernardo y embarcó a la mujer y a los hijos en la chata. Murió casi al salir del campo, arreando unas lecheras.
No le han puesto la cruz al borde del camino, porque Juan Gálvez era un hombre entero, sufrido, valiente, curtido por la miseria, y le escabulló el cuerpo al pasado y al presente, les cuerpió la vida y el cuerpo entero y se hizo olvido en las marchas del tiempo, en la memoria de sus aparceros y hasta en el recuerdo de Fermín Ponce, un poco perplejo ante la aparente y pronto explicada duplicidad de uno de sus personajes.

Santa Fe, 1941

Luis Gudiño Kramer
Revista Paraná, 1. Invierno de 1941, pp. 55-61

viernes, 22 de julio de 2022

Las alforjas vacías

Las alforjas vacías
y las manos gastadas
¡hace tanto que vivo
una vida prestada!

Se cansaron los ojos
de mirar hacia el cielo
y la voz se hizo añicos
en la puerta cerrada
¡hace tanto que vivo
una vida prestada!

Se gastaron las sendas,
envejeció el camino
y agostó el horizonte
sus estrellas pintadas
¡hace tanto que vivo
una vida prestada!

Marta Diaz Torrente
Revista La Diligencia, Noviembre-Diciembre de 1960, Año 1, Viajes 6 y 7, pág.21

Vejez

Los gráficos faciales
concluyeron la edición del alma,
que epilogó con rúbricas
el tiempo;
retiró la pupila
su procesión de antorchas
y plegaron los labios
cerrojos de silencio;
un aluvión de acíbar:
chelines de amargura
que acuñan el recuerdo
se cuajó allá muy dentro.


Marta Diaz Torrente
Revista La Diligencia, Noviembre-Diciembre de 1960, Año 1, Viajes 6 y 7, pág.21

Rebeldías

Rebeldía: digo esta palabra, y un agridulce sabor a mentas me invade la boca –como el de aquel helado de hierbas que sorbí una tarde de verano, tras tintineantes cortinas multicolores, y en un cubo de sombras casi verdes, profundas, con filas de potes hieráticos, blancos, celestes, amarillos, ante ventiladores que oscilaban lentamente, infinitamente, como acumulando toda la génesis del frío en el vórtice del calor de las siestas, en un rincón de Paraná.
La rebeldía fue siempre ese gusto a libertad que llamaba desde los árboles en las noches de viento, cuando aullaban casi humanamente; desde el agua fraternal del “bajo”, que corría a borbotones bajo los toscos arcos de ladrillos después de las lluvias, y cuyas ondas se agrandaban alrededor de insectos dorados y trémulos, palpitantes sobre la superficie, como astillas de sol que no querían morirse; del cielo hosco de las tormentas, herido de relámpagos desesperados, que se hundían al instante en la línea espesa de la llanura, o de truenos que se posaban como inmensos monstruos de múltiples patas sobre la casa valiente de mi infancia; del camino cuyo norte y cuyo sur se encaramaban en las nubes o en las brillazones del verano, e invitaban a las botas de Peer Gynt, el que no quiso elegir, o al deambular ideal de Gide de “les nourritures terrestres”: “Natanael, lo mirarás todo al pasar y no te detendrás en parte alguna. Dite a ti mismo con razón que solamente Dios no es provisional”.
Las rebeldías tienen forma, color. Había rebeldías etéreas, azules, desflecadas en la brisa de las mañanas de los cinco años, cuando trepaba con esfuerzo hasta el último peldaño de la escalera de mano a cantar n himno al cardenal que esponjaba su penacho colorado en la jaula; rebeldías grisáceas, salpicadas de gotitas saltarinas que mojaban la garganta, listadas de vigas blancas del techo recontadas largamente, en el tembloroso rincón de las rabietas; rebeldías rojas esféricas, ágiles, cuando capitaneaba una banda de jugadores de bolitas en el patio de los pinos.
Fue siempre el ir contra los moldes acabados de la lógica, cerrados como entes aristotélicos absolutos en su normativa fríamente racional. Atraía siempre, mucho más, la clara ligereza vegetal, el vaho de la tierra en los veranos, el soplo de la noche, el trino ascendente de los pájaros, su limpio invadir cualquier frontera del aire, la carrera menuda de las aves del campo, el rítmico galope de los caballos perfilados contra el sol, sus crines volanderas sobre sus ojos fijos: mundo indócil, funámbulo, como salido de muchos cuadros de Marc Chagall.
No obstante, se fueron insinuando de a poco las leyes, con su oscuro peso heterónomo primero, que a veces, por intensamente sentido como extraño o por estar aliado con la mano del amor, derivó en una lamentable conciencia de fatalidad, de Moira contra la cual no cabían más que un suspiro, el silencio.
Sucedió aquella vez, a los nueve años. Cuando me llevaron a aquel colegio que vi como una pequeña ciudad de “Las mil y una noches”. Arcos de medio punto en las galerías, columnas que se estrechaban levemente en el capitel y en la base, pianos que desfallecían en los atardeceres, una gruta en penumbra tras un patio de granzas, la capilla minúscula, íntima, con un silencio que se paladeaba como una hostia, las sombras recogidas de las religiosas que pasaban despaciosamente, con las manos sumergidas en un oasis de mangas: un cosmos distinto, organizado, herido por agujas místicas –que llegué a querer apasionadamente tiempo después– se desplomó sobre mis 1.20 ms. de estatura.
Pero lo decisivo ocurrió en aquel viaje, en aquel auto compacto en torno de mi soledad primeriza, un auto de adultos. Oía la voz cariño de mi padre entre otras voces neutras. Hablaban del día dorado, de los primeros fríos de marzo, acaso de mi futuro. Yo sentía entonces diluirse en mí –como había visto tantas veces ahogarse los pájaros en la lluvia, la humerada luminosa del sol en el abismo imponente del anochecer, las tropas cansinas del ganado en la boca del horizonte– mi querida libertad. En aquella breve hora de viaje viví, oscuramente, como en esas guerras nocturnas del inconsciente, el arcaico dualismo de libertad y necesidad. Sólo que invertí las correspondencias, trapolé los términos: el reino de la libertad era el de la naturaleza, el de la necesidad, el del hombre. Ley inexorable, imposibilidad de evasión, órbitas y órbitas de repetido esfuerzo, espadas de Damocles: ése era el reino del hombre, apenas entrevisto antes, y en el que se me introducía de lleno a partir de aquella tarde.
Mis rebeldías se apretaron en un nudo, pero, por primera vez, no estallaron. Murieron de golpe, todas juntas, mientras nuestro automóvil, envuelto en el polvo de oro del incipiente otoño, iba dejando atrás, por el camino monótono de la llanura, la geografía exquisita de mi país de libertad.
Casi al llegar, eclosionaron en mi pecho como puños maduros los sollozos. Pero no lloré. Y quizá fue esa mi última rebeldía.

Elsa Flores
Revista La Diligencia, Julio de 1961, Año II, Viajes 9, pp. 15-17

jueves, 21 de julio de 2022

Campanario

Sobre la noche limitada de faroles
débiles retazos de luz innecesaria,
hacia el estímulo de las calles desiertas
rompiendo la chatura de los techos
las costumbres recíprocas y el gesto repetido
la monotonía sin aristas de espacios precisos
la noche pesada de veredas abiertas
con un cielo demasiado grande
y una muralla de campo enemiga del asfalto
una luna abandonada de miradas
y una indefinida zona donde no canta el grillo
ni pasa el automóvil
y un sueño arrastrado
y una esperanza inevitable de un amanecer sin aurora,
sólo el campanario con el reloj iluminado
líneas verticales con raíces de tierra
conjugadas de estrellas y campanas en al cruz de la veleta.
Allí está,
socorrida presencia de mis ojos
sobre territorios sin espacio y sin tiempo
sobre días iguales
duro metal, dura voz espaciosa
apetencia de aires, apetito de sombras.
No pueden conjugarse la estrella y la campana
impedida de ladrillos y una savia de costumbres...
cuanto silencio para que yo lo oiga,
me aferro como un agonizante a esta altitud única,
espero el repique de las campanas
pero será de nuevo un amanecer sin aurora.

Santa Fe, agosto 1958
Jorge Vázquez Rossi
Revista Arte Litoral, N°4, Septiembre-Octubre de 1958, Año 1, pág. 1

Por los caminos

Ilustración de Rubén Naranjo
Iba por los caminos, sucia,
cargando pretéritos veranos a la espalda.

Llevaba en mis baúles
montones de cigarras trasnochadas
y escarabajos, caracoles,
minerales oscuros,
troncos secos, ramos de aromo.

Y llevaba también una paloma muerta.

Y besos largos.
Y palabras y guindas y manzanas.
Y manos grandes amarillas.
Y macetas azules
y zaguanes en sombra
y manteles y panes y una cabra salvaje.
Y aljibes y sombrillas
y una pollera antigua y una barca.
Y un sombrero de paja con adornos
y papel de colores,
un clavicordio y una flauta.
Y un pino.
Y una plaza con niños
y una pequeña iglesia con un dormido campanario.
Y mu dolor y mi boca cansada
y mi nostalgia.

Iba por los caminos persiguiendo mañanas,
mis rodillas manchándose de tiempo.
Y hacía rato mi voz se había perdido
mientras la recordaba:
mi voz, mi voz envuelta en lluvia,
mi lejana voz de agua.

Iba por los caminos
y de noche hospedaba mi cuerpo
en las orillas húmedas del viento,
apresurando las luciérnagas
y untando en luna mi pobre cabeza
pesada de nombres y campanas.

Iba por los caminos
con el tristeza en aro a mi garganta
y el perfume de mis amores viejos
a la espalda.

Iba por los caminos.
Me retardé en campanas.

María Reyes Amestoy
Revista Arte Litoral, N°4, Septiembre-Octubre de 1958, Año 1, pág. 7

miércoles, 20 de julio de 2022

Canción de cuna

Dice el hada blanca: “¡Ya va a amanecer!
¡Duérmete, niñito, que tengo que hacer!”
El hada azul dice, meciendo la cuna:
“Repica su clara campana la luna...”
Y el hada más negra que se puede ver:
“Allá está el niñito comiendo aceituna.
¡Duérmete, que mucho tenemos que hacer!”
La luna, creyendo que ya amanecía,
llegó muy apenas rozando el cristal:
“A decirte manda la Virgen María
que la Vida tiene un poco de sal.”
“Despierta, mañana, pero poco a poco;
con todos la Vida tiene algo que hacer...
Duérmete, niñito, que ya viene el coco.
Duérmete, que un día ya vas a saber.
“Un día oloroso como una azucena
tendrás sueños de oro bajo de un laurel.
Si la tarde es pálida la noche es serena;
la luna es de queso y el sol es de miel.”
Otro día un hada muy negra y muy triste
llegará en puntillas al atardecer,
cantando en voz baja: “Ya ves, ya lo viste,
la Vida es muy dulce, muy blanca y muy triste...
¡Duérmete, niñito, que tengo que hacer”
Sonará su clara campana de luna
y el hada más buena comiendo aceituna,
“¡Duérmete, niñito, que va a amanecer!”

Rafael Heliodoro del Valle


El niño de la camisa azul

El barrio suburbano despertaba en un nuevo día. Las fábricas largaban sus bostezos de humo y carbón, y se abrían las puertas de entrada a los hombres trabajadores que cada mañana llevaban en el corazón una nueva esperanza, una nueva luz. ¿Sería éste día señalado en sus vidas? ¿Aquél en que todo cambiaría para ellos? Llegaría entonces, un ascenso, y con él mejora de sueldo y podría concretarse la ilusión de cambiar el barrio ignora, triste y oscuro, por otro mejor. Allá iban... al encuentro de la fortuna, y cada uno con la secreta esperanza comenzaba su tarea rutinaria.
Pablo, desde la ventana de la habitación que comparte con cuatro hermanos, ve los hombres que entran en la fábrica; entre ellos no distingue a su padre, pero los imagina a todos con el mismo rostro. Se viste maquinalmente. Se ha puesto la camisa azul.
El trabajo durante las horas de clase no ha logrado interesarlo; por eso es feliz cuando la campana anuncia que han terminado. Sale y comienza a caminar. Camina cuadras y más cuadras. Va alejándose de su casa y también del barrio. El sol calienta demasiado y se hace sentir sobre la espada de Pablo. Lleva la camisa sobre la piel; el roce de la tela le causa placer. La toca con sus manos, apretándola más aún contra el cuerpo. ¿Por qué le gusta tanto? ¿Por qué la quiere? Con ella se siente seguro y sabe que en su mente comienzan a surgir pensamientos que lo llevan a un mundo muy distante y diferente al suyo. Se suceden así las escenas. Unas tras otra. Pablo sueña. Sueña despierto.
–No volveré a casa. Tengo catorce años; la edad suficiente ya para abrirme camino solo en la vida. Voy a luchar para poder llegar. No quiero limosnas y estoy harto del “ya vendrán tiempos mejores”.
Está cansado pues ha caminado mucho; por fin encuentra un lugar de sombra para descansar un rato. Se echa bajo un árbol. Ya es la hora de la siesta y no ha almorzado. Piensa en su casa. Sus padres ¿estarán alarmados por la demora? Claro que sí. Un leve encogimiento de hombros parece indicar que no le importa.
El sol ya está bajo y Pablo todavía duerme. Un perro vagabundo y sucio, que husmea sus medias y sus zapatos, lo despierta. El niño siente miedo. Está solo, es un niño y ya es casi de noche. Echa a correr y el perro ladrando furiosamente lo sigue. Corre cuadras y más cuadras. Falta poco para llegar a casa. Ya divisa las grandes chimeneas de la fábrica; están quietas, pero aguardan impacientes la llegada de la nueva jornada de trabajo. Las caras conocidas y familiares aparecen a la vista de Pablo; las saluda con cariño como si las viera después de muchos años.
La realidad despertó a Pablo de su sueño. ¿Oyó sus gritos, o fueron ladridos? No sabe. Pero, la culpable de todo es su camisa. Siempre que la usa sueña con lo mismo. Pablo no es más que un niño que viste, a veces, una camisa azul.

Alicia Bilbao
Revista La Diligencia, Julio de 1961, Año II, Viajes 9, pp. 17-18

martes, 19 de julio de 2022

El girasol (Franklin Rúveda)

Ilustración de Juan Carlos Corvalan
Lo siento allí, maduro,
más que el oro brillante de la tarde.

Por la ventana abierta
al cuarto llega su vislumbre, y arde

en difundida luz.
Está en mi soledad se maravilla.

La noche sigilosa
apagará esa lámpara amarilla;

mas el halo postrero
dentro de mí rescataré a la sombra.

Lo llevaré conmigo;
será en mi voz la intensidad que nombra

al cabo de los días,
un sencillo prodigo renovado.

Con él despertaré
después de cada sombra iluminado.

Revista Arte Litoral, N°4, Septiembre-Octubre de 1958,  Año 1, pág. 17

Estación sin trenes

Andenes!
largos andenes
y trenes que no llegan
largamente solos
vacíos
los andenes.
Pasos!
mis pasos que me siguen
y caminan
y resuenan
en techos y paredes.
Relojes!
relojes que no mueven
sus agujas,
faroles encendidos
grillos quietos.
Manos!
manos que no dan
la bienvenida,
manos que no están
y que no vienen.
Ni siquiera
se oye
la esperanza:
el ruido lejano
de los trenes.
Andenes!
pasos míos,
sólo míos!
y trenes
que no llegan.

Dora Norma Filiau
Revista Arte Litoral, N°3, Julio-Agosto de 1958, Año 1, pag.13

Poesías de Noemí Ulla

Hoy los brazos son voces de silencia encarnado.
Las distancias se cierran en lentas sensaciones.
Hoy, los ojos brillantes; hoy, las manos vacías.
Los brazos paralelos estorban
negados en el límite del amarillo tronco.
Y tal vez las paredes sean las mismas
pantallas aplastantes
que reciben la imagen no lograda
en la palabra trunca
de los brazos que gritan su silencio encarnado.

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El mar quiere tragarme
y yo aprieto mi cuerpo en esta playa.
No puede desplazarme.
Le tengo miedo al agua,
a sus olas que envuelven, a su abismo.
No quiero desplazarme.

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Mejor será callar.
Y proyectar la ausencia sin quemar el abrigo
de las tardes cansadas
Las calles llueven nuestra visión húmeda.
En otro invierno fueron otras calles
y las ideas temblaban con el viento.
Mejor será callar.
Es otro invierno. Ya vienen los fantasmas
con grandes lanzar de verdugo informe
y su sombra enfermiza de luz muerta
empuja las palabras hacia adentro.
Se abre ancha la tierra
mientras uno se estrecha.

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Quisiera detenerme en este puerto.
Sentir ancha la tierra bajo mi pie desnudo.
Escuchar voces nuevas trancándose sin eco.
Quisiera transformarme... ser la piedra
y no moverme más.



Pausa N°1

Rosario, Santa Fe (Arg) octubre 1957, Año 1

Soledades

I
¿Qué pudo haber sido? Tanta
locura de vuelo en aire
limpio y caer, así, de pronto,
muerto en el agua.
Y el viento
estaba manso, y el sol
alegre y la primavera
desnuda.
Era vuelo, trino
y nada más: vuelo y trino.
¿Qué pudo haber sido, Amiga?
Tus ojos no eran los tuyos;
pero mi angustia era mía.
¿Qué pudo haber sido?
Solos
tú y yo, en la tarde y el pájaro
muerto en el agua florida.

II
Debe estar loco ese pájaro,
Amiga.
Desde la aurora
que está cantando en un largo
desangre de trinos.
Pienso
que en cada rama del árbol
cuelgan doradas racimos
de cascabeles.
El pájaro
está loco: ríe, canta,
se desespera... Está loco.
Y yo aquí, solo, escuchando
su fiesta, envidioso, con
algo de celo y de envidia.
Su música me hace daño...
Y el árbol no sabe en su
gloria de cristalería
nada de tu ausencia, nada
de tu recuerdo...
Y el pájaro
cada vez más loco, Amiga.

III
Solo un arroyo y la estrella...
Este es el paisaje mío
que está en mí, para regalo
de tu soledad, Amiga.
Una corriente que deja
ver hasta el lecho de piedra
de tan transparente. Apenas
si sufre un peso de pájaro
o de una nube y la sombra
del sauce que es todo un sueño
del arroyo.
(Y una ausencia
de grillos y de cigarras.)
Asómate a mi tristeza:
el agua se va cantando
y no le sigue la estrella.

IV
La senda, la misma senda:
la de siempre...
Ayer, Amiga,
se me llenaron las sienes
de cigarras. Hoy regresa
con una calandria herida
en las manos.
¿Y mañana?
Contigo o sin ti, la senda
siempre es la misma. No cambia.
Ni la emociona tu paso
sobre el césped. Ni mi canto
que se pierde, en hilo de oro,
con el arroyo, agua abajo.
¿Quizás un misterio? Acaso...
Pero hay que andar. La distancia
de tu pañuelo a mis ojos,
de mi ternura a tus hombros
en esta senda, la misma,
la de siempre.
Aunque mañana
tengamos que ir sobre alfombras
de lirios agonizantes.

Gaspar L. Benavento
En: Boletín de Cultura Intelectual Piscis. Febrero de 1939, año I, N° 9, p.70

domingo, 17 de julio de 2022

La cuestión del narrador en el cuento La forma de la espada de Jorge Luis Borges

La cuestión del narrador se presenta, desde la mirada de esta escritora (María Teresa Andruetto), como algo inseparable de la historia misma que se narra, algo que configura el relato y cuya distinción sólo es posible bajo la guía de un análisis.
Fernanda Cano en El narrador y la ficción, p 53


Si se llevará a cabo una lectura superficial del cuento La forma de la espada del escritor Jorge Luis Borges, se especularía que existe un solo narrador, quien, en primera persona, va relatando los acontecimientos que vive en una estancia en Uruguay y su extraño dueño, contará, además, la historia que este, el dueño, le relata sobre su cicatriz la noche que allí debió pasar; asimismo, se vería, que el cuento contiene elementos propios de la narrativa borgiana: un personaje doble, al final cuando descubrimos que el Inglés no es otro que John Vincent Moon, aunque hasta el descubrimiento creamos que era otro, un conspirador irlandés; las estructuras laberínticas, la casa y sus pasadizos “…Sé que perseguí al delator a través de negros corredores de pesadilla y de hondas escaleras de vértigo. Moon conocía la casa muy bien, harto mejor que yo. Una o dos veces lo perdí. (…)" (p. 145)
Pero el problema surge cuando, al llevar una lectura más profunda, nos topamos con la conversación que precede el segundo relato,
“—Le contaré la historia de mi herida bajo una condición: la de no mitigar ningún oprobio, ninguna circunstancia de infamia.
Asentí. Esta es la historia que contó, alternando el inglés con el español, y aun con el portugués: (…)" (p. 140)
Aquí, se ve otro elemento borgiano: la creación de un relato dentro del relato (estructura en abismo), el relato del Ingles dentro del relato de Borges; es entonces donde se presentar las cuestiones: ¿Hay sólo un narrador o varios? y ¿Cómo operan en el texto los términos de voz y perspectiva?

El cuento La forma de la espada inicia con la descripción de la cicatriz que surca la cara de uno de los personajes “Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa: un arco ceniciento y casi perfecto que de un lado ajaba la sien y del otro el pómulo. Su nombre verdadero no importa; todos en Tacuarembó le decían el inglés de La Colorada (…)" (p. 139)
Esa primera voz que pudiera considerarse la de un narrador extradiegético[1], enseguida demuestra no serlo ante el he oído, que solo es precedido por un punto y coma, entonces vemos que estamos ante un narrador protagonista, quien más tardes sabremos que se llama Borges, el cual debe hospedarse en La Colorada, debido a que no puede cruzar los ríos para proseguir su camino:“…La última vez que recorrí los departamentos del Norte, una crecida del arroyo Caraguatá me obligó a hacer noche en La Colorada (…)" (p. 139)
Y, cuando Borges le pregunta a su anfitrión por su cicatriz, se introduce un nuevo narrador: el Ingles, con cuya voz va a contar su propia historia, "Le contaré la historia de mi herida bajo una condición: la de no mitigar ningún oprobio, ninguna circunstancia de infamia (…)" (p. 140) o por lo menos eso es lo que hasta el final se dará a entender.
Con ello podemos, en un primer momento decir que existe una diégesis, una historia contiene a otra, con la que se funde; la segunda historia se instala inmediatamente después de iniciado el relato base, el cual es constituido por unos pocos párrafos que enmarcan y le sirven de presentación a la segunda, provocando que el narrador que hasta ahora venía contando la historia se convierta en un oyente, y por lo tanto, se puede aventurar que son dos los narradores: el primer narrador cede paso al relato del segundo, el cual va contando en primera persona, pero al final nos sorprende cuando rebela que es el John V. Moon “…Le he narrado la historia de este modo para que usted la oyera hasta el fin. Yo he denunciado al hombre que me amparó: yo soy Vincent Moon. Ahora desprécieme." (p. 145) Vemos que ha adoptado un modo particular de contar su historia, lo hace a través del uso de la tercera persona, de tal manera que se logra la idea de que se trata de una ignominia ajena, la cual logra esconder su infamia.
Pero como dice Fernanda Cano (2010:54) el tema del narrador se trata de una problemática más compleja, que va dejando sus huellas no sólo en las terminaciones de los tiempos verbales. Para comprobar esto con más efectividad, la existencia de dos narradores, se debería preguntar si al contestar la pregunta ¿Cómo operan en el texto los términos de voz y perspectiva? Obtendríamos más claridad.
Siguiendo a María I. Filinich (citada por Cano:2010,55) podemos sostener que lo anterior es una suerte de interacción recíproca entre un sujeto que percibe (Borges) y un objeto que es percibido (la historia del John V. Moon contada por el Inglés), objeto que condiciona el modo de percibir del sujeto, al imponerle una condición: “(…) la de no mitigar ningún oprobio, ninguna circunstancia de infamia. (…)" (p. 140); por lo tanto, el objeto define el ángulo desde el cual serán relatados los hechos, afectando (Cano:2010,56) no sólo al narrador, sino también a la persona a la que se dirige, imponiéndole a colocarse en alguna posición, para reclamar su atención sobre algo que se presenta como objeto de esa percepción.
Dicho de otra manera, el Ingles para contarle a Borges la historia de su cicatriz le impone una condición, que también se nos impone a nosotros, los lectores, pues, nos enteramos, al mismo tiempo que Borges (personaje y narrador de primer grado), de que el Ingles es el traidor y la que ha contado es la historia de su infamia. Esto es lo que plantea Filinich (citada por Cano:2010,56), respecto a que el espectador también está obligado a adoptar alguna posición sobre lo que se narra, a decidir si cree o no en los relatos.
Uspenki (en Pozuelos:1989,246) verá lo anterior como una cuestión de términos espaciales, como un asunto de perspectiva restringida a un ángulo de observación limitado: la focalización restringida al campo de dominio espacial de un personaje suele coincidir con la perspectiva interna y el focalizador solo domina un fragmento de la realidad; en el caso de Borges solo sabe lo que cuenta el Inglés, quien tiene una focalización retrospectiva, pues focaliza su historia, que provoca que Borges, como oyente, tenga una focalización interna sincrónica por la información proporcionada por el Inglés, la cual exige su limitación al presente, en tanto la historia va contándose a medida que ocurre al personaje (Pozuelo:1989,246)
El Inglés en esa focalización interna retrospectiva, conlleva, en palabras de Uspenki (Pozuelos:1989,246) a una percepción que abarcar su mundo interior y exterior “…Éramos republicanos, católicos; éramos, lo sospecho, románticos. Irlanda no sólo era para nosotros el porvenir utópico y el intolerable presente; era una amarga y cariñosa mitología, era las torres circulares y las ciénagas rojas, era el repudio de Parnell y las enormes epopeyas que cantan el robo de toros que en otra encarnación fueron héroes y en otras peces y montañas (…)" (p. 141) “…Me abochornaba ese hombre con miedo, como si yo fuera el cobarde, no Vincent Moon. (…)" (p. 143) y a la vez se limita a su percepción sensorial, “…en una esquina vi tirado un cadáver, (…), en mitad de la plaza… (…) Moon, en la biblioteca, hablaba con alguien; el tono de la voz me hizo comprender que hablaba por teléfono. Después oí mi nombre; (…)" (p. 144)
En cuanto a la voz, Pozuelo (1989:248) nos advierte que no existe una simetría entre voz narrativa y persona gramatical, sino que es una auténtica elección entre actitudes narrativas, pues la voz, como discurso, revela una opción dual: yo-no yo. G. Genette (en Pozuelos:1989,248) llamara a esto oposición entre relato Homodiegetico (el narrador forma parte de la historia que cuenta) y el relato Heterodiegetico (el narrador no forma parte de la historia).
Desde esta perspectiva podríamos indicar que es correcto decir que estamos ante dos narradores, ambos con relatos Homodiegeticos, Borges cuenta su historia, la historia de esa noche en la estancia, y el Ingles la suya.
Sin embargo, esto no es así, sí son dos narradores con dos relatos, pero solo un relato es Homodiegeticos, el de Borges, el del Ingles, por otra parte, es un relato Heterodiegetico, en cuento a una responsabilidad elocutiva: hablo de él, pues elige contar su historia desde la perspectiva del compañero traicionado. Esto se debe a que como el hecho lo convierte en un traidor y lo llena de vergüenza, decide contar la historia haciéndose pasar por el traicionado. Así, el narrador cuenta en primera persona cómo ese independentista irlandés es traicionado por un marxista enclenque y cobarde.

Se podría concluir que, en cuanto a La forma de la espada, se logra responder las dos preguntas que no se hizo anteriormente ¿Hay sólo un narrador o varios? y ¿Cómo operan en el texto los términos de voz y perspectiva? Son dos los narradores, y son la voz y la perspectiva los que nos permite asegurarnos de ello.
En lo que se refiere al tema de la delimitación de un narrador, lo que dice Cano en El narrador y la ficción (p.54), es cierto, en cuanto que la limitación no se circunscribe a ciertos matices sobre:

“Si un narrador se ubica dentro o fuera de la historia, si cuenta lo que le sucede a él o a otros, si es personaje o testigo, si sabe más, menos o tanto como el resto de los personajes, sino que se trata de una problemática más compleja, que va dejando sus huellas no sólo en las terminaciones de los tiempos verbales sino también en las dudas o certezas con que se presentan los hechos, en los vaivenes que acompañan las ambigüedades de un relato, en las valoraciones, creencias y concepciones ideológicas que cada narrador pone en juego (…)”

El descifrar si es uno o varios narradores los que cuentan una historia, es mucho más complejo de lo que se puede advertir, por lo que no es extraño advertí que, cuando el tema es presentado en clases, se limite a enseñar que: los narradores pueden clasificarse según la persona que utilizan en mayor medida en su narración. La tercera persona (él / ellos), la segunda persona (tú / ustedes, vosotros), la primera persona (yo/ nosotros). Y que, además, de las tres formas pueden utilizarse en diversos tipos de narrador según el conocimiento de lo que narran: narrador omnisicente, testigo, protagonista o equisiciente.


Bibliografía
  • Borges, J. L. (2014) Artificios (1944) La forma de la espada en Ficciones, pp. 139-145. 7° ed. Buenos Aires. Debolsillo (Contemporanea)
  • Cano, F. (2010) Capitulo 2: Entre la voz y la mirada: la perspectiva del narrador en El narrador y la ficción, pp.54-56, Equipo Multimedia de apoyo a la enseñanza: CINE Y LITERATURA, Área de Desarrollo Profesional Docente, Dirección Nacional de Gestión Curricular y Formación Docente, Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, Buenos Aires, Argentina. Recuperado de http://www.bnm.me.gov.ar/giga1/documentos/EL000773.pdf
  • Moreno Rojas, E. (2001) Frente a la narrativa de Jorge Luis Borges en El Relato Enmarcado: Una revisión analítica, en Herrera, Alejandra, Zamudio, Luz Elena & Alvarado Ramon (comp.) Propuestas literarias de Fin de Siglo, Memorias Tercer Congreso Internacional de Literatura, Mexico D.F. Universidad Autónoma Metropolitana.
  • Pozuelo Yvancos, J. M. (1989) Capitulo X: Estructura del Discurso Narrativo, apartados 10.3.2 Voz y niveles narrativos y 10.3.3 Niveles narrativos, en La teoría del lenguaje literario, Segunda Edición, pp. 246-248. Madrid, España. Ediciones Catedra.

[1] Gérard Genette, en su libro Figures III, aborda el estudio de los niveles narrativos en el relato señalando, que todo discurso narrativo se constituye al menos por dos niveles: un primer nivel llamado extradiegético y un nivel subordinado al anterior al que denomina diegético. En el plano diegético se ubica la historia y en el extradiegético, al narrador de esa historia. (Moreno Rojas, E. 2001)

viernes, 15 de julio de 2022

Las nuevas tecnologías en el aula

Los autores más optimistas presentaban la informática y las telecomunicaciones como un vehículo para el progreso, democracia, cultura y libertad, que conduce a un aumento del tiempo libre y a una mejora de la calidad de vida. (…) Sin embargo, algunos autores ponían en cuestión el determinismo dominante y advertían que el impacto de las tecnologías de la información la comunicación sobre las condiciones y la organización de la vida cotidiana dependía, entre otras cosas, de los usos y contenidos, y no sólo de las innovaciones técnicas”. Diego Levis (1999)

Si bien ya se advertía (de) el impacto de las tecnologías de la información la comunicación sobre las condiciones y la organización de la vida cotidiana dependía; no se advertía de la brecha que se generaría, mejor dicho, las brechas: la de acceso a las NTICs y la generacional.

En la ilustración de Nik se observa esa brecha generacional: los alumnos son vistos como sujetos que solo prestan atención a lo que se “enmarca” en una pantalla, lo que ve a través de una; y en cambio la profesora sigue con el viejo sistema: pizarrón y tiza, como si no supiera utilizar las tecnologías.
Alejandro Piscitelli denomina nativos a los estudiantes actuales, hablantes nativos del lenguaje de las computadoras, los videojuegos e Internet; y los inmigrantes digitales: nosotros, los profesores, quienes “nunca sobrepasaremos la categoría de inmigrantes digitales o hablantes más o menos competentes de esa segunda lengua”. Por cierto, las edades de los profesores que aun son considerados inmigrante no bajan de los 26 años.
Vale citar una anécdota del ex Ministro de Educación, Daniel Filmus:

“¿Qué pasa si un médico del siglo XIX resucita a fines del siglo XX y tiene que operar en un quirófano con la técnica en vigencia? ¿Quién se animaría a ser operado? Si un ingeniero del siglo XIX tiene que construir un puente con la tecnología del siglo XXI o del XX, ¿nos animaríamos a pasar por allí arriba? Ahora, ¿qué pasa si un maestro del siglo XIX resucita y entra en un aula de nuestras escuelas?” La respuesta sería: “Tomaría una tiza y comenzaría a enseñar”.

Porque si es verdad que las TICs están presentes en la curricular de los profesorados, el uso del cañón es el los más pedido para la proyección de los PowerPoint donde se contendrá una síntesis de lo que queremos que los alumnos aprendan, esas filminas maravillosas que desplazaron las engorrosas laminas hechas a mano. Y ¿Eso es esto?, ¿Las capacitaciones a los docentes para que puedan incorporar nuevas estrategias didácticas, dónde? Capacitaciones de 45 minutos, para certificado de 0.50 pto, capacitaciones donde muchas veces, con suerte, el 25% presta atención. Es decir, la brecha sigue, habrá que esperar que los nativos se vuelvan adultos, docentes para acabar con la brecha.
Es por eso que deberíamos replantearnos la adecuación de ciertos contenidos del currículum para las nuevas tecnologías y en capacitar a los docentes para que pueda lograrse. A la vez de hacer hincapié en la educación en medios, cuyo objetivo sea forjar jóvenes que logren discernir entre la gran cantidad de información encontrada en la red, en pos de generar un pensamiento crítico y reflexivo frente a la abundancia.

El Arcipreste se nos muestra en su obra...

El Arcipreste se nos muestra en su obra como hombre de buen humor, jovial y humano, recomienda siempre la buena voluntad hacia el prójimo, tiene la pronta caritativa sonrisa hacia los errores y cree firmemente en el amplio perdón de Dios que acoge al pecador contrito. Su sátira no es agria no señuda, sino regocijadamente burlona y desenfadada; sus plegarias son tiernas, sinceras, doloridas a veces, pero sin acritudes y trenos. Es, sin duda, hombre que comparte el criterio de que un santo triste es un triste santo, y la alegría de su espíritu está esparcida por todo el Libro [...].
La belleza y la originalidad de la poesía que encierra el Libro de buen amor está en lo que su autor puso en él de su cosecha, en el aderezo de las historias, el gracejo de la palabra, el paisaje que sabe hacernos contemplar, las serranas que sueñan con causar la admiración de sus paisanos con toca listada, joyas de latón y pandero retumbante, en los toros que, en un momento de alarma, alzan la cabeza y erizan los cerros con sus astas, en los mil primores de frase y de pensamiento.
El carácter nacional de Juan Ruiz le hace coincidir en diversas facetas con el de nuestros escritores representativos: gusta de los refranes, como Cervantes; ama las cosas chicas, como Azorín; respira a sus anchas en Castilla, como Antonio Machado; juega poniendo nombres adecuados a la significación del personaje, como Galdós [...]; le agrada recorrer caminos y contarnos sus idas y venidas, como a Cela. Sus fantasías tienen siempre los pies en el suelo; aun lo menos próximo a lo material –las visiones, los sueños- está basado en la vida real, cualidad ésta tan reciamente castellana que se refleja en nuestras manifestaciones más espirituales, permitiendo a la sutilísima Teresa de Jesús escribir sus Moradas y emplear un lenguaje que es la llaneza misma.
Un castellano poeta, de conceptos morales claros y rectos, pero alegres; de formación cultural cultivada (clerecía), pero cuyas preferencias se inclinan a lo popular (juglaresco); un hombre de buena voluntad, deseoso de enseñar el buen camino riendo y disculpando, pero que sabía también burlarse con sorna y causticidad de los hipócritas, lo que quizá le llevó a pillarse los dedos y a dar con sus huesos en la prisión; si estuvo en ella. Así podemos imaginar al Arcipreste de Hita.

María Brey Mariño

Serrano Redonnet, M. L. O. La Edad Media: El “Libro de buen amor” o “Libro del Arcipreste”. (p.87) En Serrano Redonnet, María Luisa O. de; de López Olaciregui, Alicia Ch.; de Caso Ward, Stella M. L. de & Zorrilla, Alicia M. (1991) Literatura IV España en sus letras. Buenos Aires: Ángel Estrada y Cía. S.A.

Cuervo: Naturaleza, historia y simbolismo (Boria Sax)

 
Boria Sax

jueves, 14 de julio de 2022

La modosita (Velmiro A. Gauna)

Todos en Capibara-Cué se hacían lenguas de las virtudes de Merceditas, la hija del coronel Brandao, uno de los más importantes hacendados de la zona, famoso por sus ovejas "caras negras", las primeras que hubo en la comarca, y por sus cuentos de la guerra del Brasil, de donde se decía originario.
Muchos fueron los corazones que naufragaron en los lagos profundos que eran los renegridos ojos de la muchacha, pero pocos los que se atrevían a poner en ella sus miradas, porque el padre era muy rico y extremadamente exigente en lo tocante a las condiciones que debían reunir los pretendientes a la mano de su heredera.
Por eso, cuando se supo que Olegario Miño, el maestro de escuela, la había estado cortejando en un baile, todos pensaron que el muchacho llevaría una de las más grandes desilusiones de su vida, ya que según el criterio local era "mucho" para él.
-Mientras ella me quiera-había respondido el mozo-lo demás me importa poco.
-Es cierto -le replicaron-,pero no olvides que ella está educada a la moda de antes, y aceptará lo que le ordene el viejo...
-Vamos a ver... -se limitaba a contestar el docente, sin perder las esperanzas.
Pero todo pareció venirse abajo cuando se anunció que don Bartolomé, el dueño de la barraca y hombre de muchos posibles, había anunciado su decisión de ir el próximo domingo a ver al coronel para pedirle la mano de su hija.
-Y bueno... -había manifestado Olegario, cuando le llevaron la noticia - habrá que ver si ella lo quiere...
-Pero convencete, hermano- le replicó Antenor Pérez, uno de sus amigos- que en esas cosas no cuenta para nada la voluntad de la chica. Es el viejo quien va a decidir y entre don Bartolo y vos hay muchos billetes a su favor.
-Sin embargo, lo mejor es esperar...¿Quién te dice?... Vos sabes que la muchacha es inteligente y puede hacer mucho...
-Podrá, no niego, pero es el viejo coronel quien le va a indicar marido y ella no tendrá más remedio que acatar.
-Todo lo que quieras, pero desde que el mundo es mundo, cuando una mujer no quiere no hay Dios que la haga cambiar de idea.
-Son cosas que se dicen, pero en este caso ella no hará otra cosa sino obedecer. Así que vos ya podes ir despidiéndote de tus pretensiones.
-Allá veremos....-dijo el maestro y se concretó a esperar.
Haciendo crujir sus botas nuevas, relucientes como espejos, don Bartolomé entró en la sala conducido por el coronel, quien lo hizo sentar cerca de su sillón y se puso a fumar un terrible charuto brasileño. El dueño de casa, que era, según don Frutos, el comisario, "un conversador sin agüela", ya estaba al tanto de las intenciones del visitante, el cual no le desagradaba como candidato por la holgada posición económica de que disfrutaba.
Al verlo un poco cortado, le dijo:
-¿Qué le pasa, don Bartolomé?... Lo noto nervioso y desasosegado como estaba yo una vez en Río Grande, antes de una revolución que...
-Vea, coronel, yo...- atinó a decir el visitante, pero el huésped no le dejó proseguir y continuó:
-Como le decía, estábamos con el célebre general Santos da Silva y otros "gaúchos" riograndenses, listos para derribar al gobierno, cuando una mañana nuestra tropa se encontró con una partida oficialista...
-Permiso...- dijo una voz suave y entró Merceditas con un mate de plata y ofreciéndoselo al recién llegado, preguntó con su voz musical:-¿Gusta?
-¡Cómo no! -aceptó el visitante y lo empezó a sorber.
El coronel dejó su relato para decir:
-Perdone que no lo acompañe pero yo gusto más del café.
-No es nada, coronel, así me tocarán más a mí...-expresó el otro, galante.
-Bueno -siguió el brasileño-. Yo, en ese tiempo era solamente teniente y tenía veinte lanceros bajo mis órdenes...
-Vea, coronel, yo... -quiso volver a decir el pretendiente, sin resultado, porque el viejo continuó cada vez más entusiasmado.
-Por un lado se alzaba el monte, a mi frente estaban los soldados con sus armas listas. El general me llamó y me dijo: "¡Teniente Brandao... espero encontrarlo detrás de aquellos hombres...!"
Merceditas seguía trayendo sus mates y don Bartolomé de pronto, empezó a ponerse pálido y a sudar.
-Coronel, yo... -intentaba decir. Pero el viejo, lanzado en la narración de sus aventuras, seguía enhebrando sus hazañas. Su relato hablaba de cargas tremendas, de toques a degüello, de ascensos sobre el campo de batalla, de actos de heroicidad...
-Coronel, me permite... -tartamudeaba el oyente, sin resultado frente al ataque verbal del viejo hacendado, hasta que no pudiendo contenerse más, se levantó diciendo:
-Permiso... Otra vez le diré lo que quería... ¡Buenos días!...
-¡Mal educado!... -tronó el coronel-. Irse así dejándome con la palabra en la boca. A ése no lo dejen entrar más en esta casa...
Después de don Bartolomé fue don Juan Morra, dueño de una estancia vecina, el que fue a ver al viejo con las mismas intenciones matrimoniales. Fue igualmente bien recibido y también tuvo de manos de su adorado tormento el regalo de unos mates, pero su resistencia a las narraciones del viejo fue menor, ya que cuando trataba éste de contarle la orden que le había dado el general Da Silva para encontrarse detrás de las filas enemigas, alzase pálido y desconcertado y tras un seco "¡Buenas tardes!" salió casi a la disparada y montando a caballo, le clavó las espuelas y se perdió en la distancia.
-"¡Filho do infierno!"...- bramó el coronel-. Si mal educado fue don Bartolomé, éste se ha portado aún peor. Si quieres seguir mereciendo mi cariño jamás mires a ese hombre, hija mía.
-Cómo no, tata... -respondió obediente la joven y bajó los ojos.
Ante el asombro de todos, el tercer pretendiente fue Olegario Miño, que se atrevió a arrostrar los posibles furores del viejo.
Pese a todo el anciano lo recibió, amable pero frío.
Enseguida comenzó la narración de sus aventuras. El coronel, aleccionado por las experiencias anteriores, esperaba intranquilo, creyendo que al contar el ataque su visitante se iría. Sin embargo, sorbiendo lentamente el mate y rozando, al pasar, la mano dócil de la doncella, Olegario siguió escuchando sin impaciencias.
Brandao estaba contento por tener tan complaciente auditor y lo invitó a cenar. Después, aunque un poco a disgusto, aceptó que viniera a hablar con la niña.
Lentamente sus resistencias fueron vencidas y, finalmente, transigió con la boda.
Mucho tiempo después, y cuando estaban una tarde en el amplio salón, el coronel Brandao se sinceró:
-Mirá, hijo...Yo a vos ni te hubiera tenido en cuenta para Merceditas si esos maleducados de don Bartolomé y don Juan Morra hubieran tenido más paciencia para escuchar y luego pedir...
-Es que no podían, papá... -dijo la suave Merceditas.
-¿Por que no iban a poder, m'hija?
-Porque a ellos les había puesto hojas de ombú en el mate, y usted sabe que...
-¡Ja... ja... ja!... -rieron los hombres, recordando el poder fuertemente purgativo de las mismas, y el viejo concluyó:
-¡Miren a la modosita, tan llena de mañas!...
Velmiro A. Gauna


En cuanto a Merceditas, la joven correntinita que Ayala Gauna nos pinta, con matizado colorido, en La modosita, representa aqulla otra faz: la de la mujer joven, picara, caprichosa o voluble muchas veces, pero capaz de defender a cualquier costa su amor y su voluntad. Con tono de marcado humorismo, nuestro escritor sabe dar una precisa cala en la honda verdad del alma de la mujer litoraleña. Sin rebelarse contra la omnimoda voluntad paterna -que sabe irreductible- apela al recurso más simple y efectivo para imponer su propia decisión y ganar al hombre que ama.
Castelli, E. (s/a) Velmiro Ayala Gauna Hombre y tierra del litoral. pp. 21-22. Ediciones Colmegna. Santa Fe. Argentina

martes, 12 de julio de 2022

Cardo

¡Cardo manojo azul de dagas
entrechocándose en el viento,
dentadas sierras que delinean
los bordes de las hojas.

Tu punzadura en nuestra infancia era
un salvaje alarido de alegría,
que desparramaba en pánico a las abejas
y hacía saltar el sonoro canto de las alondras.

Tu encantada cabeza, entonces,
ardiendo entre las flores
llenaba el cielo entero con azul humareda
y las inquietas chispas de la simiente.

Ahora de tus hirientes pimpollos,
nostálgico punto de partida,
los fantasmas de esos veranos pasan
susurrando delante de mis ojos.

Sembrando un cardo mágico,
que hiere la memoria,
para despertar en mi carne helada
la fiebre de los campos hace tiempo perdidos...

Laurie Lee
(Trad. de V. Ayala Gauna)
En: La Diligencia, Año III, Viaje 13, p.24

Análisis (Campbell) de el Libro VI: Descenso a las moradas infernales (Vaccarini)

El Libro VI Descenso a las moradas infernales, inicia con la llegada de Eneas y su armada a las costas Cumas, Italia. El caudillo[1] junto a su amigo Acantes, van a la caverna de la Sibila Deífobe, para que ella los guiara hasta el templo de Apolo, encontrado sobre una montaña. En el templo, la profetisa inspirada por Apolo le anuncia una serie de desgracias, si bien lo consuela: El camino de tu salvación está anunciado (Vaccarini:2009,54).
Eneas responde que tiene previsto los desafíos que lo aguardan, y que solo pide se le enseñe el camino hasta donde reside su padre. La pitonisa le advierte que es fácil entrar, pero (…) Lo difícil, Eneas, es regresar a la Tierra (Vaccarini:2009,54). Por lo que le impone la tarea de buscar un ramo de oro. En la frondosa selva que nos rodea hay un árbol que esconde un ramo de oro (Vaccarini:2009,55). Ante la consternación de Eneas por la prueba impuesta, su madre Venus manda a su ayuda unas grises palomas para guiarlo a hacia el ramo de oro.
Ahora si tenemos en cuenta la obra de Campbell, Eneas se encontraría aquí con La ayuda sobrenatural¸ aunque se diferiría de lo dicho por lo autor: (…) el ayudante sobrenatural tenga forma masculina (1959:73), la ayuda es divina y femenina, es su madre Venus quien ofrece al ayuda. La madre del héroe troyano participa activamente del camino de pruebas y en reiteradas oportunidades interviene para facilitarle el sendero (Emmert:2021).
Una vez con el ramo de oro, el héroe puede comenzar su camino hacia su padre. Cerca del templo se encuentra una cueva, la entrada al Averno. Eneas de acuerdo con los preceptos de la Sibila, realizo grandes sacrificios para Proserpina, tras lo cual Deífobe lo guía dentro de la cueva.
En el camino se encuentra con las guaridas del Dolor; la Venganza; las pálidas Enfermedades y también la Triste Vejez. Muy cerca estaban el Miedo; el Hambre –la mala consejera-; la Horrible Pobreza; el Sueño y se hermana, la Muerte, el Trabajo y, por último, los Malos Goces del alma. Al fondo vieron la mortífera Guerra y la Discordia (Vaccarini:2009,56), y otras criaturas. (...) Estos son los guardianes del umbral que apartan a los que son incapaces de afrontar los grandes silencios del interior. Son personificaciones preliminares del peligroso (…) (Campbell:1959,89) Eneas se hallaría en El vientre de la ballena.
No se detendrán a contemplar los horrores del umbral, avanzan, héroe y profetisa, hasta llegar al camino que conducía al Aqueronte, (…) el barquero Caronte. (…) Conducía una barca negra para trasportar a los muertos. (Vaccarini:2009,57) Eneas al ver el espectáculo de las almas que pedían subir a la cubierta, y donde, unos eran elegidos, otros rechazados, pregunta a la pitonisa cuál es el significado de tal escena, en respuesta ella señala que son almas insepultas, destinadas a bajar por cien años por la orilla antes de ser aceptadas. En esto, apareció el piloto Palinuro (Vaccarini:2009,57), quien pregunta por su destino, es la Sibila quien lo calma.
En la otra orilla, pasaje que relatará: el cruce de por el Aqueronte en la barca de Caronte, que solo pudo suceder por la visión del ramo de oro: En cuanto vio el ramo de oro (…) el recio barquero se volvió amable (…) (Vaccarini:2009,59). Continúa el relato de la llegada a la orilla, donde son recibidos por Cancerberos, perro de tres cabezas, Eneas quedó lívido ante la bestia; para apaciguar a la bestia, la Sibila Le lanzó una torta amasada con miel y adormideras, que el perro devoró (…) Enseguida se desplomó. (Vaccarini:2009,59).
Sigue su descenso, presencian las almas de los recién nacidos, las de los condenados por sentencia injustas, y la de los suicidas, entre las cuales se encuentra la de Dido con su pecho todavía abierto por la herida reciente (Vaccarini:2009,60). Eneas, entre llantos, inútilmente trata de justificar su partida, Dido lo rechaza irritada, y va los brazos de su difunto esposo, Siqueo. Dolorido, Eneas continua su camino (Vaccarini:2009,60) donde se encontrará con almas de conocidos, vera la puerta que conduce al Tártaro, y la torre junto a ella, donde, sentada, estaba la Furia Tisífone (Vaccarini:2009,60).
Se vería aquí al héroe en El camino de las pruebas o del aspecto peligroso de los Dioses, donde Eneas avanzaría hacia la oscuridad (Campbell:1959,97), se presentaría también, según Emmert (2021) un mitema, “El viaje”, de dos dimensiones: interior, la entrada del caudillo a lo espiritual, y física, la búsqueda de su padre.
Ahora han llegado al palacio blanco de Plutón, donde Eneas colocó el ramo en el dintel (Vaccarini:2009,61), luego de pasar por muchas puertas llegan a los Bosques Afortunados, es allí que dan con el alma Anquises, entre muchas otras sobras. El héroe desea abrazarlo, pero no puede, la imagen de filtró entre sus huesos, como un sueño (Vaccarini:2009,62). Sobre las sombras, que beben del río Leteo, Anquises rebela a Eneas que lo hacen para olvidar, para así después volver animar un cuerpo nuevo.
Pero Anquises, lo que quiere, y logra, es relatarle sobre su descendencia: comienza con mostrarle a su futura esposa Lavinia, Rómulo, fundador de Roma, sigue por mostrarle a César, a César Augusto, del cual dice llevará su imperio más allá de los caminos del año y del sol (Vaccarini:2009,64).
Finalmente, Había llegado el último momento en los infiernos. La Sibila condujo a Eneas por una de las puertas del Sueño, (…) volvió a la tierra y, (…) camino hacia el puerto. Sus compañeros lo acosaron con preguntas (Vaccarini:2009,64). Se lograría El regreso y la reintegración a la sociedad, Eneas habría conseguido llegar hasta su padre, ha llevado a cabo su misión. (Campbell:1959,179)


Bibliografía
  • Campbell, J. (1959). Primera parte: la aventura del héroe en El Héroe de las Mil Caras, Psicoanálisis del mito (L. J. Hernández, Trad.) Fondo de Cultura Económica. México. (Obra original publicada en 1949).
  • Vaccarini, F. (2009) Libro VI: Descenso a las moradas infernales en Eneas, el ultimo troyano. pp. 53-64. 2ª ed. Buenos Aires. Amauta.

[1] (…) mantenía alejada del Lacio a la flota comandada por el caudillo Eneas, (…)” (Vaccarini,2009:6)

lunes, 11 de julio de 2022

Terror en la literatura…

C. F. Feiling (en Ansolabehere:2019,12) sostiene que “un relato pertenece al género de terror si pretende, entre otras cosas, producir miedo en el lector mediante la intervención decisiva en su trama de elementos sobrenaturales, por lo común presentados como hostiles o dañinos para los seres humanos”.
La literatura de terror se caracteriza principalmente por producir miedo o temor en el lector a través de la manera particular de narrar los relatos, el autor utiliza personajes espeluznantes o aterradores como muertos, fantasmas alucinaciones, vampiros, brujas entre otros (Ramos:2017), a la vez que esgrime una variedad de recursos fuerzas oscuras esperando su oportunidad para invadir el mundo, la metamorfosis, el mal asociado con lo demoníaco, el sueño como creador de seres pesadillescos que cobran cuerpo en la vida real (Ansolabehere:2019), utilizan también inseguridades y creencias supersticiosas (Ramos:2017)
Y si bien, el comienzo de la literatura de terror, es decir el incremento de los relatos que presentan las características antes mencionada, sucedió hace unos doscientos años (se considera universalmente que el primer registro de un texto de terror es de finales del siglo XVIII) aun no se han escrito alguna teoría sobre este género literario. Celso Lunghi (2015) realiza una comparación con el género policial:

Si vas a buscar teoría acerca del policial te encontrás con seis bibliotecas, si vas a buscar teoría acerca del terror no hay, es como un género de divertimento y tiene sus propias reglas y sus propias pautas; es casi uno de los géneros más pautados que existen. (…) Stephen King con su libro Danza Macabra, (…) caracteriza al género y tiene una frase central que es “el escritor de terror es un garante de la norma”. Es un género muy conserva: que te marca límites, llegá hasta acá. Los cuentos infantiles originales son cuentos de terror que buscaban frenar la acción de los niños, asustarlos para evitar ciertas conductas.

La aterradora adolescencia
Esta falta de teoría no preocupa a los adolescentes. Ellos no están pensando en si algo tiene sustento teórico o no, lo que buscan es poder superar la realidad, algo que incentive su imaginación.
Las historias de terror son de los más buscados en la secundaria, sobre todo en los primeros años, por experiencia se que los alumnos se entusiasman con este tipo de historias, pero es más su recepción sin son relatos basados en leyendas urbanas o mitos típicos de la región. La pregunta sería entonces ¿Por qué el terror atrae tanto? Claudia Martínez (2016) responde “Será para superar lo que sucede en la realidad y que luego no nos asombremos” y Alicia Soria (2018): “Les permite explorar y comprender sus propias reacciones de miedo en un entorno que pueden controlar a su ritmo”. En tanto Elsa M. Ramírez Leyva (2006) sustenta que los adolescentes establecen una relación entre los libros y los filmes: el género de libros que los jóvenes dicen disfrutar más, coincide con el tipo de películas que eligen para ver en cine o en televisión: en ambos casos, prefieren el terror y la ciencia ficción, en decir, los chicos eligen libros cuyas historias han visto antes en cine o en televisión. Con esto podemos decir que los estudiantes de secundaria reconocen muchos de los elementos presentes en la literatura de terror, fantasmas, puertas chirriantes, castillo, gritos y aullidos, asesinatos, persisten en la construcción del ambiente de horror que por las películas o programas de televisión que ven.
Aunque esto nos permite darnos una idea del gusto al género por parte de los adolescentes, aun nos deja a sabor a nada. Y es que todo lo relacionando con adolescentes y literatura de terror está basados en observación sin mucho (o nulo) sustento académico o teórico, demostrando algo de suma importancia: no se tiene registro, algún trabajo académico o investigativo, donde de cuenta del porque la literatura de terror atrae tanto a los adolescentes y jóvenes, solo se puede experimentar uno mismo en las clases y maratones de lectura, a través del contacto con los mismos en situaciones de lectura libre.

Lengua y Literatura: terror y problemas
Bien, lo dicho anteriormente significa que ¿El género de terror es un problema para el docente de Lengua y Literatura?
En primer término debemos decir que, en Corrientes, tenemos un apoyo, el del Diseño Curricular Jurisdiccional Ciclo Básico de la Secundaria Orientada Lengua, que sostiene:
  • Efectuar recorridos de lectura a partir de la conformación de corpus de textos literarios agrupados por tópicos, técnicas narrativas utilizadas, géneros, etc.
  • Tipos textuales sugeridos: mitos, leyendas, fábulas, cuento tradicional, microrrelatos, cuento maravilloso, cuento fantástico, cuento de ciencia ficción, cuento de terror, novela de aventuras, coplas populares, romances, poemas tradicionales, teatro breve.
En segundo término, el gusto del alumnado por las historias de terror.
Y por último, en el caso de literatura, el género siempre tuvo un lugar mínimo o lateral en la historia de la literatura argentina, aunque en los últimos ha comenzado a ocupar un lugar preeminente en la literatura argentina. (Ansolabehere:2019)
Entonces la posible respuesta a la pregunta sería: existe una disyuntiva entre la falta de teoría, aunque si hay reconocimiento por parte de los diseños curriculares, sobre el género dificulta la tarea docente, y ese gusto adolescente por el miedo facilita la misma. No lo creo.
Para lograr responder, en primer lugar debemos saber con qué elementos contamos: para empezar el apoyo del Diseño Curricular de la Provincia, la iniciativa de los alumnos de secundaria por leer textos de terror, y la gran variedad de textos al alcance. Y sobre todo, un conjunto abrumador de datos que prueba el lugar preeminente que el terror ocupa en el campo literario argentino actual. (Ansolabehere, 2019)

El terror en la literatura argentina: desde el inicio hasta el fin del s. XX
El terror está prácticamente en el origen de la literatura argentina, como uno de sus elementos constitutivos, ejemplo de esto es que en varios de los textos “fundacionales” el terror es vinculado directamente con ciertas prácticas políticas, eje alrededor del cual se organiza la escritura. Ese interés por el “terror de la barbarie” se manifiesta también a partir de un tratamiento literario, donde se la esencia y el funcionamiento del terror. Un ejemplo es Facundo (1845) de Sarmiento, un texto casi poco visto en la escuela secundaria, pero donde trata de explicar el modus operandi que define al gobierno de Rosas, donde denomina la barbarie, y que a partir del terror como metodología predilecta del despotismo bárbaro.
En los años y las décadas que siguen pueden encontrarse en la obra de varios autores argentinos, aunque ninguno de ellos trabaja con el terror de manera sistemática, relatos notables, cuentos que merecen ser considerados obras de terror, como los de Quiroga o Lugones. Son cuentos del primero los que abundan, entre los textos de terror como tal, en los manuales y libros de lengua y literatura de secundaria, un texto canónico es Cuentos de amor de locura y de muerte.
A partir de la segunda mitad del s. XX nos encontramos cuentos de J. Cortázar, Bernardo Kordon, Abelardo Castillo. Pero habrá que esperar, al período post-dictatorial para encontrar en algunos escritores de primera línea, con un intento más sistemático de trabajar con el género, entre ellos Alberto Laiseca y C. E. Feiling, del último obtuvimos un concepto de relato de terror.

Terror en Argentina: fin del s. XX, los primeros años del s. XXI
Hoy en día existe una diversidad regional de escritores cuya obra se vincula con el género, lo que permite una riqueza mayor en cuanto a escenarios, como ocurre con el monte chaqueño o los esteros del Iberá en La casa junto al tragadero, de Mariano Quiroz, con la selva misionera en algunos relatos de Acheli Panza; o de aquello que interrumpe en la realidad para atemorizar, el uso de seres propios de la mitología o folclor del lugar donde nació o crio el autor; datos biográfico que en la mayoría de los casos se transforma en un elemento destacado de los textos. Lo que permite llevar al aula la voz de la región, para que los alumnos, como nos pide el NAP del Ciclo Básico, valoren la diversidad lingüística como una de las expresiones de la riqueza cultural de la región y del país; y que se formen como lectores críticos y autónomos que regulen y generen, un itinerario personal de lectura de textos literarios completos de tradición oral y de autores regionales.
Los autores moderno tienen un modo disímil en la forma en que trabajan con el terror, para S. Gasparini (2018) el terror en la narrativa actual argentina ha reorientados a personajes propios del terror literario y cinematográfico hacia lecturas políticas, ya sea del pasado nacional vinculado al terrorismo de Estado o bien en clave biopolítica; esto resulto en una nueva forma de narrar, donde lo ominoso irrumpe con la recuperación de viejos temas de la narrativa de terror (ocultismo, satanismo, presencia de lo monstruoso sobrenatural, leyendas populares) en un marco narrativo complejo, pleno de autorreferencialidad y de guiños paródicos que conviven con ese efecto de horror que parece incompatible con la razón, como Mariana Enríquez.
En fin, no es un problema el género de terror, al contrario es una respuesta valiosa para la educación, y no solo en lo que refiere a Lengua, sino también a otras materias, como Historia o Formación Ética, ya que permite, a través de sus relatos, rescatar cuadros históricos de la nación y confrontar situaciones en donde se juegan valores; un ejemplo seria la lectura de “Cuando hablábamos con los muertos” de Enriquez: aquí un grupo de amigas trata de contactarse con un “desaparecido” de la última dictadura cívico-militar, que termina poniendo a prueba la relación y amistad de las chicas.


Conclusión
Los textos que pertenecen al género de terror son aquello donde una fuerza extraña o un mal psicológico perturba, irrumpe desde del exterior o bien, si es un agente interno que domina al humano, cometiendo actos terribles. En la literatura nacional, el terror es un elemento fundacional, que predomina hasta el día de hoy, casi siempre unido íntimamente con lo político.
Los textos pertenecientes al género de terror son favorecedores, los estudiantes se prestan más a leerlos que textos pertenecientes a otros géneros; además muchos pueden ser utilizados como punto de partida para hablar sobre algún periodo concreto de la historia Argentina, como El Matadero para conversar sobre el periodo de gobierno de Rosas, Unitarios y Federales.
Pero lo es también para reconocer la riqueza de historias sobrenaturales de cada región. En Corrientes las historias sobre fantasmas, encantos, entierros, criaturas sobrenaturales, aparecen por todos los rincones; los correntinos somos criados con el Pomberito, el Hombre del Saco, el Silbador, la Luz Mala, que es tal vez la explicación más clara del por qué el adolescente correntino gusta de la literatura de terror.
En conclusión, el terror es algo inherente al ser humano, este ha inventado desde siempre historias tenebrosas y fascinantes, que permiten sobrellevar y prepararlo para enfrentar la vida cotidiana; la lectura de este tipo de texto en secundaria permite que el adolescente explore sus miedos más grandes, y encuentre herramientas para afrontarlos.



BIBLIOGRAFÍA
  • Ansolabehere, P. (2019). Clase Nro. 4: Terror. Literatura argentina: cuatro recorridos. Buenos Aires: Ministerio de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología de la Nación.
  • Gasparine, S. (2018) “Últimas inflexiones de la narrativa argentina de terror: las novelas de Celso Lunghi”. Estudios de Teoría Literaria. Revista digital: Artes, letras y humanidades, vol. 7, n° 13, pp. 51-59.
  • Lerma Ramos, S. (2017) “El miedo corre más que tú: diseño de una secuencia didáctica para el fortalecimiento de la comprensión lectora de cuentos cortos de terror en estudiantes de grado 7°” Trabajo de grado. Universidad tecnológica de Pereira. Facultad de Ciencias de la Educación. Licenciatura en Español y Literatura. Recuperado de https://core.ac.uk/download/pdf/92123317.pdf
  • Lunghi, C. (26 de septiembre de 2015). Literatura y terror: "En Argentina nos estamos apropiando del género" Entrevistado por Boris Katunaric. Agencia Paco Urondo. Cultura. Https://www.agenciapacourondo.com.ar/cultura/literatura-y-terror-en-argentina-nos-estamos-apropiando-del-genero
  • Martínez, C. (12 de Marzo de 2016) “Una experiencia para entusiasmar a los adolescentes con nuevas lecturas” Entrevista para la sección Bicentenario del Diario La Capital. Recuperado de https://www.lacapital.com.ar/bicentenario/una-experiencia-entusiasmar-los-adolescentes-nuevas-lecturas-n497599.html
  • Ministerio de Educación (2013) NAP Lengua. Ciclo Básico Educación Secundaria 1° y 2° / 2° y 3° años. Buenos Aires. Argentina.
  • Ministerio de Educación de la Provincia de Corrientes (s/a) Lengua en Diseño Curricular Jurisdiccional Ciclo Básico de la Secundaria Orientada.
  • Ramírez Leyva, E. M. (Coord.) (2011) La lectura en el mundo de los jóvenes ¿una actividad en riesgo? en Lecturas, escrituras y medios de comunicación. Universidad Nacional Autónoma de México. México. Recuperado de http://132.248.242.6/~publica/conmutarl.php?arch=1&idx=257
  • Soria, A. (6 de septiembre de 2018) “Por qué son recomendables los libros de terror para niños” Entrevistada por Gema Lozano. Ideas YOROKOBU. Recuperado de yorokobu.es/literatura-infantil-terror/