martes, 18 de diciembre de 2018

La mendiga del carrizal

Desde la cuesta bordeada por ancha carretera, se descubre el valle. Las casitas diseminadas se asientan como blancas palomas sobre el césped; la iglesia de la aldea alarga su campanario a las nubes, en muda oración, solitaria.

Sobre los campos y los árboles, el otoño estremece su manto de oro, bajo el cielo nublado. El ambiente es húmedo, casi tangible en su pesadez.
Por la carretera las jacas campanillean, arrastrando a los aldeanos endomingados de casinetas chillonas, a la feria de los trigos; las campanas tañen desde lejos, contando sus ecos a las lomas sin fin.
En un recodo del camino de la cuesta, sobre una geométrica piedra gris, sentada, descansa una mendiga. Su cabeza: copo de lana, despilfarrado al viento; en el sitio de los ojos: un globo rojo en el uno, una cuenca vacía en el otro; en ambos: dos párpados se sumen secos. Su rostro arrugado como corteza de algarrobo; sus manos, raíces nudosas, tiemblan, y por debajo de sus harapos indefinidos apuntan sus óseas fugitivas rodillas. Al son de las herraduras en las piedras extiende en curva trémula, su mano descarnada.
–Una limosna, por amor de Dios –dice. En su voz cavernosa, honda, como salida de un cántaro vacío, hay algo que sorprende. ¿La miseria o el crimen, la ahuecan? Oscuro enigma que obliga a meditar. ¿Qué pasión terrible habrá, tal vez, en la punta de un puñal, arrancado la luz de sus pupilas? Mujer, un tiempo joven, hermosa, quizás… Hoy: vieja, miserable; ¡hilacha de carne!
La Naturaleza, indiferente, mira quieta, rozando los sentidos, mientras la criatura, sombra dudosa, se aplasta con el peso de la existencia.

Rosa Bazán de Cámara.

sábado, 15 de diciembre de 2018

A una señorita el día de sus 15 años

Inocente Pilar; mi tierna amiga,
Sobre tus sienes su invisible mano,
El Padre de los cielos te bendiga
Desde su trono de oro soberano.

Hoy el sol de tu vida se levanta;
El alba ya pasó. Brilla en tu Oriente
Magnífica su luz; deslumbra, encanta,
¿Nunca una nube eclipsará su frente?

¡Ah! Quien pudiera detener la noche
Que los años traen yerta y oscura,
Y bajo eterno sol guardar en broche
La delicada flor de tu hermosura!

Ríe; canta feliz; sean tus horas
Gotas de agua de fuentes cristalinas,
Y sea de placer si inquieta lloras,
Tórtola de mis playas argentinas.

Guarda en tu corazón tan inocente
Por largo tiempo tu infantil sonrisa;
Y al adormirse tu virgínea frente
Sueña por tu jardín lirios y brisa.

De hora en hora tan libre como hermosa
Juega con tus canciones y tus galas,
Como juega la blanca mariposa
De flor en flor sin espinar sus alas.

Y como ella se escapa de los suelos
Embriagada en el ámbar de las flores,
Tu alma, soplo de Dios, alce sus vuelos
Al Padre de tus cándidos amores.

Pilar, y acaso si llegara un día,
Allá en el vuelco de lejanos años,
En que oprimiesen con su mano impía
Tu noble corazón los desengaños;

Mira estas hojas pálidas, sin nombre,
Con que oso coronar tus quince abriles:
Y busca luego sin temor al hombre
Que sonrió a tus años juveniles.

Jose Marmol 

lunes, 10 de diciembre de 2018

El pastor de estrellas

En el risco más solo y escarpado
De la sierra distante,
Vive un pastor de cabras, ignorado
De todos, e ignorante.

Resplandece en los ojos del cabrero
La gloria de la cumbre,
Y del naciente sol es el primero
Que recibe la lumbre.

Con una áspera piel de su rebaño
Cubre sus desnudeces,
Y se alimenta, tal un ermitaño,
De raíces y nueces.

Libre como las águilas salvajes,
Odia la tierra baja,
Y duerme bajo plácido follajes
Sobre un lecho de paja.

Como nunca a los riscos de la sierra
Se aventura el viandante,
Imagina el pastor que de la tierra
Es el solo habitante.

No sabe del idioma de los hombres
Sino medias palabras,
Y llama a las estrellas con los nombres
Que le ha puesto a sus cabras.

Y así, a la luz vaga del lucero
En las cumbres aquellas,
Más que un pastor de cabras, el cabrero
Es un pastor de estrellas…

Federico Mistral 
(Trad. de T. Llorente)

viernes, 7 de diciembre de 2018

El desdén del oficio

Voy a hablarte del heroísmo en cualquier oficio y del heroísmo en cualquier aprendizaje.
Aquel hombre, hijo mío, que vino a verme esta mañana, ¿sabes, el de la cazadora color de tierra? No es un hombre honesto. A dulce, a fiado, a trabajador, a buen padre de familia pocos le ganan. Pero este hombre ejerce la profesión de caricaturista en un periódico ilustrado.
Esto le da de qué vivir. Esto le ocupa las horas de la jornada. Y, sin embargo, él habla siempre con asco de su oficio y me dice: “–¡Si yo pudiera ser pintor! Pero me es indispensable dibujar esas tonterías para comer. ¡No mires los muñecos, chico, no los mires! Comercio puro…” Quiere decir que él cumple únicamente por la ganancia y que ha dejado que su espíritu se vaya lejos de la labor que le ocupa las manos, en lugar de llevar a la labor que le ocupa las manos del espíritu. Porque él tiene su faena por vilísima.
Pero dígote, hijo, que si la faena de mi amigo es tan vil, si sus dibujos pueden ser llamados tonterías, la razón está justamente en que él no metió allí su espíritu. Cuando el espíritu en ella reside no hay faena que no se vuelva noble y santa. Lo es la del caricaturista como la del carpintero, y la del que recoge las basuras, y la del que lleva las fajas para repartir un periódico a los suscriptores.
Hay una manera de dibujar caricaturas, de trabajar la madera, y también de limpiar de estiércol las plazas o de escribir direcciones que revela que en la actividad se ha puesto amor, cuidado de perfección y armonía y una pequeña chispa de fuego personal: eso que los artistas llaman estilo propio y que no hay obra ni obrilla humana en la que no pueda florecer; es la manera de trabajar buena. La otra, la de menospreciar el oficio teniéndolo por vil, en lugar de redimirlo y secretamente transformarlo, es mala e inmoral. El visitante de la cazadora color de tierra es, pues, un hombre inmoral porque no ama su oficio.
Hijo: tú eres un niño aún, pero ya hablo en ti a todas las almas jóvenes que están o han de estar pronto en estudio y en aprendizaje, y mañana en oficio, cargo o dignidad. A todos quiero decir la moral única en el estudio y en el aprendizaje, en el oficio, cargo o dignidad.
Además, nunca es tiempo perdido el que se emplea en escuchar con humildad cosas que no se entienden. Estas cosas trabajan los dentros y llega día en que el provecho se encuentra… Está, pues quieto.
Deja, niño, tus manos descansar en la mías. Mira con ojos extrañados salir de mi boca las palabras con un movimiento de labios y de dientes.
La palabra espíritu te la he de repetir mucho. Y tú me preguntarás tal vez, que cosa sea. Tú no la puedes saber de fijo y creo que yo tampoco. Pero bien está que hablemos de ello siempre que, si nosotros no la entendemos, él, el espíritu, a nosotros sí nos entiende y nos da mejor disposición a entendernos los unos a los otros y, por consiguiente, hacernos mejores.

Eugenio D´ors

martes, 4 de diciembre de 2018

El cumplimiento del deber

Muchas veces habrás oído decir, hijo mío, que no hay placer semejante al que produce la satisfacción del deber cumplido. Sin embargo, nosotros creemos que quienes eso dicen se equivocan, porque tenemos como verdad inconcusa que el cumplimiento del deber sólo termina para el hombre con la vida. La vida es acción, trabajo, movimiento, lucha. Cuando volvemos la vista hacia el pasado, no lo hacemos para deleitarnos estáticamente en la contemplación de la obra cumplida, sino para medir, por lo poco que hemos hecho, lo mucho que nos falta. ¿Cómo hemos de perder tiempo gozándonos en el minúsculo tesoro que nuestro pasado custodia, cuando nos ofrece el porvenir riquezas indefinidas que hemos de conquistar con nuestro esfuerzo? 
Estamos convencidos de que no es la posesión de las cosas la que proporciona placer, sino el deseo de ellas, aunque pueda parecernos doloroso; no es el pasado el que nos interesa sino el presente, y aun éste como promesa de porvenir. El recuerdo, por ejemplo, no es sólo el esfuerzo que hacemos por revivir lo que está muerto; recordar es proyectar una nueva luz sobre los acontecimientos vividos, apreciar con nuevo criterio multitud de detalles, observar y analizar algunos aspectos hasta entonces inadvertidos, acrecentar nuestra experiencia deduciendo las normas que han de reglar nuestra acción en el futuro. 
Paralelamente, cuando recorremos una colección de fotografías tomadas en un viaje, y señalamos en el mapa los lugares visitados, y evocamos las peripecias sufridas y los goces experimentados, ¿no viajamos en cierto modo de segunda vez? ¿No alentamos, acaso, en ese instante, el deseo de repetir nuestras andanzas? Luego, lo que nos hace felices, es el nuevo viajar imaginario, el nuevo desear la realidad futura. 
Vivir es viajar a través de los días, y su goce mayor no consiste en recordar el ayer sino en esperar el mañana llenando con nuestra actividad todas las horas del día de hoy. A esta constante utilización del momento presente se la llama cumplimiento del deber. 
Llena todos los minutos de tu vida, hijo mío; cada uno de ellos es una celdilla del panal maravilloso de tu existencia; cólmalos con la dulce miel de tu esfuerzo constante y provechoso; liba en todos los trabajos, en todas las ocupaciones en todos los oficios que la suerte te depare: en todos encontrarás, por ásperos que te perezcan, su poca de dulzura, como encuentran las abejas en todas las flores su gotita de néctar.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Melodía vespertina

Hunde en ocaso el sol su frente de oro;
En roja pira el horizonte inflama,
Y entre las nubes, al partir, derrama
En ráfaga de iris su tesoro.

Allá distante, con clamor sonoro,
Pausada esquila a la oración nos llama:
Naturaleza tiembla, y sueña, y ama,
En los murmullos de su inmenso coro.

Pardo manto obscurece el hemisferio,
Y de la vida el bullicioso alarde
Cede al desmayo de su blando imperio.

Luz de recuerdos en las mentes arde;
Y en la paz de los campos y el misterio,
Se alza en silencio el canto de la tarde.

Calixto Oyuela

martes, 27 de noviembre de 2018

Motivo del alfarero

Alfarero, yo he visto tus manos
Como dos ideas modelar arcilla.

Tras la curva de un ánfora grácil
Como el torso móvil de las odaliscas,
Temblaban tus dedos nerviosos,
Tus dedos de artista.

Y en las rosas del vientre combado
Y en los dos dragones del asa, lucía
Todo el fuego divino que el arte
Volcó en tus pupilas.

Tú ignorabas si en ella la suerte
Manojos de flores suntuosas pondría,
O si manos brutales, acaso,
Rompiéranla en trizas…

La soñabas en nobles jardines
Sobre pedestales de pórfido erguido,
Con abrazos de hiedra en su cuello,
Con rosas divinas.

Y pensé que todos somos alfareros;
Pensé que la vida
Era dócil barro gastado en mil ánforas
De esencia distinta.

Nuestras ilusiones son frágiles copas
Y nuestros ensueños son vasos de arcilla:
¿Qué pondrá en las ánforas el torvo destino?
¿Qué pondrá en los vasos el hada madrina?

Tal vez el destino las colme de rosas;
Tal vez para siempre se queden vacías…
T
al
 vez otras manos
Las partan en trizas…

Y así caminamos, pobres alfareros;
Así convertimos la sagrada arcilla
En copas desiertas, en vasos fecundos,
O quizás en trozos de ánforas perdida…

Leopoldo Marechal

lunes, 26 de noviembre de 2018

Canción de soledad

Cuida tu soledad como se cuida
La mejor planta del jardín querido,
Que no tejan en ella las arañas
Ni se amparen en ella los vampiros.

Si miras deslizarse contra el muro
Como sombra de crimen, una sombra,
Piensa que la calumnia anda en tu acecho
Y cierra tu ventana hasta la aurora.

Si en tus umbrales gimen y suplican
Pordioseros sin fin el pan y el agua,
Sacia el hambre y la sed de esos mendigos
Sin exigirles que te den las gracias.

No te empeñes en ser ante las gentes
Más austero, más santo, más virtuoso;
Se como debes ser, sin preocuparte
De si eres más o menos que los otros.

Cuando sientas dolor vive en ti mismo;
Vive en ti mismo cuando sientas odio;
Si sientes soledad cierra tus puertas,
Nunca estarás mejor que estando sólo.

No pienses en morir de cierto modo,
Resígnate a morir tal como puedas;
Trata de no dejar después de muerto
Oro y perfidias en fatal herencia.

¡Ama sin tregua, con pasión, sin freno!
¡Ríe si hay que reír, la risa es grata!
Y vive sin saber que a todas horas
La muerte ronda tu florida estancia.

Mario Bravo

viernes, 23 de noviembre de 2018

El vendedor de naranjas

Muchachuelo de brazos cetrinos
Que vas con tu cesta,
Rebosando naranjas pulidas
De un caliente color ambarino;

Muchachuelo que fuiste a las chacras
Y a los árboles amplios trepaste
Como yo me trepaba cuando era
Una libre chicuela salvaje;

Ven acá, muchachuelo, yo ansío
Que me vuelques tu cesta en la falda.
Pide el precio más alto que quieras.
¡Ah, qué bueno el olor a naranjas!

A mi pueblo distante y tranquilo,
Naranjales tan prietos rodean,
Que en Agosto semeja de oro
Y en Diciembre de azahares blanquea.

Me críe respirando ese aroma
Y aún parece que corre en mi sangre.
Naranjitas pequeñas y verdes
Siendo niña, enhebraba en collares.

Después, lejos llevóme la vida.
Me he tornado tristona y pausada.
¡Qué nostalgia tan honda me oprime
Cuándo siento el olor a naranjas!

Si a otro pago muy lejos del tuyo,
Indiecito, algún día te llevan,
Y no eres feliz, y suspiras
Por volver a tu vieja querencia,

Si una tarde, en un soplo de viento,
El sabor a tus montes te asalta,
¡Ya sabrás, indiecito asombrado,
Lo que es la palabra “nostalgia”.

Juana de Ibarbourou

jueves, 22 de noviembre de 2018

El gaucho

El gaucho nace y se desenvuelve en presencia de una naturaleza amplia, abierta, inconmensurable y este espectáculo, presente siempre a su espíritu, favorece, sin duda, el desarrollo vigoroso del sentimiento de la personalidad. Necesita, para vivir, dominar el corcel que vuela bajo su impulso, matar el toro de cuya carne se alimenta, soportar perpetuamente el sol, las lluvias, los huracanes impetuosos como un soplo pujante de la eternidad. De ahí su coraje, su arrojo, su firmeza. 

Pero aquel desierto donde sólo puede uno ampararse de los rayos del sol bajo los pocos árboles que derraman su sombra sobre la faz de la pampa, como si fueran nubes venidas de los cielos para templar en algo los rayos de la luz, según la expresión del poeta; esa naturaleza donde discurren el toro y el potro, que es necesario matar y domar para vivir y moverse, tiene otros aspectos que inspiran sentimientos de una índole diversa de los que explican los rasgos varoniles de la fisonomía del gaucho. Por las tardes, cuando el sol se esconde majestuosamente entre rojizas nubes, como el rey de la creación envolviéndose en una púrpura incomparable; cuando al sombras se extienden sobre la llanura; cuando el silencio misterioso de la pampa es sólo interrumpido por los gritos del tero y del chajá, y las melancólicas estrellas comienzan a brillar en el purísimo azul de un cielo sin fin, parece que el alma hallase, por momentos, en el desierto, una especie de crepúsculo de la gloria, destinado a las más tiernas efusiones del sentimiento y a esas meditaciones severas en que vislumbramos los contornos del mundo prometido. La luz que se va, las nubes ligeras que flotan en la atmósfera como velos de ángeles invisibles, la brisa perfumada que riza la verde grama semejante a un mar de esmeralda, los sordos rumores, la solemne quietud de la inmensa soledad, todo convida al amor, a la esperanza, a la melancolía; todo suscita y despierta es vida recóndita del mundo interior, nunca más activa y poderosa que en las horas en que la vida externa pareciera extinguirse. Por eso el gaucho es amante, por eso es músico y poeta. 

Pedro Goyena.

La noche estrellada

De todos los espectáculos que la naturaleza ofrece al hombre, quizás ninguno penetre como el del firmamento tachonado de estrellas. El mar embravecido, alzando rugientes montañas de agua; los volcanes, vomitando fuego y lava incandescente; la tormenta, que corre desmelenada por todos los ámbitos del horizonte, muestran el poder, la furia de los elementos, y anonadan al hombre con la amenaza imponente de su fuerza. 
El cielo estrellado, en cambio, inunda el alma de poética dulzura. Cuando el hombre, aguijoneado por la necesidad de vencer el misterio que lo rodea, dirige su mirada hacia la altura, miles, millones de estrellas responden a su angustia con el trémulo brillo de sus luces titilantes. Diríase que ellas también contemplan, pensativas, al hombre, como si quisieran penetrar en el misterio de su alma. 
Nosotros, habitantes de las ciudades, enceguecidos por el brillo de la luz artificial, apenas si tenemos idea de la maravilla que se extiende sobre nuestras cabezas. De ahí el deslumbramiento que experimentamos cuando, en la oscuridad de los campos, beben nuestras pupilas la dulce lumbre de los astros. Queremos, entonces, saber dónde está la Cruz del Sur, y distinguir el Centauro y Escorpión y el Can Mayor, constelaciones que lucen en nuestro hemisferio austral; y nos asombra la nube luminosa de la Vía Láctea; y quisiéramos saber cuáles son planetas y cuáles son estrellas; dónde está Marte, y Venus, y Júpiter; y dónde está Argos, y Canopo, y Antares, y Al Rami. Quisiéramos, nosotros también, llamarlas por sus nombres, porque las sentimos, dentro de nosotros como amigas dilectas, como hermanas cariñosas. 
Contemplar el cielo, es elevar el espíritu; sentir su belleza, es acercarse a Dios.

martes, 20 de noviembre de 2018

Nidos de las aves

Una admirable providencia se advierte en los nidos de las aves. No puede contemplarse sin enternecimiento esta muestra de la divina bondad, que torna industrioso al débil y previsor al descuidado. 
Tan pronto como los árboles abren sus flores, miles de obreros comienzan sus trabajos. Estos llevan largas pajas al agujero de un viejo muro; aquéllos construyen edificios en las ventanas de una iglesia; otros, hurtan la cerda a la yegua que pace o el mechón de lana que la oveja ha dejado entre las zarzas. Hay leñadores que entrecruzan ramas en la cima de los árboles, e hilanderas que recogen seda sobre los cardones. Miles de palacios se elevan, y cada palacio es un nido; y cada nido contempla encantadora metamorfosis: un huevo brillante, luego un pichoncito cubierto de plumón. 
El pequeño cría plumas; su madre le enseña a levantarse sobre el lecho. En seguida camina hasta asomarse al borde de su cuna, desde donde pasea su primera mirada sobre la naturaleza. Lleno de recelo y admiración, se precipita entre sus hermanos que aún no han gozado de ese espectáculo; pero reclamado por la voz de sus padres, sale por segunda vez de su lecho, y el joven rey de los aires, que lleva aún en la cabeza la corona de la infancia, osa ya contemplar el vasto cielo, la cima ondulante de los pinos, y los abismos de verdura bajo al encima paterna. Y en tanto se regocijan los bosques al recibir al nuevo huésped, un viejo pájaro, sintiendo que sus alas lo abandonan, se abate junto a una corriente de agua: allí, resignado y solitario, espera tranquilamente la muerte, al borde mismo del río donde cantó sus amores, y cuyos árboles cobijan todavía su nido y su armoniosa posteridad. 

Chateaubriand.

Corrientes

Belén, Belén argentina, 
porque nos dió al redentor… 
cuna del dueño y señor
de la América Latina;
tierra propicia al amor
y a los ensueños ardientes…
¡Vayan hacia ti mis lirios,
altiva y dura Corrientes,
a perfumar tus martirios
y a proclamar tus valientes!

Serenísimo rincón 
donde guardados están
la cuna del Capitán
y la tumba de Berón;
indomable corazón
donde nunca como el ¡ay!
del dolor a la derrota,
porque en su diástoles flota
un alma de ñandubay
¡Antes que doblada, rota!

Corrientes, a cuya vera
el Paraná es una espada
gallardamente colgada
del flanco de su pradera,
raza firme y altanera
cuyos hijos probarán
con feliz ejecutoria
que por razón perentoria
donde nació el Capitán,
no puede morir la gloria.

¡Sepa el suelo nacional,
desde el norte diamantino
hasta el brumaje cetrino
del estrecho terminal,
desde la región del vino
hasta el reino del ombú,
que en nuestra escala, delante
de las demás estas tú
por la razón fulminante
de que en ti esta Yapeyú!

Belisario Roldán

sábado, 17 de noviembre de 2018

El viajero y la nostalgia

El hombre vive aguijoneado constantemente por la ansiedad de viajar. Así como después de
algunas horas de estar en su casa, entregado a las tareas habituales, siente la necesidad de salir, de vagar, de contemplar distraídamente las cosas de la calle y mezclarse a su agitación, del mismo modo experimenta al anhelo de abandonar por un tiempo el sitio en que reside. 
Yo también me encontré alguna vez apartado de Buenos Aires y había cedido al ansioso impulso de conocer las capitales deslumbrantes, en que las generaciones creadoras aglomeraron las artes delicadas y las industrias finas. 
En París bajo los castaños de opulenta copa, y en Berlín bajo los tilos plateados de nieve, sentí la dicha de no deberme a ninguno, de no atarme a nada, y de ser como el pájaro y como el viento un deliberado trasunto de mi voluntad orgullosa. Pero mi alma no tardó en cubrirse de sombras. En medio de las metrópolis sujetas a mis placenteros deseos de excursionista, me puse a pensar en la patria, en la ciudad sin secretos para mi, sin recelos para mi espíritu, y que me ofrece en su familiaridad doméstica la certidumbre del amparo. 
¿Qué soy yo en Londres, en París, en Berlín? 
Soy el viajero, el que lleva por denominación la cifra del cuarto del hotel en que pernoctó. Me gusta viajar. Quisiera ser rico para transitar por la feria del mundo. 
Visitaría a menudo las ciudades ilustres, los centros venerables, mas, sería para retornar a los lares patrios con renovado fervor, para saborear, en el rincón en que reposaré en el reposo sin fin, la vida fuerte y nerviosa, la vida rica y plena del ser con adherencias potentes. 
Nosotros los argentinos tenemos otro motivo, individual y humano a la vez, para que ese vínculo sea más recio y más despótico. Nos sabemos, no ya habitantes de un país, sino sus constructores. 
Somos sus colaboradores tenaces. Si dejamos caer los brazos en la inercia somos sus enemigos, si nos anima el frenesí generoso en lo que desempeñamos, sea esto humilde e ignorado servicio o señalada función, somos sus diligentes obreros. Lo moldeamos con el arado que hendimos en el surco, con la página fugas que escribimos, con el utensilio que fabricamos. Y esa sensación de ser alguien, afila y fortifica la energía fecunda del argentino, que ha hecho una patria amable, la ha despojado de los enconos agresivos de las patrias seculares, la ha plasmado en el ideal de su vivir pacífico y le ha dado la hospitalidad cordialidad del pan caliente. 
¿Queréis de este pan, viajeros entristecidos del mundo? ¿Queréis asentaros en vuestra inestabilidad y repartiros con nosotros el suelo proficuo y el cielo clemente? 
Viajeros cansados que perdisteis la fortuna de experimentar la nostalgia de la patria nativa, que mudáis de países como un mendigo muda los umbrales, yo tengo para vosotros el terrón de tierra que os apretará con dulces garfios, el techo fraternal, el buen abrigo. 

Alberto Gerchunoff

jueves, 15 de noviembre de 2018

Era un viejecito

Era un viejecito muy arrugadito,
De manos temblonas, de rostro marchito.
Andaba pasito a pasito;
Su mirar contrito
Era el de un bendito.
Más cerca del cielo que de lo finito.
Era un viejecito muy arrugadito.
Andaba pasito a pasito.

He aquí que el anciano
Dijo una canción.
(Un temblor de muerte
Temblaba en la voz).

“Soy uno de aquellos que acecha la muerte.
Soy un viejecito cansado y temblón.
No sé si los párpados abriré mañana
Para ver el sol.

Una limosnita para el pobre viejo;
Una limosnita por amor de Dios.


“Tal vez ahora mismo vaya a detenerse
La cansada máquina de mi corazón;
Pero soy tan viejo, que ya me parece
Que la Buena Amiga de mí se olvidó.

Una limosnita para el pobre viejo;
Una limosnita por amor de Dios.


“Oigo en el silencio misteriosos ruidos:
La Señora Muerte que afila la hoz.
Acaso mañana cuando nazca el día
El sol me halle rígido sobre mi jergón.

Una limosnita para el pobre viejo;
Una limosnita por amor de Dios.


Andaba pasito a pasito.
Era un viejecito muy arrugadito.

Enrique Méndez Calzada

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Mi vecino

Mi vecino, al pasar esta mañana,
Me dio los buenos días, y dejó en mi ventana
Tres rosas de su huerto, fragantes, deliciosas,
Húmedas de rocío. Desde el cristal, las rosas,
Cual tres imaginarias, ideales
Cabezas fraternales,
Sobre mi mesa asisten a mi trabajo. Siento
El solitario apoyo de su aliento
Común, en que la idea se perfuma
De bondad, y al surgir besa la pluma.

¡Oh, clara, fresca y suave compañía
Que me hizo bueno en todos los actos de este día!
Pues fue mi corazón como una fuente,
Pródigo, musical y transparente:
Fluyó de mis palabras recóndita dulzura;
Ni la violencia, ni la crispatura
Mancharon el espíritu o la mano
Llenos del oro del cariño humano,
Y ¡oh, noche! En esta hora bella y santa
Del ensueño, mi amor se aviva y canta.

¡Vecino: si los hombres supieran obsequiarse
Con rosas de su huerto al saludarse;
Si al pasar, como usted esta mañana,
Nos dejáramos todos la flor en la ventana!

¡Cordialidad sencilla, propósito clemente,
Comunidad viril en la belleza!
¡Armonía del músculo, la frente
Y la delicadeza!


Rafael Alberto Arrieta

Lluvia

Como a pesar de la hora temprana sintiéramos calor, fue más bien un goce aquel tamborineo fresco. Algunos empezaron a acomodar sus ponchos; yo esperé. 
Mirando al cielo colegimos que aquello era preludio de algo más serio. 
La tierra se había puesto a despedir perfumes intensamente. El pasto y los cardos esperaban con pasión segura. El campo entero escuchaba. 
Pronto, un nuevo crepitar de gotas alzó al ras del callejón una sutil polvareda. Parecía que nuestro camino se hubiese iluminado de un tenue resplandor. 
Esa vez me acomodé el «calamaco» preparándome a resistir el chubasco. 
La lluvia se precipitó interceptándonos el horizonte, los campos y hasta las cosas más cercanas. Los troperos se distribuyeron a lo largo de la novillada para cerrar demás cerca la marcha. 
-¡Agua! -gritó Valerio entreverándose a pechadas entre los brutos. 
Por mi parte me entretuve en sentir sobre mi cuerpo el cerrado martilleo de las gotas, preguntándome si el poncho me defendería de ellas. Mi chambergo sonaba hueco y pronto de sus bordes empezaron a formarse goteras. Para que estas no me cayeran en el pescuezo, requinté sobre la frente el ala, bajándola de atrás a fin de que el chorrito se escurriese por la espalda. 
La primera reacción ante la lluvia, según más tarde pudo argumentar mi experiencia, es reír aunque muchas veces nada bueno traiga consigo la perspectiva de una mojadura. Riendo pues, aguanté aquel primer ataque. Pero tuve muy pronto que dejar de pensar en mí, porque la tropa, disgustada por aquel aguacero que los cegaba de frente, quería darle el anca y se hacía rebelde a la marcha. 
Como los demás, tuve que meterme entre ellos distribuyendo sopapos y rebencazos. A cada grito llenábaseme la boca de agua, obligándome esto a escupir sin descanso. Con los movimientos me di cuenta de que mi ponchito era corto, lo cual me proporcionó el primer disgusto. 
A la medía hora, tenía las rodillas empapadas y las botas como aljibe. 
Empecé a sentir frío, aunque luchara aún ventajosamente con él. El pañuelo que llevaba al cuello ya no hacía de esponja y, tanto por el pecho como por el espinazo, sentí que me corrían dos huellitas de frío. 
Así, pronto estuve hecho sopa. 
El viento que traíamos de cara arreció, haciendo más duro el castigo, y a pesar de que a su impulso el aire se volviese más despejado, no fue tanto el alivio como para que no deseáramos un próximo fin. 
Acobardado miré a mis compañeros, pensando encontrar en ellos un eco de mis tribulaciones. ¿Sufrirían? En sus rostros indiferentes el agua resbalaba como sobre el ñandubay de los postes, y no parecían más heridos que el campo mismo. 
El callejón, que había sido una nota clara con relación a los prados, estaba lóbrego. Por delante de la tropa, la huella rebrillaba acerada; atrás todo iba quedando trillado por dos mil patas, cuyas pisadas sonaban en el barrial como masticación de rumiante. Los vasos de mi petizo resbalaban dando mayor molicie a su tranco. Por trechos la tierra dura parecía tan barnizada, que reflejaba el cielo como un arroyo. 
Dos horas pasé, así, mirando en torno mío el campo hostil y bruñido. 
Las ropas, pegadas al cuerpo, eran como fiebre en período álgido sobre mi pecho, mi vientre, mis muslos. Tiritaba continuamente, sacudido por violentos tirones musculares, y me decía que si fuera mujer lloraría desconsoladamente. 
De pronto, una abertura se hizo en el cielo. La lluvia se desmenuzó en un sutil polvillo de agua y, como cediendo a mi angustioso deseo, un rayo de sol cayó sobre el campo, corrió quebrándose en los montes, perdiéndose en las hondonadas, encaramándose en las lomas. 
Aquello fue el primer anuncio de mejora que, al cabo de una breve duda, vino a caer en benéfico derroche solar. 
Los postes, los alambrados, los cardos, lloraron de alegría. El cielo se hizo inmenso y la luz se calcó fuertemente sobre el llano. 
Los novillos parecían haber vestido ropas nuevas, como nuestros caballos, y nosotros mismos habíamos perdido las arrugas, creadas por el calor y la fatiga, para ostentar una piel tirante y lustrada. 
El sol pronto creó un vaho de evaporación sobre nuestras ropas. Me saqué el poncho, abrí mi blusa y mi camiseta, me eché en la nuca el chambergo. 
La tropa olfateando el campo se hizo más difícil de cuidar. Iniciamos algunas corridas arriesgando la costalada. 
Una vida poderosa vibraba en todo y me sentí nuevo, fresco, capaz de sobrellevar todas las penurias que me impusiera la suerte. Entretanto, la vitalidad sobrante quedó agazapada en nuestros cuerpos, pues de ella tendríamos necesidad para sobrellevar los próximos inconvenientes, y sin desparramarnos en inútiles bullangas, volvimos a caer en nuestro ritmo contenido y voluntarioso: 
Caminar, caminar, caminar. 

Ricardo Guiraldes, 
Don Segundo Sombra, cap. IX

martes, 13 de noviembre de 2018

Noche oscura

Noche, misterio, soledad del alma,
¿Quién habita tus ámbitos profundos,
Que en hálitos de amor viertes la calma
Por los perdidos solitarios mundos?

¿Qué ángel en proscripción sus alas tiende
Cuando oculta su frente el rey del día
Y silencioso los espacios hiende
En nube melancólica y sombría?

¿Qué mágica campana el sueño advierte
Del Supremo Hacedor, que a sus acentos
Se apagan, como al soplo de la muerte,
Las luces y las ondas y los vientos?

¡Noches, magnificencia indefinida?
¿Qué humano corazón no ha suspirado
Sintiendo el peso de la ingrata vida
En su templo sin límites sagrado?

¿Quién te mintió jamás? ¿Qué labio humano
No te contó del corazón la historia
Y algún pesar recóndito y tirano
Que vive torcedor en la memoria?

Por sorprender a la insondable nada
Dijo Dios: “Haya luz”, y la luz fuera,
Y midió de una vez con su mirada
El lugar de los mundos en la esfera.

Y por mirar el alma en su misterio
“Haya tiniebla”, dijo, y de repente
Alzó la noche su eternal imperio
Y vió el alma del hombre transparente.

Paz de los mundos; soledad del alma,
Yo venero tu obscuro sacro manto,
Porque siento con él nacer la calma
Y la sublime inspiración del canto.

En tus velos la historia de mi vida
Con sus penas, su llanto y sus amores,
Desde mi juventud vive escondida,
Coronada de espinas y de flores.

No hay un solo recuerdo en mi memoria
Que no se enlace con tu nombre luego;
Y a ti también te deberé la gloria
Si alguna vez a conquistarla llego…

Bendición sobre ti, del alma mía
Madre sensible, y del amor y el canto.
¡Ay, quién pudiera detener el día
Bajo las orlas de tu negro manto!

José Marmol.

La vaca ciega

Topando de cabeza con los troncos, 
La inolvidable vía de la fuente 
La vaca sigue a solas. Está ciega. 
Temerario zagal le saltó un ojo 
De una pedrada cruel; cubren el otro 
Densas nubes; está ciega la vaca. 
El manantial acostumbrado busca; 
Mas ya no va con arrogante paso, 
Ni con sus compañeras; va ella sola. 
Sus hermanas, en cerro, en cañadas, 
En el prado, en las márgenes del río, 
Hacen sonar los esquilones mientras 
Pacen la fresca hierba…; ella caería. 
De hocicos de con la tallada piedra 
Del tosco abrevadero, y retrocede 
Avergonzada; pero torna al punto, 
Inclina la testuz, y bebe lenta… 
Apenas tiene sed. Levanta luego 
Al cielo, enorme, la enastada frente 
Con un trágico gesto; parpadea 
Sobre los ojos lóbregos, y huérfana 
De luz, sufriendo el sol que arde y abrasa, 
Vuelve con marcha trémula, moviendo 
Lánguida y mustia la tendida cola. 

Joan Maragall. 
(Trad. de T. Llorente)

viernes, 9 de noviembre de 2018

El perro

No temas, mi señor: estoy alerta
Mientras tú de la tierra te desligas
Y con el sueño tu dolor mitigas
Dejando el alma a la esperanza abierta.

Vendrá la aurora y te diré: “Despierta:
Huyeron ya las sombras enemigas.”
Soy compañero fiel en tus fatigas
Y celoso guardián junto a tu puerta.

Te avisaré del rondador nocturno,
Del amigo traidor, del lobo fiero,
Que siempre anhelan encontrarte inerme.

Y si llega con paso taciturno
La muerte, con mi aullido lastimero
También te avisaré… ¡Descansa y duerme!

Manuel José Othon

Pequeñez y grandes

Pequeñez sublime de las grandes cosas:
Te admiro en la gota del mar, en la arena
Donde se apaciguan las olas furiosas,
En la celda estrecha de hirviente colmena.

Eres pincelazo de luz del artista,
O escala que brota del dulce instrumento;
Del bloque de mármol cincelada arista,
¡o estrofa que suelta sus alas al viento!

Se pequeño siempre: tal es el destino
Del hombre que quiere vencer a las cumbres,
Manantial que oculto señala el camino
Y al ansia se ofrece de las muchedumbres.

Sé como la estrella, silenciosa y breve,
Que envuelve en las sombras su fulgor derrama;
Sé como el pequeño capullo de nieve
Que al sol de la aurora se irisa en la rama.

Y cuando a tu lecho se llegue la muerte
Trazando en el aire sus lúgubres señas,
Mírala sonriendo: sonrisa del fuerte…
¡Grandeza sublime de cosas pequeñas!

Ernesto J. Etcheverry

jueves, 8 de noviembre de 2018

Amable y silencioso

Amable y silencioso, ve por la vida hijo.
Amable y silencioso como rayo de luna…
En tu faz, como flores inmateriales, deben
Florecer las sonrisas.

Haz caridad a todos de esas sonrisas, hijo.
Un rostro siempre adusto, es un día nublado,
Es un paisaje lleno de hosquedad, es un libro
En idioma extranjero.

Amable y silencioso, ve por la vida, hijo,
Escucha cuanto quieran decirte, y tu sonrisa
Sea elogio, respuesta, objeción, comentario
Advertencia y misterio.

Amado Nervo

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Mi tierra

Padre, esta tierra es tuya,
tan tuya que tus huesos
se deshacen en ella.
Yo te vi trabajarla en tus recreos:
cada terrón tenía una esperanza'
como hoy cada terrón tiene un recuerdo.
—Para que no te engañe, me decías,
basta quererla como yo la quiero.
Y la quisiste tanto
que hoy tus huesos
se deshacen en ella.

Madre, esta, tierra es tuya, y este cielo.
El jardín, trabajado
fue apenas copia de tus sentimientos.
Bellezas de tu espíritu
las delicadas plantas florecieron.
Y eras tú misma en la corola abierta,
y eras tú misma en el perfume nuevo,
y eras tú misma en la visita diaria
del picaflor y de los benteveos.
Trabajabas la tierra con el mismo
afán que el alma de tus pequeñuelos.

Hermanos, -esta tierra es tierra nuestra,
tierra de los abuelos
y de los padres. Recordad la ronda
en el patio hogareño
bajo los paraísos florecidos.
Recordad los almácigos del huerto
y el agua que sacábamos del pozo
cuya profundidad nos daba miedo.
Recordad el hervor de las cigarras.
Recordad el olor del pan casero
y la fresca sandía en nuestros dientes
y el maíz deschalado en nuestros dedos,
Vosotros la queríais en el pasto
propicio a los recreos,
en el aporque, en la carpida, en todas
las rústicas faenas del labriego,
y en las aguas alegres del arroyo
y en la caliza piedra de los cerros.
Compañera, esta tierra es tierra tuya:
la trabajó tu mano en los canteros,
la acarició tu planta en los caminos
y agradecida se apegó a tus dedos.
Hiciste acopio de ella
para formar el hijo de tus sueños
y fuiste como ella:
pródiga en los renuevos,
fecunda para darte a mis caricias
y generosa es el florecimiento.
Hijo, esta tierra es tuya,
tan tuya, que tus huesos
se han amasado en ella.
Llévala en tu cariño. Cárgala en tu recuerdo.
Escucha en mis palabras
La voz emocionada del abuelo:
-Para que no te engañe
basta quererla como yo la quiero.

Hijos que en otra tierra
Duplicaron mi vida y mi sendero,
esta tierra es la vuestra,
vuestra en el alma y en el pensamiento,
vuestra en los ojos y en la sangre, vuestra
más allá del cariño y del recuerdo.
Queredla como si ella hubiera sido
La que acunó vuestro primer ensueño,
La que escuchó vuestro primer vagido,
La que alentó vuestro primer anhelo.
Para que no se engañen ni la engañen
basta quererla como yo la quiero.

Y esta tierra, que es mía,
Se hizo amable en mis dedos,
Se metió en mis entrañas
con la piedra y el árbol del sendero,
con el calor del nido y de la mielga,
con la bondad del trigo y del centeno.
Entre Ríos: mi carne, tierra tuya,
Copió la hondura de tus sentimientos,
Y fui un pájaro más en tus cuchillas
Y un ceibo más, música y caireles,
La tierra mía se deshace en versos!

Gaspar L. Benavento

sábado, 3 de noviembre de 2018

Mambrú se fue a la guerra

Mambrú se fue a la guerra,
¡Qué dolor, qué dolor, qué pena!
Mambrú se fue a la guerra,
No sé cuando vendrá.
¡Ah, ah, ah, ah, ah, ah!
No sé cuando vendrá.

¿Vendrá para la Pascua?
¡Qué dolor, qué dolor, qué pena!
¿Vendrá para la Pascua
O por la Trinidad?
¡Ah, ah, ah, ah, ah, ah!
O por la Trinidad.
La Trinidad se pasa,
¡Qué dolor, qué dolor, qué pena!
La Trinidad se pasa,
Mambrú no vuelva más.
¡Ah, ah, ah, ah, ah, ah!
Mambrú no vuelva más.
Por allí viene un paje,
¡Qué dolor, qué dolor, qué pena!
Por allí viene un paje,
¿Qué noticias traerá?
¡Ah, ah, ah, ah, ah, ah!
¿Qué noticias traerá?
-Las noticias que traigo,
¡Qué dolor, qué dolor, qué pena!
-Las noticias que traigo,
¡Dan ganas de llorar!
¡Ah, ah, ah, ah, ah, ah!
¡Dan ganas de llorar!

Mambrú ha muerto en guerra,
¡Qué dolor, qué dolor, qué pena!
Mambrú ha muerto en guerra,
Y yo le fui a enterrar.
¡Ah, ah, ah, ah, ah, ah!
Y yo le fui a enterrar!
Con cuatro oficiales
Y un cura sacristán.
¡Ah, ah, ah, ah, ah, ah!
Y un cura sacristán.
Encima de la tumba
¡Qué dolor, qué dolor, qué pena!
Encima de la tumba
Los pajaritos van,
¡Ah, ah, ah, ah, ah, ah!
Los pajaritos van,
Cantando el pío, pío,
¡Ah, ah, ah, ah, ah, ah!
Cantando el pío, pío,
El pío, pío, pa.

viernes, 2 de noviembre de 2018

El padre volvió

El padre volvió del funeral. 
El niño estaba de pie en la ventana, con los ojos muy abiertos, y su amuleto dorado colgando del cuello. Su frente le pesaba de pensamientos demasiado difíciles para sus siete años. 
El padre lo cogió de los brazos y el niño le preguntó: “¿Dónde está madre?”. 
“En el cielo”, contestó el padre señalando arriba. 
Aquella noche, el padre se quejaba en sueños, rendido por la pena. 
Una lámpara ardía débilmente junto a la puerta de la alcoba, y una lagartija perseguía una mosca por la pared. 
El niño despertó, tocó con sus manos la cama vacía, se levanto callado y se salió a la azotea. 
Levantó los ojos al cielo y lo miró y lo miró en silencio. Su confuso imaginar hundía en la noche inmensa esta pregunta: “¿Dónde está el cielo?”. 
No le respondieron. Y las estrellas parecían las lágrimas ardientes de la ignorante oscuridad.

Rabindranath Tagore

Arrorró mi niño

Arrorró mi niño,
Arrorró mi sol,
Arrorró pedazo
De mi corazón.

Este niño lindo
Ya quiere dormir;
Háganle la cuna
De rosa y jazmín.

Háganle la cama
En el toronjil,
Y en la cabecera
Pónganle un jazmín
Que con su fragancia
Me lo haga dormir.

miércoles, 31 de octubre de 2018

Adivinanzas

Brama y brama como el toro y relumbra como el oro. El trueno

Una vieja corcoveta
Tuvo un hijo enredador,
Unas hijas buenas mozas
Y un nieto predicador. La viña

Oro no es,
Plata no es,
Abrí la cortina,
Sabrás lo que es. El plátano

Blanca en mi nacimiento,
Morada en mi vivir,
Y me voy poniendo negra
Cuando me voy a morir. La mora

Yo vi cien damas hermosas
En un momento nacer,
Ponerse como una rosa
Y en seguida perecer. Las chispas
Cuando me siento, me estiro,
Cuando me paro, me encojo;
Entro al fuego y no me quemo,
Entro al agua y no me mojo. La sombra

En la punta de una barranca, hay cinco niñas con gorras blancas. Las uñas

Una dama muy delgada
Y de palidez mortal,
Que se alegra y se reanima
Cuando la van a quemar. La vela

Más largo que un pino, pesa menos que un comino. El humo
Entre muralla y muralla,
Hay una flor colorada;
Llueve o no llueva,
Siempre está mojada. La lengua

domingo, 21 de octubre de 2018

Tienes madre

Pedazo de mis entrañas,
sangre que llevas mi sangre,
duerme tranquilo tu sueño…
¡Tienes madre!

Duerme tranquilo en mis brazos,
en este trono tan grande
que Dios tan solo concede
a los hombres cuando nacen.
Yo espantaré con mis ojos
a quien venga a despetarte;
duerme tranquilo alma mía…
¡Tienes madre!

Ningún peligro te asuste,
no te de miedo de nadie;
de lobos que te acosaran
yo sabría resguardarte.
Y cuando el invierno llegue
el frio no te acobarde:
yo traeré la leña del monte…
¡Tienes madre!

Te esperan en este mundo
traiciones y falsedades,
y no has de librarte de ellas
aunque vivas vigilante.
Hay solamente un cercado
donde la traición no cabe:
búscalo que está en mi pecho…
¡Tienes madre!

Yo seré luz de tus ojos,
lucero que te acompañe
alimento de tu boca
medicina de tus males.
Y seré flor en tus pasos,
y seré olor en tu aire,
y seré sombra en tu vida…
¡Tienes madre!

Cuando penes ve a mi encuentro,
que en el camino has de hallarme
cuando llores no me grites
que yo iré sin que me llames,
pedazo de mis entrañas,
sangre que llevas mi sangre,
duerme tranquilo tu sueño…
¡Tienes madre!
Serafín y Joaquín Álvarez Quintero 
Tomado de Fuentes de vida de B.N.B. de Iacobucci y G.C. Iacobucci, pág 241

Ultratumba

A mis hijos

Cuando me halle lejos, muy lejos, muy lejos.
En ese ignorado remoto país
Al que todos, todos, más pronto o más tarde,—
Tras esta existencia,—hemos de partir;
Cuando ya tan sólo quede la memoria.
Tenue y esfumada, de aquello que fui;
Y como en un sueño, muy vago, muy vago.
Mi voz, mis consejos, os parezca oír;
Si el «Dos de Noviembre
», dia de los Muertos,
O en mis cumpleaños, u otra fecha así,
Suena en vuestros labios mi nombre; y, ansiosos.
Vuestros nietezuelos, antes de dormir,
Os piden «un cuento» muy largo, muy largo.
Con claras noticias acerca de mi,
E incrédula os dice su voz asombrada:
«—¿Tú tuviste madre? ¿Fuiste chiquitín?
«—¿Era hermosa y buena? ¿Te besaba siempre?
«¿Como tú nos quieres, te quiso ella a ti?» —
Entonces, entonces, doblad sus rodillas,
Y sus manecitas color de jazmín
Sobre el pecho crucen, y al Dios de los Cielos,
Que atiende los ruegos del labio infantil,
Que oren, enseñadles, que oren por aquella
Que cumplió el precepto de amar y sufrir;
Y aunque esté mi cuerpo muy hondo, muy hondo.
Sus mágicas voces irán hasta allí;
Y aunque mi alma arriba, muy alta, muy alta.
Feliz reposando de la humana lid.
Se encuentre,—¡no importa! que ese eco bendito
Espíritu y cuerpo lo habrán de sentir!

Lastenia Larriva de Llona

sábado, 20 de octubre de 2018

Pascual Duarte, de limpio

Pascual Duarte, a fuerza de llevar tiempo y tiempo sin mudarse de ropa, estaba sucio y casi desconocido. Muy limpio, lo que se dice muy limpio, no lo fuera nunca, bien cierto es, pero tan sucio como últimamente andaba tampoco era su natural. Los libros que tienen muchas ediciones acaban siempre por ensuciarse y, de cuando en cuando, conviene fregotearles la cara para volverlos a su ser. Esto de la higiene es arte capcioso pero necesario, arte que si bien debe usarse con cautela para no caer en sus garras, fieras como las del vicio, tampoco es prudente huirlo ni despreciarlo. En Orense vivía un señor que se llamaba don Romualdo Vaqueriza Duque, quien motejaba al bidet de cabeza de puente de la masonería en la vetusta civilización hispana; la gente, como no sabía bien lo que quería decir eso de vetusta, lo dejaba hablar. Don Romualdo, que era muy aparente, murió de un incordio anal que, según la ciencia, quizás hubiera podido desprendérsele con jabón. A mí no me agradaría que el recuerdo de Pascual Duarte —¡pobre Pascual Duarte, muerto en garrote!— muriese como don Romualdo, de resultas de su miedo al agua. 
Los escritores, por lo común, corregimos las pruebas de nuestras primeras ediciones y a veces, ni eso. Las que siguen las dejamos al cuidado de los editores quienes, quizás por aquello de su conocida afición al noble y entretenido juego del pasabola, delegan en el impresor, el que se apoya en el corrector de pruebas que, como anda de cabeza, llama en su auxilio a ese primo pobre que todos tenemos quien, como es más bien haragán, manda a un vecino. El resultado es que, al final, al texto no lo reconoce ni su padre: en este caso, un servidor de ustedes. Los libros, con frecuencia, mejoran con esta gratuita y tácita colaboración, pero los autores rara vez nos avenimos a reconocerlo y solemos preferir, quizás habitados por la soberbia, aquello que con mejor o peor fortuna habíamos escrito. 
A veces pienso que escribir no es más que recopilar y ordenar y que los libros se están siempre escribiendo, a veces solos, incluso desde antes de empezar materialmente a escribirlos y aun después de ponerles su punto final. La cosecha de las sensaciones se tamiza en la criba de mil agujeros de la cabeza y cuando se siente madura y en sazón, se apunta en el papel y el libro nace. Lo que sucede es que el libro, después de nacer, sigue creciendo —armónico o desordenado— y evolucionando: en la cabeza de su autor, en la imaginación o el sentimiento de los lectores y, por descontado, en las páginas de sus ulteriores ediciones. Estos crecimientos no son de la misma sustancia, bien es verdad, pero todos le hacen crecer. Un niño crece de diferente manera que un cáncer, pero el cáncer —y eso es lo malo— también crece. 
Con el Pascual Duarte casi he tenido —en esta ocasión— que recurrir a la cirugía para podarle lo que le sobraba tanto como para devolverle lo que le quitaron; al final, afortunadamente, bastó con una buena jabonadura. Aunque ahora, al releerlo al cabo de los años, me entraron tentaciones de acicalarlo con mayor esmero y pulcritud, he preferido dejar las cosas —en lo fundamental— como estaban y no andarle hurgando. No la hurgues, que es mocita y pierde —oí decir por el campo de Salamanca, algo más arriba del paisaje extremeño de Pascual Duarte. Además, mi cabeza no es la misma de hace veinte años y este libro es producto de mi cabeza aquella y no de mi cabeza de hoy. Seamos respetuosos con el calendario. 
Montaigne llamaba al orden virtud triste y sombría. Probablemente, Montaigne confundió el orden con su máscara, con su mera apariencia; es actitud frecuente entre gentes de orden, entre quienes llaman orden a lo que no es ritmo sino quietud y, a fuerza de no distinguir entre el culo y las cuatro témporas, acaban tomando el rábano por las hojas. Yo pienso que el orden es algo alegre, vivo y luminoso; lo que es triste y muerto y opaco es lo que suele darse, fraudulenta y enfáticamente, por orden, cuando en realidad no pasa de ser un vacío. El firmamento es un hermoso prodigio de orden. El orden público, por el contrario, no es más cosa, con harta frecuencia, que un caos silencioso al que se fuerza a fingir el límpido color del orden aunque, claro es, nadie acabe creyéndoselo. 

Pero si a veces pienso que escribir y ordenar son una misma cosa, otras veces sospecho lo contrario y hasta llego a creer en la inspiración de que nos hablan los poetas románticos —esos grandes mixtificadores— y los críticos románticos —esos denodados paladines de la confusión. Entiendo saludable —no sé si sabio— no pensar siempre lo mismo en lo adjetivo y sí, en cambio, variar poco en lo substantivo y permanente. Lo digo a cuenta de que tampoco me extrañaría poder llegar a incluir a la inspiración en la órbita del orden. 
A mi novela La familia de Pascual Duarte, después de lo mucho que sobre ella he trabajado, voy a procurar no tocarla más. Su texto original queda fijado (quizás fuera menos pedante decir: establecido) en esta edición y a ella procuraré remitirme siempre que lo necesite. Sus traducciones habrá que admitirlas tal como están, salvo que mis futuros traductores prefieran ajustarse al texto de hoy, cosa que habría de agradecerles. Como es de sentido común, las traducciones casi siempre he tenido que darlas por buenas porque, para revisarlas y comentarlas, precisaría de unos conocimientos que estoy muy lejos de poseer. En mis tiempos de La Coruña conocí y admiré mucho a un guardia municipal que se llamaba Castelo y que llevaba bordadas en la manga siete banderitas, una por cada país cuya lengua hablaba. No es mi caso y no me duelen prendas al reconocer que no hubiera podido servir para guardia urbano o, al menos, para guardia urbano coruñés; a lo mejor, en Jaén o en Cáceres exigen menos requisitos y sabidurías. 
En fin: Pascual Duarte está de limpio, que es lo importante. Ahora se dispone a empezar a morir de nuevo, poco a poco. 

Palma de Mallorca, 23 de agosto de 1960. 
La familia de Pascual Duarte 
Camilo José Cela

sábado, 13 de octubre de 2018

Árbol de Fuego
























Son tan vivos los rubores
de tus flores, raro amigo,
que yo a tus flores les digo:
"Corazones hechos flores".

Y a pensar a veces llego:
Si este árbol labios se hiciera...
¡ah, cuánto beso naciera
de tantos labios de fuego...!

Amigo: qué lindos trajes
te ha regalado el Señor;
te prefirió con su amor
vistiendo de celajes...

Qué bueno el cielo contigo,
árbol de la tierra mía...
Con el alma te bendigo,
porque me das tu poesía...

Bajo un jardín de celajes,
al verte estuve creyendo
que ya el sol se estaba hundiendo
adentro de tus ramajes.

Alfredo Espino 

viernes, 5 de octubre de 2018

La danza de las horas

Hoy que está la mañana fresca, azul y lozana;
hoy que parece un niño juguetón, la mañana,
y el sol parece como que quisiera subir
corriendo por las nubes, en la extensión lejana,
hoy quisiera reír…

Hoy, que la tarde está dorada y encendida;
en que cantan los campos una canción de vida
bajo el cóncavo cielo que se copia en el mar,
hoy, la Muerte parece que estuviera dormida;
hoy quisiera besar…

Hoy, que la Luna tiene un color ceniciento;
hoy, que me dice cosas tan ambiguas el viento,
a cuyo paso eriza su cabellera el mar;
hoy, que las horas tienen un sonido más lento,
hoy quisiera llorar…

Hoy, que la noche tiene una trágica duda
en que vaga en las sombras una pregunta muda;
en que se siente que algo siniestro va a venir,
que se baña en el pecho la Tristeza desnuda,
hoy quisiera morir…

Abraham Valdelomar 

martes, 2 de octubre de 2018

A una orquídea

Cuarzo viviente, colibrí sin alas

quimera realizada en una flor.
Tú del extraño mundo submarino
venir pareces a mirar el sol;

tú no difundes orgulloso aliento
ni cálidos efluvios de pasión:
en tu fragancia tímida y agreste
respiras la modestia y el pudor.

Como poeta mudo y abstraído
que en su alma eleva cántico sin voz,
tú soñadora vives, entonando
el himno silencioso del color.
Manuel Gonzalez Prada


jueves, 27 de septiembre de 2018

Nostalgia


Hace ya diez años
que recorro el mundo.
¡He vivido poco!
¡Me he cansado mucho!
Quien vive de prisa no vive de veras:
quien no echa raíces no puede dar frutos.

Ser río que corre, ser nube que pasa,
sin dejar recuerdos ni rastro ninguno,
es triste; y más triste para quien se siente
nube en lo elevado, río en lo profundo.

Quisiera ser árbol mejor que ser ave,
quisiera ser leño mejor que ser humo;
y al viaje que cansa
prefiero el terruño:
la ciudad nativa con sus campanarios,
arcaicos balcones, portales vetustos
y calles estrechas, como si las casas
tampoco quisiesen separarse mucho…

Eso y en la orilla
de un sendero abrupto.
Miro la serpiente de la carretera
qué en cada montaña da vueltas a un nudo;
y entonces, comprendo que el camino es largo,
que el terreno es brusco,
que la cuesta es ardua,
que el paisaje es mustio…

¡Señor!, ya me canso de viajar, ya siento
nostalgia, ya ansió descansar muy junto
de los míos… Todos rodearán mi asiento
para que les diga mis penas y triunfos;
y yo, a la manera del que recorriera
un álbum de cromos, contaré con gusto
las mil y una noches de mis aventuras
y acabaré con esta frase de infortunio:
—¡He vivido poco!
¡Me he cansado mucho!

José Santos Chocano

miércoles, 26 de septiembre de 2018

El silencio

El silencio, aquel viejo metafisico
de las cumbres calladas;
el primer habitante de los mundos;
el que cuenta en las blancas
y gélidas regiones de los polos
cada siglo que pasa;
el señor de los hondos cementerios
y de las quietas alamedas glaucas;
el sumo sacerdote de los templos,
es amigo de mi alma:
Y cual antiguo servidor, él cuida
mi desierta morada.

En esta tarde, cuando el sol ponía
su incendio en mi ventana
y el mundo iba durmiéndose, y el tiempo
como que se filtraba
en el reloj del muro, y los instantes
al fondo de la nada
caían como gotas; de la calle
una música lánguida
traía la pureza y la ternura
de un poema de lágrimas…

El silencio, el amigo de los tristes,
quedamente decía su plegaría…

Diego Camacho

lunes, 24 de septiembre de 2018

La neblina

La Neblina es la virgen entumecida de formas pálidas.
Hecha de vahos niveos, vapor de mares, polvo de estrellas,
Oye va dejando, pura, nerviosa y triste, sus finas huellas
En mañanas sonoras, en tardes de oro y en noches cálidas.

Ella es la rica veste con que se cubren de las Castálidas
Cuerpos en que se mezclan con alabastros rosas doncellas,
O estremecida gasa con la que esfuman sus tintas bellas
Grupos de mariposas que alegres surgen de sus crisálidas.

Los brillantes matices sinfonizados en primaveras.
Los sutiles aromas embebecidos en esperanzas
Oye se desvanecieron sobre las ondas de mis dolores.

Fugazmente volaron en la neblina de mis quimeras.
De profundas nostalgias, vagos anhelos y remembranzas
De paises lejanos, de medioevales fiestas de amores.

Jose Fianson

sábado, 22 de septiembre de 2018

Luna

Con clámide de perlas, blanca y pura
la noche se durmió: luz marfileña,
plateando e! ambiente, duerme y sueña
sobre el cristal del rio que murmura.

Ciñe el monte celeste vestidura,
y en la amorosa claridad sedeña
como un hilo de plata se diseña
el paso del Ensueño por la altura.

Blanca la noche está: trémula y clara
surge bajo la luna en mis sentidos
la imagen de las penas que olvidara;

y es la nostalgia de mis sueños idos
como una blanca sombra que pasara
delante de mis ojos adormidos…

Luis Fernan Cisneros 

viernes, 21 de septiembre de 2018

A la esperanza

Yo sé que eres un ave fugitiva,
Un pez dorado que en las ondas juega,
Una nube del alba que desplega
Su miraje de rosa y me cautiva.

Sé que eres flor que la niñez cultiva
Y el hombre con sus lágrimas la riega,
¡Sombra del porvenir que nunca llega.
Bella a los ojos y a ¡a mano esquiva!

Yo sé que eres la estrella de la tarde
Oye ve el anciano entre celajes de oro
Cual postrera ilusión de su alma, bella;

Y aunque tu luz para mis ojos no arde.
Engáñame, ¡oh mentira!, yo te adoro.
Ave o pez, sombra o flor, nube o estrella.

Carlos Augusto Salaverry

jueves, 20 de septiembre de 2018

A ti....

Yo te busqué con mis ojos,
Yo te busqué con mis manos
En los profundos arcanos
Que tiene mi corazón;
Y no hallé en él ni tu sombra
Porque te habías huido,
Y estaba caliente el nido
Oye te sirvió de mansión.

En sus vastas soledades
Sólo encontré una memoria
De nuestra pasada historia.
Que al tocarla se perdió.
Y era el lúgubre epitafio
De mi amor, de mi ternura,
Y era la honda sepultura
Oye tu ingratitud labró.

Y, hubo silencio hubo calma
En su desierto infinito.
Y contemplé de hito en hito
Mis ilusiones de ayer,
Que en la bruma del pasado
Cadavéricas surgían,
Mas luego desparecían
Para nunca más volver.

Manuel Castillo

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Autumnal

Brillan al sol poniente
los oxidados árboles de otoño,
y por la vieja carretera
el viento barre la hojarasca de oro…

Llora lueñe la esquila
de trashumante recua, por el hondo
camino… y mudo la contemplo
perderse, envuelta entre dorado polvo…

Como un mendigo viejo
descanso mi fatiga en este poyo,
bajo esta paz… y estoy tranquilo,
feliz lejos del mundo, solo…

Percy Gibson 

martes, 18 de septiembre de 2018

Ojos y cielo

La flor del tropical algodonero
no es más blanca que tú,
ni ante el cristal movible de tus ojos,
el cielo es más azul.

El cielo… ¡todos hablan de este cielo!
Inspiración común,
nada dice en favor de una belleza
cual la que tienes tú.

Al cielo un claro sol presta sus rayos;
ya es negro, ya es azul...
En tus ojos no hay noche; ellos son astros,
y al cielo de tu rostro le dan luz.

Carlos G. Amezaga

jueves, 30 de agosto de 2018

El regreso de Don Frutos (del diario del Oficial Arzásola)

Junio 4  —«La política —ha dicho alguien— es una mala palabra» y yo carezco de la necesaria versación filosófica para valorar la exactitud del aserto. Indudablemente no toda política es mala, pero esta que se practica en ciertas regiones de la provincia justifica el sentencioso dicho del cabo Leiva: «La política, pa mi ver, es como’l cuchillo; le es útil al que lo agarra por el mango, pero amenaza a los demás…».
Don Frutos, que es recto e insobornable, no quiso «archivar» unas actuaciones que comprometían a cierto estanciero, complicado con unos cuatreros y, en castigo, so pretexto de «una mejor redistribución del personal» lo enviaron lejos de Capibara-Cué. Un cambio institucional, sin embargo, le dio ocasión para hacer valer sus derechos y esta mañana, después de varios meses de ausencia, ha vuelto a nosotros.
Fuimos hasta el desembarcadero con el cabo, para recibirlo, y, apenas saltó a tierra desde la canoa que lo condujo desde el barco de la carrera, ya Leiva se plantó a su frente e, indeciso entre darle la mano como amigo o hacerle la venia como superior, solo atinó torpemente a cuadrarse y a decir:
—¡Oh, don Frutos!… ¡Don Frutos!…
Por mi parte había preparado algunas palabras, que querían ser de bienvenida, pero al ver su cara simpática y los renegridos ojos mirándome con afecto, me olvidé de todo y solo estreché su diestra con tal vigor, que me reprochó tiernamente:
—Ta bien, muchacho, pero no apretés más que me vas a romper loj dedo…
Reímos los tres y, enseguida, fuimos para la comisaría.
Los capibarenses que, como buenos correntinos, tiene pudor para demostrar sus emociones, asomaban a las puertas, como por casualidad o se hacían los encontradizos en la calle, para saludar:
—¡Hola, don Frutos!…
—¿Qué tal, comesario?… ¿Otra vez’e güelta?…
Y ¡nada más!, pero había algo en el tono de la voz o en los gestos que mostraban a las claras que Capibara-Cué sentíase alborozado del regreso de quien, más que funcionario, era un amigo.

Junio 5 —Anoche, mientras doña Micaela, nuestra cocinera, nos cebaba unos mates, informé a don Frutos sobre los sucesos más salientes ocurridos durante su ausencia. Abrí el libro de «sumarios»; leía y explicaba:
—«Abdón Gutiérrez, lesiones…». Parece que descubrió que su compañero de juegos le hacía trampas y se desquitó a talerazos.
—Seguí…
—«Juan Pérez y Rogaciano Ahumada, pelea…». Bebían juntos y el alcohol…
—Continuá…
—«Gumersinda Sánchez, muerte por accidente…».
—¿Y eso?…
—Era una criatura de meses… Dormía en la misma cama que los padres y la madre, al darse vuelta, la ahogó impensadamente…
—Güeno… adelante…
—«Ecuménica Gorosito, denuncia a su compañero Patrocinio Amarillo por mal trato…».
—¡Bah! Lo de siempre… Cada fin de mes, cuando cobra, él se mama, llega a la casa y le da una paliza’e mi flor. Ella, juriosa, lo denuncea y dice que va a abandonarlo, pero al rato güelve arrepentida, a pedir que lo larguen…
—Así fue, señor…
Y de la misma manera seguí con la enumeración de los pequeños incidentes que matizan el hastío de la vida pueblerina, cuando arribó el cabo Leiva que volvía de su habitual recorrida nocturna.
—No hay denguna novedá, che comesario… ¡Ah!, me encontré con doña Flora que dice que uno’e estos días tiene que venir p’haularlo.
—Ya sé pa qué va a ser… —intervino doña Micaela, mientras le alcanzaba un mate a Leiva—, dejuro que es pa pedirle le busque’l autor’e la muerte’l perro…
—¡Cómo!… ¿Le mataron al Negro?…
—Ella dice que sí, pero, a lo mejor, se murió’e viejo… L’encuentró muerto en la puerta’l rancho hace unoj quince días…
—Tiene que haberlo sentido grande, pues pa ella era como un hijo. Pa esas mujeres solas loj animale son como’e la familia…
—Lo enterró y todo —acotó el cabo, y agregó—: Y pa mí si no juera’l miedo que el cura se enojase le hubiera mandau hacer una misa…
—L’afetó tanto que se pasaba laj horas llorando —siguió la mujer—. Dispués dentró a decir que se lo habían envelenau y vino a verlo al otro comesario pa que investigase, pero don Ortigosa nu era como usté y la sacó a loj empujone…
—No… no era como usté, don Frutos —afirmó Leiva, y había un cálido acento, como de ternura, en sus palabras.
—Güeno, ya veremos que anda queriendo la pobre. —finalizó don Frutos.

Junio 5 (Noche). —El de hoy ha sido un día de intensa actividad. Promediaba la mañana cuando vinieron a avisarnos que una vecina, extrañada al no ver a doña Flora, penetró en su pobre habitación y la encontró en la cama, muerta a puñaladas.
Fuimos allá y no hallamos el menor rastro del asesino. Iniciamos las investigaciones de práctica sin más resultados que lamentaciones.
—¡Pobre doña Flora!
—¡Quién iba a tener interés en matarla si era un alma de Dios!
Nadie había visto ni oído nada sospechoso. No se le conocían parientes ni tampoco enemigos. Era una pobre mujer que ganaba su vida lavando algunas ropas o ayudando a los vecinos en caso de necesidad.
Y, sin embargo, alguien arriesgó su destino, para introducirse furtivamente en su pieza y darle muerte, en medio de su sueño.
Ese misterio me preocupaba, pero más parecía absorber a don Frutos que, sentado junto a su escritorio, llevaba un largo rato pensando y pensando…

Junio 6 —Esta mañana después de efectuar algunas diligencias para el entierro de la vieja Flora, nos reunimos para hablar sobre el caso. Leiva tampoco pudo aportar mayores indicios y, después de barajar las más descabelladas hipótesis, quedamos sumidos en un silencio que solo rompía, de vez en vez, el gorgoteo del mate.
De pronto, el rostro de don Frutos semejó iluminarse y me preguntó:
—A ver vos, que sos tan léido… ¿Por qué motivo se mata a una persona?
—Por amor o razones pasionales.
—Flora andaba pa los sesenta y era fea como un susto.
—Por interés…
—No tenía ni un cobre, apenas vivía’e unaj changuitas…
—Por venganza…
—Si era más güena que’l pan y en tuitos loj años que vivió acá no se le conoci enemigos.
—Entonces, no sé.
—Yo si sé, m’hijo. La mataron pa que no haulase, pa que no dijese algo que sabía o sopechaba…
—¡Ajá! ¿Ricuerda que dijo que lo quería conversar? —señaló Leiva.
—Tenís razón; yo creiba qu’era por lo del perro, pero me se hase que sabía algo más o, por lo menos, la priocupaba. Y debía ser algo grave pa que la haigan achurao ansina.
—Podría ser.
—Y si no es eso… ¿Por qué otro motivo poderían haberlo hecho?
—Algún maniático…
—No, el que lo hizo estaba en sus cabales… ¿No ves que no dejó ninguna güella y la esperó que se durmiera? ¡Hum! No me gusta nada…

Junio 7 —Después de la siesta, don Frutos volvió a reunimos para decirnos a Leiva y a mí:
—He estau pensando en lo’e Flora y cada vez me convenzo más que la mataron pa tapar algún sucio.
Hizo una pausa y prosiguió:
—¿Cómo pudo enterarse’e esa cosa mala?… Sin querer, por la ropa que lavaba o por algo que vio o oyó’n las cosas ande estuvo, pues…
—Pero, ¿qué pudo ser tan grave que, para ocultarlo la hayan muerto y nosotros, sin embargo, no nos hayamos dado cuenta? —dije.
—¡Ahí está!… Tiene que haber sido algo grandote pa haber llegau al crimen…
—Yo creo que Ña Emerenciana, la que vive frente al rancho y sabía ser su amiga, puede que conozca algo… —deslizó Leiva.
—Vamoj p’allá… —ordenó don Frutos—. ¿Quién te dice?…
Tuvimos suerte. La vecina nos recibió muy amablemente y a poco empezó a recordar episodios de la vida de la finada.
Después de dejarle explayar a su gusto supimos que doña Flora lavaba la ropa del maestro, de las familias de don Serra, el de la curtiembre, y de don Abundio, el tendero.
—Tuitos la han sentido a la pobre porque era cumplidora y voluntariosa como pocas. Siempre sabían llamarla pa algún apuro, ya sea bautismo, casamiento, velorio o pa cuidar a algún enfermo.
—¡Ajá! ¿Y no ricuerda ande trabajó últimamente? —inquirió don Frutos.
—Vamoj a ver… Estuvo pa’l casamiento’e la hija’l gringo Bertero y se trajo un pedazo’e torta que me convidó; dispués pa’l velorio’e la hijita’e Liboria Sánchez que murió ahugada por la madre dicen…
—Ye me he enterau, continúe… —explicó el comisario.
—Tamién estuvo pa’l bautizo’e loj mellizos Sponda, ayudó n’el velorio’e don Nicodemo que murió’e una picadura’e víbora yarará y l’último ande ayudó jué cuando murió Ña Visitación, la mujer’e don Julio Ascona, que agarró una indisgetión y se cortó a laj dos horas l’almuerzo…
Antes de que abundara en mayores detalles, la interrumpí:
—Y después de eso, ¿no se empleó en ningún otro lado?…
—¡No!… Porque’l mesmo día’l entierro, al volver se encuentró con el perro muerto y lo sintió tanto que ya no quiso ayudar maj a naides…
—¿Seguro?…
—Seguro, pues… Si laj otra noche nomás le decía: ¿Por qué pa no va a dar una manito a la gente como antes, doña Flora? Usté hace un bien, y siempre le dan algo pa dir tirando… porque quien maj o quien meno le daba una ropita, unoj pesos, y siempre traía algo’e comer pa nojotra o pa’l perro…
—¿Y usté no sabe quien se lo mató?… —preguntó don Frutos.
—¡Vaya a saber! Yo creiba que poderían ser diauluras’e algún muchacho, pero dispués pensé qu’era raro porque l’animal solo comía’e su mano. Tiene de haber sido un ataque, un aire o… ¡qué sé yo!, pero la pobre no pensaba ansina y me dijo que iba a haular a usté pa que lo agarrase al creminal… ¡Chocheras’e vieja, nomás!…

Junio 8 —Indudablemente don Frutos hizo buscar al doctor Levinsky, bien temprano, al vecino pueblo de Ramada Paso, porque al llegar a la comisaría ya los encontré empeñados en una discusión.
—¡No!… ¡No puede ser! —decía el facultativo cuando entré.
—Pero si yo me responsabilizo, doutor…
—Usted cargará con lo suyo, pero yo pagaría como cómplice. Hay leyes que cumplir…
—Es pa cumplirla mejor que le pido ayuda, pues…
—Tráigame una orden del juez, entonces…
—Es que no tengo pruebas, sino un pálpito…
—¡Y claro!… Yo debo procurárselas si las hay, pero… ¿Si no las hay?…
—¿De qué se trata si se puede saber? —deslicé yo.
—Pues nada, que don Frutos me ha hecho llamar para que haga una autopsia sin orden legal…
—Es imposible…
—Se lo termino de repetir, pero él insiste… Búsquese la orden, y…
—¡Un momento! —saltó don Frutos—. ¿Y pa hacer l’utosia a un perro también hase falta un papel?
—No… para eso no… —condescendió el médico.
—¡Güeno! Vamos entonces pa’l patio’e la Flora y me va a decir cómo murió «El Negro»; y si es como pienso, deje lo demás’e mi cuenta.

Junio 11 —¿Intuición? ¿Sexto sentido?… ¿Razonamiento deductivo? ¡Vaya a saber! La cuestión fue que el análisis de las vísceras del perro reveló la existencia de estricnina y, basándose en ese indicio, don Frutos obtuvo la orden del juez para la autopsia de los restos de la señora de don Julio Ascona, con lo que vino a descubrirse que ella también había muerto a consecuencias de un tóxico y no de la «indigestión» denunciada por el marido y aceptada por todos.
—A mí el comisario anterior me hizo decir que todo estaba en regla. Yo vine y la observé en el cajón y, como no había señales externas extendí el certificado. —se excusó el galeno.
—Güeno, aura vamoj a tener que hacerle confesar a don Julio esto y lo’e la Flora —exclamó don Frutos.
—¿Entonces usted también lo culpa de la segunda muerte? —pregunté.
—¡Y de no!… Pero creo que’l hombre es flojo y pronto va a ceder.
Efectivamente, después de dos días de encierro y de repetidos interrogatorios, el hombre se confesó autor del envenenamiento de la señora «para heredarla» y del asesinato de la vieja «para que no hablara demasiado».
—Cómo llegó a la verdad —preguntó el médico luego que el criminal, bien esposado y con la custodia de Leiva y un agente, fue enviado a la Capital.
—Vea, doutor… primero discutimos con’l ofisial sobre’l motivo que poderían haber tenido pa dispachar a la vieja.
—Y no encontramos ninguno valedero —expresé yo— sino deseo de hacerla callar.
—Yo me pregunté, entonces —prosiguió el comisario— si qué podría saber la vieja que la hiciera peligrosa… Y no encuentré nada raro sino la muerte’l perro.
—¿Y por eso hizo que le hiciera la autopsia?
—¡Claro, pues!… Porque, ¿quién iba a querer matar a un perro que no hacía mal a naides y solo comía’e la mano’e la dueña?
—¿Y usted sospechó que si el animal no murió naturalmente fue porque la dueña le había dado involuntariamente algún alimento con veneno? —deslizó el facultativo.
—Exacto. Y cuando tuve loj resultaus del análisi calculé que la dueña habería ido a algún velorio y, como no cocinó, le trajo algunas sobras. Se las dio envenenándolo sin querer… Güeno, ese día ella había estau en lo’e don Julio, cuya mujer había muerto’e indigestión, asigún decían. Uní laj dos cosas y pedí l’utosia y ya vieron lo que salió…
—¿Y a doña Flora por qué la mató?
—Pa que no haulara. No ve que la vieja pensó lo mesmo que yo y jué a decir sus sospechas al otro comesario que no la hizo caso. Don Julio, que lo supo, imaginó el motivo pero no se inquietó, porque tuitos iban a pensar qu’eran hauladurías’e la vieja, medio desconcertada por la muerte’l bicho; pero cuando golví yo, le dentró el miedo porque como suelo ser medio curioso podería investigar…
Y jué y la mató sin que lo vieran…
—Con lo que no hizo sino agravar su delito y dar origen a la investigación. —señalé yo.
—Es que al que tiene la concencia sucia le pasa como al borracho. Una vez que se ha salido’l camino quiere golver a él pegando un salto ¡y va a cair a la zanja!… —concluyó don Frutos.